Por qué no podemos llevarnos bien: problemas del agente-principal y de conocimiento bajo la autoridad

The following article is translated into Spanish from the English original, written by Kevin Carson.

Tengo un discurso preferido reservado para los funcionarios burócratas de las agencias gubernamentales y del mundo empresarial — o simplemente para los compañeros pelotas — que dicen “tenemos estas reglas y estos procedimientos por una razón”. Vale, hay una razón, correcto. La razón es que la gente que hace las reglas y los procedimientos no confía en ti.

En todos los casos, tu contacto directo con una situación y tus habilidades y la experiencia adquirida tratando con situaciones similares a lo largo del tiempo te hacen estar mejor dotado para decidir cómo manejarla que aquellos que hacen las reglas y los procedimientos que la rigen. Sin embargo, esos que hacen las reglas y los procedimientos tienen miedo de confiar en ti y tu criterio para usar tu propia opinión o para aplicar tu experiencia, habilidades y conocimiento directo de la situación. Ellos asumen que de permitirte ese criterio, lo usarías para jugársela a tus superiores. Esto es así porque saben que tus intereses son diametralmente  opuestos a los suyos. Ellos se ganan la vida jugándotela a ti cada minuto de cada día. Y tienen miedo de que te des cuenta.

La falta de confianza forjada en las relaciones de autoridad, esencialmente, hace inservible el capital humano.

A los defensores de “las reglas” les gusta pintarlas como necesarias, inevitables, racionales — y obvias — respuestas a algún estado impersonal de las cosas. Pero no lo son. Son respuestas a la “realidad” tal y como existe en la sesgada y muy filtrada percepción de legisladores, burócratas y jefes. El proceso de toma de decisiones en sí mismo está distorsionado por la mentalidad institucional de los encargados de tomar las decisiones, quienes, a su vez, reflejan la suposición tácita de que la única solución viable a cualquier problema es la que es administrada por gente como ellos, y consecuente por completo con su nivel de poder actual. Cualquier comentario que reciban sobre el efecto de sus decisiones es distorsionado por el fenómeno señalado hace años por R.A. Wilson: Nadie le dice la verdad a alguien con un arma (o el poder de disparar).

Las instituciones jerárquicas son máquinas de decirle a los Emperadores desnudos lo bien que les queda su ropa, y esos que están en lo alto de dichas jerarquías viven en mundos casi completamente imaginarios. Tienden a comunicarse mejor con sus iguales de la cima de otras pirámides que con los subordinados que están bajo ellos en las suyas propias. Esto significa que la mayoría de sus decisiones estarán basadas en unas “buenas prácticas”, tal y como les han informado aquellos que están en la cima de otras pirámides y que ignoran tanto como ellos el trabajo interno de sus propias organizaciones.

Juntemos todo esto, y tendremos una situación en la cual las relaciones de autoridad casi por completo divorcian el poder de decisión de los incentivos para aquellos que tienen el conocimiento real y la experiencia para hacer un trabajo. Esto es por lo que prácticamente toda actividad en nuestra sociedad, excepto aquellas llevadas a cabo por grupos auto-organizados de personas trabajando para satisfacer sus propias necesidades cooperativamente, parece estar hecha de forma tan ineficiente como es humanamente posible. Todas nuestras relaciones con una gran institución jerárquica se parecen a una escena del Brazil de Terry Gilliam, donde aquellos con sentido común para resolver un problema rápida y fácilmente son forzados por unas reglas laborales burocráticas y Weberianas que parecen diseñadas para prevenir que alguien haga alguna vez algo.

Cuando las cosas se hacen, es porque la gente que hace el trabajo tiene sentido común para ignorar las reglas y falsificar después el papeleo. De hecho la forma más rápida de paralizar una organización, como sabe cualquiera que haya participado en una huelga de celo, es que la gente que hace el trabajo deje de usar su propio juicio y obedezca todas las reglas escritas.

La sociedad es capaz de funcionar, a pesar de las reglas estúpidas hechas por personas estúpidas con autoridad, sólo porque la gente inteligente trata a la autoridad como algo perjudicial y la esquiva.

El problema fundamental de nuestra sociedad es que está dirigida por una clase de gente — burócratas, terratenientes, usureros, rentistas — que viven alejados de aquellos que realmente saben cómo hacer las cosas. Debido a que se ganan la vida robándonos, no pueden confiar en nosotros para que usemos nuestro conocimiento para hacer nuestro trabajo. Como resultado, una gran parte de toda la actividad económica en nuestra sociedad es trabajo de vigilancia que no sirve a ningún propósito productivo, sino que más bien impide que aquellos que están ocupados con trabajos productivos se deshagan de los rentistas que se alimentan de su sudor y su sangre.

La solución es abolir la autoridad coercitiva, y la clase dominante que extrae rentas gracias a la autoridad, y otorgar todo el poder de decisión (junto con el fruto completo de su labor) a aquellos que saben cómo hacer el trabajo. Sin autoridad, no hay conflicto de intereses. Sin autoridad, aquellos que tienen el conocimiento y la experiencia pueden tener confianza para usarlos, porque no están en una relación de suma cero con las instituciones a las que sirven.

Artículo original publicado por Kevin Carson el 06 de diciembre 2012.

Traducido del inglés por Tomás Braña.

Anarchy and Democracy
Fighting Fascism
Markets Not Capitalism
The Anatomy of Escape
Organization Theory