The following article is translated into Spanish from the English original, written by Kevin Carson.
A partir del 26 de enero, según la capacidad que tiene la biblioteca del congreso de Estados Unidos de “interpretar” el Acta Digital del Milenio para los Derechos de Autor (DMCA), es ilegal desbloquear tu teléfono celular y cambiar a un plan de servicio diferente sin la autorización de tu proveedor actual. Esto es otro ejemplo más de un viejo problema. En todas las áreas de nuestra vida, estamos sujetos a “contratos” en los que (según la teoría legal) gozamos de igualdad de condiciones, pero que en la práctica son contratos estandarizados por la parte que goza de mayor poder de negociación.
Roderick Long, en “Cómo la Desigualdad Condiciona Nuestras Vidas“, describe el fenómenos en términos generales:
“Supongamos que se te olvida pagar la cuenta del servicio de electricidad… ¿qué sucedería? Tu proveedor te lo coartaría, y probablemente tengas que pagar una penalización para restablecer el servicio. También se vería afectado tu historial de crédito. Por el contrario, supongamos que por la razón que sea (problemas con la conexión a internet, líneas de electricidad dañadas después de una tormenta, o quién sabe), sufres una interrupción del servicio prestado por tu proveedor. ¿Te ofrecen un reembolso? Claro que no. Y te va a ser difícil lograr que le perjudiquen su historial de crédito.”
El mismo principio aplica a la mayoría de las contrapartes contractuales en nuestras vidas diarias, como los propietarios de inmuebles y los empleadores. Nuestra relación con ellos se rige por contratos escritos por ellos mismos, con términos que nos dejan en desventaja, y con cláusulas generales que les dan la capacidad para cambiar los términos cuando lo deseen — dejándonos en una situación en la que nuestras opciones se reducen a “tomarlo o dejarlo”. “Estos no son simplemente casos en los que algunas personas tienen más cosas que tú. Son casos en los que un grupo de personas sistemáticamente tienen el poder de dictar los términos por los que otra gente tiene que regirse para vivir, trabajar e intercambiar”.
El contrato de empleo es particularmente fundamental. Aunque según la teoría legal tú eres una parte contractual que en igualdad de condiciones vende su trabajo a un empleador, la relación de facto equivale a una versión edulcorada de la vieja relación amo-sirviente. En ésta, como en cualquier otra relación en la que teóricamente las partes gozan de igualdad de condiciones, la parte que puede permitirse levantarse de la mesa de negociación dicta los términos del contrato.
El aparato de reproducción cultural del capitalismo de estado corporativo está sumamente abocado a producir una ciudadanía que ve esto como natural e inevitable. Ante la crítica, la mayoría de la gente argumentará que algo llamado “economías de escala” requiere una sociedad eficientemente administrada por instituciones enormes y jerárquicas imponiendo este tipo de relaciones unilaterales.
Pero el hecho es que nada de esto es natural o inevitable. En todos los casos, estas relaciones desiguales resultan de la aplicación deliberada del poder humano. En cada caso, tal como argumenta Long, el estado interviene para limitar la competencia entre proveedores de capital, empleadores de trabajo, distribuidores de información propietaria y propietarios inmobiliarios, de manera que el poder de negociación de los trabajadores se reduce y deben aceptar un sueldo inferior al producto total de su trabajo como condición para obtener un empleo, y pagar alquileres y precios divorciados de toda proporcionalidad al costo de producción. En todos los casos, el estado interviene a favor de los capitalistas, propietarios inmobiliarios y empleadores, poniéndolos en posiciones de de superioridad negociadora desde la que pueden dictar los términos de los contratos con trabajadores y consumidores.
Demasiados libertarios de la Derecha política y cultural se identifican instintivamente con empleadores, propietarios inmobiliarios, y proveedores de servicios cuando se trata de estos temas. Y comenten un error fundamental al hacerlo. La posición apropiada para cualquier defensor genuino de los mercados liberados no es defender todo lo que se llame “propiedad” o “contrato”, sino solo la propiedad justamente adquirida y los contratos válidos. Los contratos cuyos términos reflejan la intervención estatal sistemática en el mercado a favor de clases privilegiadas son incompatibles con los genuinos principios del libre mercado.
Nuestra estrategia en la izquierda de libre mercado debe ser la de alentar a la gente a ver al hombre detrás de la cortina, y a dejar de creer en las declaraciones del estado corporativo como naturales e inevitables.
Un importante hilo conector de todas nuestras críticas a las distintas relaciones de poder desigual enmascaradas como si fuesen contratos, es el concepto de contrato de adhesión. El contrato de adhesión es cualquier contrato que une a partes desiguales, y cuyos términos son dictados casi en su totalidad por la parte más fuerte en detrimento de la más débil.
La oposición a los contratos de adhesión se basa en el principio, central para la ley contractual, del “acuerdo de voluntades”. ¿Cuántos de los contratos que firmas en tu vida diaria — EULAs, licencias de envoltura, contratos de “pulsar y comprar”, acuerdos de tarjetas de crédito, planes de servicio telefónico, términos de servicio de sitios web — son textos densos y estandarizados escritos por los abogados de la otra parte que firmas o aceptas con un click de manera rutinaria sin ni siquiera leerlos? Y la empresa y sus abogados están totalmente conscientes de que nadie lee esos términos, o le importa lo que dicen, o tienen intención alguna de regirse por ellos.
La invalidez de los acuerdos firmados bajo coacción es un principio moral de larga data. Tenemos que adoptar una actitud mucho más crítica hacia los llamados “contratos” que rigen nuestra vida diaria, tenemos que cuestionar su legitimidad y la autoridad de las partes que claman por nuestra obediencia y cumplimiento. El sistema depende de la voluntaria obediencia y consentimiento de la mayoría de sus súbditos. Al matar al jefecito que tienes dentro de la cabeza ordenándote que obedezcas, matas al sistema.
Artículo original publicado por Kevin Carson el 2 de febrero de 2013.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.