Ésta es la tercera entrada de una serie escrita por Carlos Clemente como asignatura en un curso sobre introducción al anarquismo en el Centro para una Sociedad sin Estado (C4SS). Para la segunda entrada, hacer click aquí. Para la cuarta, aquí.
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Cualquier libro de texto de Economía le enseña a uno que los monopolios son malos. Cobran precios inflados a sus clientes por bienes de calidad mediocre, y explotan a sus trabajadores, pagándoles menos de lo que su trabajo valdría en un mercado verdaderamente competitivo.
Pero casi todos los libros de texto también nos dicen que los monopolios a veces son inevitables; que hay industrias en las que de alguna manera, los monopolios emergen como resultado de la dinámica competitiva del libre mercado. Y la única manera de corregir la situación, según nos dicen los libros de texto, es que el estado regule estos “monopolios naturales” para proteger los interses de consumidores y trabajadores.
Por otro lado, el anarquista de libre mercado ve a los monopolios como criaturas que no pueden sobrevivir sin la intervención del estado. Nos invitan a considerar más detenidamente lo que asumimos que son mercados libres y a descubrir las poderosas y sutiles fromas intervención estatal que abundan en las sociedades modernas, y que sistemáticamente favorecen a las grandes empresas establecidas de cada industria.
Por lo general se asume que los gobiernos deben subsidiar la construcción de autopistas, carreteras y otros tipos de infrastructura de transporte como prerrequsito indispensable para el desarrollo económico. Pero la perspectiva anarquista sobre éste tema le da una vuelta de 360 grados al argumento. Kevin Carson señala que al reducir artificialmente los costos de distribución, los subsidios al transporte permiten que las empresas establecidas en una industria crezcan mucho más allá del punto en el que las economías de escala adicionales serían compensadas por el crecimiento en los costos de distribución de no existir dichos subsidios.
Es así como los anarquistas de mercado coinciden con la izquierda tradicional en su denuncia de la WalMartización de la sociedad, pero difieren en su recomendación para remediarla: eliminar los subsidios al transporte, en lugar de subsidiar a las tiendas locales.
Además, los anarquistas de mercado han invertido una gran cantidad de tiempo y esfuerzo en investigar las distintas formas de ineficiencia e irracionalidad que surgen en las grandes organizaciones y las des-economías de escala que éstas crean. En este sentido, contradicen tanto a los economistas neoclásicos como a representantes de la escuela Austríaca de la talla de Ludwig von Mises, quien a pesar de criticar la pesadilla organizativa soviética, negaba la existencia de problemas de la misma índole en la mega-corporación capitalista; y van mucho más allá en su análisis del problema que otros austríacos como Murray Rothbard, que limitó su crítica a los problemas de formación de precios de transferencia dentro de la gran empresa.
Con el marco de análisis del anarquismo de mercado resulta mucho más fácil comprender la perversidad de la cultura corporativa actual, que predomina en una clase gerencial burocratizada tendiente al autoritarismo y al saqueo, poniéndola en franca oposición a los intereses de sus clientes, empleados y accionistas.
Es así como la intervención estatal es la que permite el crecimiento de una cultura corporativa sumamente parecida a la de la burocracia estatal misma. Y ésto no es sorprendente cuando se lo mira a través del paradigma del anarquismo de mercado, que denuncia al estado como la forma quintaesencial de monopolio.
La relación simbiótica entre corporaciones y estado crea una dinámica perversa de crecimiento económico que necesita de guerras imperialistas para autosostenerse. Las corporaciones se benefician de éstas guerras como proveedoras de material bélico, por la expansión de su sistema de privilegios a mercados foráneos, y por la deposición de capital sobreacumulado. El estado se beneficia con la mitigación del desempleo para pacificar al electorado, e institucionalizando una atmósfera de miedo entre los ciudadanos que le brinda la excusa para aumentar enormemente sus poderes.
La próxima vez que escuches que al proveer fondos para la construcción de infraestructura el estado promueve el desarrollo económico, recuerda que según la perspectiva del anarquismo de mercado, en realidad lo que está haciendo es subsidiar el Apocalipsis.