The following article is translated into Spanish from the English original, written by David D’Amato.
El bombardeo del pasado viernes 1 de febrero de la embajada de Estados Unidos en Ankara, Turquía, dejó un saldo de dos muertes y otras dos personas heridas. El ataque se dio después de una serie de ataques mortales a otras embajadas estadounidenses en el norte de África en septiembre del año pasado.
Como podía esperarse, el Congresista Ed Royce, presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes del Congreso de Estados Unidos, se puso a trabajar inmediatamente, manufacturando el tipo de Neolengua que uno asocia con el Ministerio de la Verdad del 1984 de Orwell. Recapitulando lo que a estas alturas es una táctica bastante trillada para infundir el miedo colectivo, Royce describe el ataque como “un crudo recordatorio de la constante amenaza del terrorismo”.
Como alternativa al esfuerzo orwelliano de relaciones públicas emitido por los medios corporativos y gubernamentales, podríamos ponderar el ataque como la reverberación de un amplio sistema de guerra y política global. Podríamos preguntar qué tipo de relaciones políticas producen los resultados que estamos obteniendo, y si la “verdad oficial” que nos es otorgada por nuestros líderes es merecedora de nuestra confianza.
Sea lo que sea lo que esas “verdades” proclaman, existe otra narrativa, una narrativa radical, que compite con la anunciada a los cuatro vientos por las voces del poder establecido. Los anarquistas de mercado entienden la relación fundamental y de larga data entre el impulso imperialista y la institución del estado per se, relación que se manifiesta continuamente a través de la historia y los sucesos contemporáneos.
De hecho, nos oponemos al estado como un todo por muchas de las mismas razones declaradas por los que se oponen específicamente a la guerra y el imperialismo: concretamente, que la guerra (como se demuestra a lo largo de la historia) no representa la defensa sino la agresión, no la represalia sino la conquista. Si suspendemos por un momento la mitología que presta legitimidad a la guerra, veremos de inmediato que intereses económicos particulares la promueven, intereses elitistas completamente disociados de aquellos del resto de la población.
Tal como lo explicó Frank Chodorov: “El estado está históricamente afincado en la conquista. El propósito de la conquista es la explotación. La explotación es cualquier medio de obtener bienes y servicios sin contraprestar un equivalente a través del intercambio…” El trabajo de Chodorov describe la guerra como “la completa negación de la libertad de mercado”, argumentando que la guerra y la conquista — a la que nos hemos adaptado con el pasar de los años — son el modus operandi del estado, tanto domésticamente como en el exterior; el principio de invasión se aplica a los dos ámbitos de la misma manera.
La guerra es por lo tanto inseparable en la práctica de lo que hemos llegado a identificar como “terrorismo”, ambos términos designan hostilidad injustificable e invasiva contra inocentes. Los estadounidenses en particular han sido condicionados a ver el terrorismo como algo separado y aparte de la guerra tradicional, como crímenes atroces cometidos por extremistas lunáticos obsesionados con la masacre aleatoria de civiles.
Señalar que la guerra es equivalente al terrorismo por lo general causa chirridos de indignación y acusaciones de que uno está defendiendo a terroristas. Esto, sin embargo, es exactamente lo contrario de la manera correcta de abordar el argumento. En lugar de considerar este argumento como una una manera de elevar el terrorismo al nivel moral que disfruta el ejército estadounidense, deberíamos verlo como delatador de que estamos equivocados sobre nuestra “defensa nacional” — de que nuestro militarismo tradicional debe ser rebajado en nuestras mentes al espacio moral habitado por los terroristas.
Los anarquistas no buscan proclamarse como los defensores de los terroristas, sino que trabajan para ayudar a disolver la propaganda deformadora que ha servido para presentar a la guerra en una luz positiva durante siglos. Los ataques detestables como el que sucedió en Ankara son atentos desesperados de una gente sin esperanza, de individuos — la mayoría hombres jóvenes — cuya rabia visceral hacia la ocupación extranjera los convierte en víctimas fáciles de exactamente el tipo de lavado cerebral que el gobierno estadounidense usa en casa.
La próxima vez que escuches a un político, al presidente de algún fabricante de armas o un presentador de noticias hablar sobre un ataque terrorista o las misiones estadounidenses en el exterior, escucha atentamente. Debajo de la muy pulida versión de las cosas que presentan, se esconde una verdad escalofriante sobre la naturaleza del estado y del imperio. Una verdad que no quieren que escuches.
Artículo original publicado por David D’Amato el 2 de febrero de 2013.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.