Por Kevin Carson. Artículo original: “Tragedy of the Commons” Part II, 27 de febrero de 2024. Traducción al español por Camilo Salvadó.
Los libertarios de derecha, al parecer, mantienen un idilio con Garrett Hardin y su llamada “Tragedia de los Comunes”. Es un principio al que regresan una y otra vez. Pero como fundamento, es históricamente analfabeto; y la estructura que erigen encima es conceptualmente incoherente. Tomá, por ejemplo, el artículo de Saul Zimet La pobreza de la visión colectivista de los derechos de propiedad de Slavoj Žižek, publicado en The Freeman.
Zimet no limita sus puntos de vista pobremente razonados a los Comunes. También lanza un obiter dictum al comienzo, negando “que los recursos denominados ‘los Comunes’ ya existieran antes de ser ‘monopolizados’ por los empresarios tecnológicos”, y afirmando en cambio que “personajes como Gates y Bezos han ganado principalmente su riqueza no por monopolizar recursos que ya existían, sino por facilitar la creación de nuevas tecnologías que, en general, han hecho al resto del mundo mucho más rico en vez de más pobre”.
Esto es un sin sentido. Zimet ignora el hecho de que Gates y Bezos sólo son necesarios para “facilitar” la creación de nuevas tecnologías debido al cercamiento del Crédito Comun. A causa de una estructura legal que limita la función crediticia -que propiamente concebida, solo requiere una unidad común de cuenta para coordinar los flujos de producción entre distintos grupos de trabajadores- a los poseedores de reservas de riqueza acumuladas previamente, Gates y Bezos poseen un reclamo artificial de propiedad sobre el derecho a coordinar esos flujos.
Despejado esto, podemos pasar al núcleo del argumento, si es que los es. El resto del comentario de Zimet no es más que un revoltijo inconexo de puntos de discusión vagamente relacionados y afirmaciones ahistóricas, simplemente los abordaré en el orden presentado.
Zimet señala una “falla teórica” en “la idea de una propiedad ampliamente colectivizada que [Žižek] llama ‘nuestros Comunes’”.
Esta idea de propiedad colectiva es defendida a menudo por colectivistas de diversas tendencias -desde socialistas, comunistas y fascistas- para justificar la confiscación de las ganancias de pacíficos productores de riqueza. Por ello, es importante comprender la distinción fundamental entre propiedad individual y colectiva, y cómo la primera facilita la prosperidad general, mientras la última extiende confiablemente la pobreza y la desesperación a las masas.
Pero su propia falla teórica radica en presentar la teoría lockeana del trabajo como una “teoría individualista del valor-trabajo de la propiedad” (el énfasis es mío).
La idea núcleo [de Locke] ha permanecido como el principio fundamental del mercado libre: para adquirir justamente algo, uno debe producirlo a partir de materiales previamente no cultivados, o bien recibirlo en transacción voluntaria o donación de alguien que lo haya adquirido justamente…
Cualquier desviación de esta concepción de derechos de propiedad basada en el libre mercado, como aquellas desviaciones típicas del socialismo, comunismo, corporativismo, feudalismo y fascismo, debe necesariamente tomar la forma de permitir a alguien, en algún punto, expropiar el producto del trabajo de otro contra su voluntad.
Primero que nada, Zimet ignora el hecho de que los comunes históricos de la Europa premoderna, acuerdos similares como el Mir en Rusia, o ejemplos del llamado “modo asiático” de Marx como el predominante en la India antes del Asentamiento Permanente Hastings, no eran una tierra-de-nadie de recursos sin dueño. Eran la legítima propiedad común de los aldeanos que la trabajaban, basados en el trabajo colectivo de sus ancestros, quienes cooperativamente rompieron el suelo para su cultivo, en tiempos de su asentamiento orginal.
Y segundo, en realidad la propiedad privada individual de la tierra, de Zimet, fue establecida por cercamientos y expropiación del producto del trabajo colectivo campesino contra de su voluntad.
La idea de que los títulos de tierra del tipo capitalista moderno -p.-ej: tierra como Commodity especulativo- pueden rastrearse hasta la “habitación por trabajo” individual de tierra “no reclamada” previamente, es un mito ahistórico. Su función primaria es encubrir el hecho de que la abrumadora mayoría de la sociedad fue despojada de sus derechos legítimos sobre la tierra por una pequeña minoría de expropiadores.
Zimet se refiere a esa propiedad privada individual como “derechos de propiedad del libre mercado”. Pero en realidad no existe un único modelo evidente de propiedad “de libre mercado” de la tierra. Incluso si admitís que la incorporación del trabajo a la tierra, individual o colectiva, establece algún tipo de derecho de propiedad, tiene razón en parte, desde el punto de vista de maximizar el derecho de las personas al producto de su propio trabajo, la tierra y los recursos naturales presentan problemas únicos.
Locke mismo admitíó que, a diferencia de los bienes muebles y reproducibles creados por el trabajo humano, que poeden tratarse como posesión absoluta de sus creadores, la humanidad conservaba al menos cierto derecho común residual sobre la tierra, en virtud de su oferta fija. Sintió necesario abordar ese estatus especial mediante el Proviso (los apropiadores deben dejar “suficiente y igual de bueno” para los demás.
No existe un modelo de propiedad sobre la tierra completamente satisfactorio, ni para maximizar los derechos individuales sobre el trabajo incorporado a la tierra, ni para abordar el hecho de que la tierra es un bien de oferta fija e inmóvil, del cual el trabajo incorporado no puede simplemente tomarse y llevarse. Ha habido una amplia gama de propuestas libertarias apuntando a encontrar el punto de equilibrio menos insatisfactorio entre estos dos valores. Yo sostengo que el lockeanismo sin-Proviso de Zimet es la peor de todas; pero incluso este reconoce la tierra como un bien único, en el que es ilegítimo simplemente cercar tierras vacías y mantenerlas sin uso, sin desarrollar.
Hasta el derecho de propiedad capitalista incluye algún límite al abandono constructivo. Si rebajamos ese límite, resulta el criterio de ocupación-uso para la tierra, tal como los defendían J. K. Ingalls, Benjamin Tucker y los otros anarquistas de Boston. Henry George y sus seguidores intentaron separar el derecho individual al producto del trabajo en edificios y mejoras del derecho común sobre la tierra misma, imponiendo impuestos solo al valor de la tierra no mejorada. El fondo comunitario de tierras (community land trust) intenta la misma distinción restaurando la tierra como propiedad común, conservando para si edificios y mejoras.
Zimet también enmarca las “reformas de libre mercado” en China como un retroceso parcial frente a los males de la colectivización forzosa, al “reconocer” los derechos de propiedad privada. Esto habría permitido a mil millones de personas “escapar de la extrema pobreza”. Pero su marco ignora el hecho de que, la colectivización forzosa del Gran Salto Adelante y la política privatizadora Denguista, fueron agresiones violentas contra los derechos comunales de los aldeanos a la tierra. Naomi Klein, en No Logo, cita los lamentos de trabajadores de maquila chinos, sobre si los derechos comunes de sus familias no hubiesen sido robados y transferidos a granjas capitalistas o zonas industriales, preferirían con mucho trabajar la tierra.
Antes del fin, no dejemos pasar este error:
Uno de los sectores que aún se ajusta, más que casi cualquier otro, a los principios del libre mercado es la industria tecnológica, en la cual Gates y Bezos han amasado sus fortunas.
Ganaron su riqueza en gran medida ideando nuevas tecnologías y modelos de negocio que crearon oportunidades y productos donde antes no existían. Su capital inicial provino en parte de la inversión de sus propios salarios duramente ganados, y en parte de otros que invirtieron en ellos voluntariamente. Contrataron empleados voluntarios para construir los productos y operar las empresas en condiciones contractuales que nadie se vio obligado a aceptar. Y cuando los productos estuvieron listos, se vendieron a clientes dispuestos en transacciones mutuamente beneficiosas.
Exacto -el sector tecnológico, cuyo modelo de negocio depende incluso más que el resto de la economía corporativa de los monopolios estatales sobre la propiedad intelectual, “ se ajusta, más que casi cualquier otro, a los principios del libre mercado”. Olvidá las altamente intrusivas (por no decir totalitarias) disposiciones de anti circunvención de la Digital Millennium Copyright Act; las constantes y arbitrarias eliminaciones de contenido en YouTube bajo la DMCA; o las incautaciones administrativas masivas de dominios por parte del Departamento de Justicia, todo basado en la pretensión de “poseer” los derechos a controlar quién puede replicar una cadena de información. Olvidá también la figuras delictivas en las leyes de modelo de negocios, de las que depende el monopolio de Amazon. Nunca pasó.
Fueron otras personas quienes “idearon” esas “nuevas tecnologías”. Fue solo el cercamiento de la función crediticia, mencionado arriba, lo que les permitió cercar también las ideas ajenas y lucrar con ellas. No olvidemos que Bill Gates —quien despreció el software libre y de código abierto como “comunista”-comenzó desenterrando código ajeno de la basura.
En cuanto a los “salarios duramente ganados” de Gates y Bezos… ni siquiera lo tocaré.
Zimet insiste demasiado en lo “voluntario”, “por elección”, “dispuesto” y “nadie los obligó” ¿no? Ignorando así la violencia estructural o las relaciones de poder, y enmarcando toda transacción como “voluntaria” mientras no haya una pistola visible, es típica de la ideología derecho-libertaria. De hecho, los capitalistas y su Estado han invertido una enorme cantidad de trabajo en crear un estado de cosas en el cual las personas acepten “voluntariamente” los tratos de mierda que les ofrecen. La gente siempre aceptará “voluntariamente” la “opción menos mala”; la pregunta correcta es: ¿quién determinó ese conjunto de opciones disponibles?
El conjunto actual de opciones refleja la violencia estructural fundacional y en curso, que sustenta al sistema capitalista, incluyendo -entre muchas otras cosas- los ya mencionados cercamientos de tierra, crédito e información. Marx habría dicho que la historia de esas opciones disponibles está escrita con letras de sangre y fuego.
La retórica derecho-libertaria es acerca de presentar como “voluntario” un sistema basado, hasta la médula, en relaciones de poder coercitivas y en la amenaza permanente de violencia. Afortunadamente, solo logran convencer a quienes forman ya parte del coro: autoritarios golpea-pobres que simpatizan instintivamente con los jefes y propietarios. Y, más que la mayoría, la prosa embetunada de lame-botas de Zimet probablemente suscite respuestas del tipo: “Claro, los pobres jefecitos necesitan toda la ayuda que puedan conseguir”.
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