Por Kevin Carson. Artículo original: The Myth of the Private Sector, Part I: Why Big-Small and Vertical-Horizontal Trumps “Public-Private”, 5 de noviembre 2020. Traducido al español por Camilo Salvadó.
Hoy (28 de octubre) Rachel McKinney, una amiga que trabaja como profesora de filosofía, se quejó en Twitter de que estaba tratando de crear un examen parcial y “Blackboard (pizarra) es una basura. No hay forma intuitiva de dividir las preguntas en secciones, no puede dar instrucciones para secciones específicas, no puede modular para requerir respuestas de, por ejemplo, 10 de 15 preguntas a elección de los estudiantes”.
Tal como sospeché, al preguntarle, explicó que la elección del programa fue involuntaria: “los tres grandes son Blackboard, Canvas y Moodle, softwares de gestión del aprendizaje’. Las instituciones eligen uno y los instructores tienen que usarlo. Blackboard es la más antigua, la más tosca y, con mucho, la peor”.
Esto es exactamente como el programa de gráficos que usábamos en el hospital donde trabajaba. Es desarrolado por una burocracia compartimentada corporativa, para su venta a otra burocracia corporativa, y de uso obligatorio por una clientela cautiva de empleados – todo ello con cero retroalimentación de los usuarios en algún punto del proceso.
La experiencia de Rachel, y la mía, son ejemplos típicos de la incompetencia de los departamentos institucionales de TI, eligiendo programas de “productividad” para clientelas cautivas sin retroalimentación alguna.
Como Tom Coates observó hace años, la proliferación de utilidades individuales de escritorio y basadas en navegador -muchas de ellas gratuitas y Open Source (Código Abierto)- significa que la brecha de calidad entre lo que se puede lograr en el hogar y lo que se puede lograr en el trabajo se ha reducido o eliminado. Yo iría más allá, y diría que las personas suelen ser mucho más productivas fuera del trabajo, cuando pueden usar las utilidades de su propia elección, que cuando tienen que usar la basura que les obligan a tragar en el trabajo.
Veamos otra anécdota de mi experiencia. Cuando me mudé a mi hogar actual hace cinco años, la parcela de tierra semirrural en la que vivo se separó de una parcela mayor. Los meses siguientes, los GPS usados por los conductores de FedEx y UPS no reflejaron el cambio, por lo que constantemente recibía notificaciones por correo electrónico de que un paquete no se entregó porque “la dirección no existe”.
Llamé repetidamente a las empresas, explicando la situación, dando instrucciones detalladas sobre cómo encontrar mi casa. Sin embargo, las fallas en la entrega continuaron porque -debido a una perversidad de la cultura institucional-, los conductores prefirieron confiar en su GPS antes que en sus propios ojos mentirosos. Finalmente, después de muchos meses, logré hablar con alguien en un nodo logístico regional que puso mis direcciones en la computadora para señalar automáticamente al conductor; desde entonces he recibido un servicio bastante confiable.
Del Servicio Postal, por otro lado, he recibido entregas de paquetes en su mayoría confiables desde que me mudé aquí. La razón es que el cartero es alguien que vive en este pueblo y conoce la ruta porque la ha conducido durante años.
La Oficina de Correos del “sector público” es mejor que la UPS del “sector privado” al hacer uso de lo que Friedrich Hayek llamó el “conocimiento distribuido” o “situacional” de sus trabajadores.
Todos estos ejemplos sugieren que la distinción, enfatizada en la ideología libertaria de derecha -es decir, lo que los estadounidenses generalmente piensan cuando escuchan la palabra “libertario”- entre “público” y “privado” es considerablemente menos importante que diferencias en el estilo organizacional, cuando se trata de cosas como la eficiencia operativa de una institución o el grado relativo de libertad que sienten quienes interactúan con ella. En una tipología de instituciones genuinamente libertaria, la dicotomía público-privado en la mayoría de los casos es menos útil que la dicotomía entre grande y pequeño, vertical y horizontal, y autogestionario versus jerárquico.
En la tipología de instituciones de Paul Goodman en People or Personnel, las grandes instituciones autoritarias, como agencias gubernamentales y corporaciones capitalistas, se parecen más entre sí, ya sean nominalmente “públicas” o “privadas”, que las pequeñas organizaciones autogestionadas.
En una empresa centralizada, la función a realizarse es la meta de la organización más que de las personas…. La autoridad va arriba- abajo. La información se recopila desde abajo en el campo y se procesa para que pueda ser utilizada por los de arriba; las decisiones se toman en la sede central; las políticas, cronogramas y procedimientos estándar se transmiten hacia abajo por la cadena de mando. La empresa en su conjunto se divide en departamentos de operación a los que se asigna personal con funciones distintas, para dar un rendimiento estándar…. El sistema fue ideado para disciplinar a los ejércitos; llevar registros, recaudar impuestos y realizar funciones burocráticas; y para ciertos tipos de producción en masa. Ahora es generalizado.
El principio del descentralismo es que las personas se dedican a una función y la organización es la forma en que cooperan. La autoridad se delega lejos de “arriba”, tanto como sea posible y hay muchos centros de decisión y formulación de políticas. La información se transmite y discute cara a cara entre el campo y la sede central. Las personas se vuelven cada vez más conscientes de la operación completa, y trabajan a su manera, según sus capacidades. Los grupos organizan sus propios horarios.
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Lo que aumenta los costos en las empresas que usan los sistemas centralizados interconectados de la sociedad, ya sean comerciales, oficiales o institucionales sin fines de lucro, son todos los factores de organización, procedimiento y motivación que no están directamente determinados por la función y el deseo de realizarlo. Patentes y rentas, precios fijos, escalas sindicales, subsidios, beneficios marginales, salarios de estatus, cuentas de gastos, proliferación administrativa, papeleo, gastos fijos permanentes, relaciones públicas y promoción, pérdida de tiempo y habilidades al dividir tareas entre departamentos, pensamiento burocrático de tacañeria y despilfarro, procedimientos inflexibles y una programación apretada que exagera las contingencias y las horas extra….
Pero cuando las empresas son llevadas autonomamente por profesionales, artistas y trabajadores intrínsecamente comprometidos con el trabajo, hay economías en toda línea. La gente se las arregla con los medios. Gastan en valor, no en convenciones. Improvisan procedimientos de manera flexible a medida que se presentan oportunidades y emergencias. No miran el reloj. Se ponen en práctica las habilidades disponibles de cada persona. Se evade el estatus y si es neecsario, se aceptan salarios de subsistencia. La administración y los gastos generales son ad hoc. La tarea se verá más en su esencia y no en abstracto.
De hecho, la distinción entre gobierno y empresa privada, tan extendida en las polémicas libertarias de derecha, carece en gran medida de sentido.
En primer lugar, la gran corporación es parte de una red entrelazada de instituciones que incluye al Estado. Lo han señalado sociólogos de la élite del poder, como C. Wright Mills y G. William Domhoff, la sociedad estadounidense está gobernada principalmente por una constelación de agencias federales centralizadas en el Poder Ejecutivo, unos cientos de grandes corporaciones y bancos, junto a un número comparable de tanques de pensamiento y fundaciones. Todas estas instituciones están dirigidas por la misma cantera de personal que circula entre ellas; para verificar esto, solo necesita mirar las direcciones entrelazadas de corporaciones y bancos, junto con la cantidad de secretarios y subsecretarios en cualquier departamento del Gabinete federal y las corporaciones en las que anteriormente se desempeñaron como directores o vicepresidentes (y viceversa).
Segundo, el Estado funciona principalmente como Estado capitalista, llevando a cabo funciones de apoyo necesarias para las grandes empresas. El modelo de ganancias de las grandes empresas – y en menor medida, pero significativamente, el del capital en su conjunto – depende directamente del Estado. La mayor parte de las ganancias corporativas provienen de subsidios estatales directos o de rentas económicas extraídas con la ayuda de monopolios impuestos por el Estado, barreras de entrada y restricciones a la competencia. Una de las funciones principales del Estado es socializar los costos y riesgos operativos de las grandes empresas y subsidiar una parte importante de sus insumos.
En general, el tamaño y la estructura interna de una institución nos dicen mucho más sobre su naturaleza real -no solo su nivel de eficiencia, sino también su relativo libertarismo o autoritarismo, y su papel en el sistema general de poder- que si son nominalmente “públicas” o “privadas”. Una empresa pública cuyas operaciones se rigen sobre una base cooperativa de partes interesadas, es más libertaria, desde el punto de vista de aquellos que utilizan sus servicios -independientemente de su propiedad “pública” o “privada” nominal- que una empresa de servicios públicos de propiedad corporativa o estatal con un jerarquía tradicional gerencial/burocrática. Asimismo, un proyecto de covivienda autogestionado por sus residentes es más libertario desde el punto de vista de quienes viven en él, que un proyecto tradicional de vivienda pública estatal o un complejo de apartamentos en propiedad privada de una terrateniente.
Y las alternativas de autogestión, ya sean nominalmente “públicas” o “privadas”, son, en términos prácticos, mucho más fáciles de empujar en una dirección libertaria o anarquista, que las burocracias estatales o las corporaciones capitalistas.
Debemos ir más allá del marco estándar de los debates centrados en la “privatización” capitalista del modelo libertario de derecha versus la “nacionalización” defendida por la vieja izquierda, y en su lugar, centrarnos en descentralizar todas las instituciones al nivel local y democratizar su gobernanza interna. ¡Sin jefes, sin terratenientes, sin burócratas!
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