The following article is translated into Spanish from the English Original, written by Sheldon Richman.
Una elección más que dejamos atrás, y mucha gente sigue regocijándose en el esplendor de la democracia. Ya sabes, ese tipo de personas (Chris Matthews de MSNBC es un ejemplo prototípico) que piensa que no hay nada mejor en la vida que ser capaz de votar por la persona que regentará el gobierno. (A veces hasta dicen “conducir el país”).
“Considérate afortunado”, nos dicen. “En otras partes del mundo la gente no puede hacer lo que para ti es un derecho”. Esto implica que el elemento más importante que le falta a a la vida de esa gente es el derecho a acercarse a las urnas para depositar su voto, y de esta manera “ejercer su voz” en cuanto a quién “los liderará”. Yo diría que en realidad ellos carecen de cosas más importantes; al fin y al cabo un solo voto rara vez hace la diferencia.
Mírate en el espejo. Si esa persona que ves se hubiese quedado en casa el día de las elecciones, Barack Obama habría sido reelecto de todas maneras. No importa que si varios millones de personas que votaron por Obama se hubiesen quedaron en casa, hubiese ganado Mitt Romney. Ninguna persona en particular controla varios millones de votos. Cada individuo decide por él o por ella misma si acude a los centros de votación o no, y nadie decide por alguien más. Por lo tanto, tu voto no cuenta.
Es así como ésta diferencia entre las sociedades que votan para decidir quienes son sus “líderes” y aquellas que no lo hacen no es tan grande como parece. ¿Hay alguna otra diferencia que podría ser más significativa?
He aquí una posibilidad: La libertad de expresión, o el derecho a decir lo que quieras. Para muchos libertarios civiles este derecho es lo que distingue a un país libre de uno que no lo es. Cada persona tiene derecho a expresar su opinión. Mientras esto sea verdad, somos gente libre. O al menos eso es lo que nos dicen.
Es cierto que los estadounidenses podemos expresar nuestras opiniones sin temer que el gobierno tome represalias contra nosotros, y eso está muy bien. Lo mismo no puede decirse de Corea del Norte, o Cuba o Arabia Saudita, o incluso de algunos países democráticos. ¿Pero es esto lo que realmente hace que un país sea libre?
No estoy convencido. Por supuesto que es bueno poder expresarse en contra de las políticas del gobierno. ¿Pero cuán efectivo es? Yo odio el hecho de que el gobierno de los Estados Unidos tenga soldados alrededor del mundo. Detesto que los militares ocupen Afganistán y se inmiscuyan en guerras civiles. Me horroriza el hecho de que el presidente tenga una lista de personas a asesinar de la que escoge objetivos humanos, para después despachar vehículos no tripulados a control remoto para matarlos con misiles Hellfire, asesinando a mucha gente inocente en el proceso, las más de las veces. Yo hablo y escribo sobre esas cosas todo el tiempo. ¿Y de qué ha servido? Ambos candidatos presidenciales apoyan estas políticas, por lo que hubiesen continuado independientemente del ganador de las elecciones.
La libertad de expresión, entonces, no es la panacea que nos han hecho creer. Quizás la gente de Corea del Norte, Cuba o Arabia Saudita y otros países por el estilo no ganarían tanto como nos gustaría creer si esa libertad fuese respetada por los tiranos que los rigen.
De hecho, hay una libertad aún más importante de la que no disfrutan, y de la que los estadounidenses tampoco disfrutamos: La libertad de desligarnos del estado. Si piensas que la libertad de hablar contra el estado es importante, deberías pensar en la importancia de la libertad de poder salirse totalmente del sistema estatal.¡Esa sí que sería una libertad de verdad!
La libertad de desligarte del estado significa que nadie pueda forzarte a participar en ninguna actividad gubernamental que objetases. Si quisieras encargarte de manejar tus ahorros para la jubilación, podrías salirte de la seguridad social. Si quisieras encargarte de comprar servicios de salud por tu cuenta, podrías desligarte de Obamacare o Medicare. Si no quisieras ayudar a la agroindustria o a Wall Street, podrías elegir no financiar esquemas de subsidio o salvatajes bancarios. Y así sucesivamente.
Piénsalo: si la guerra de los vehículos no tripulados contra los niños de Afganistán, Yemen y Somalia te parece repulsiva, podrías rehusarte a pagar por ella. Si al pensar cómo soldados trogloditas rompen puertas durante redadas nocturnas en Afganistán te produce escalofríos, podrías retirarles tu apoyo financiero. Si crees que la guerra contra ciertos productores, vendedores y consumidores de drogas es inmoral, simplemente podrías decir no a aquellos que la perpetran.
Esto no se desharía del estado inmediatamente, tal como nos gustaría a los anarquistas. Pero seguramente sería mucho mejor de lo que tenemos ahora.
Artículo oroginal publicado por Sheldon Richman, el 11 de noviembre 2012.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.