Gary Chartier. Título original: A Strange Understanding of Small, del 15 de enero 2016. Traducido al español por Antonio J. Ferrer.
La vocera conservadora Laura Ingraham tiene una noción muy extraña de lo que es un gobierno pequeño. Desafortunadamente, no está sola.
Cuando Nikki Haley presentó la respuesta republicana al último discurso de la Unión de Barack Obama acerca de la xenofobia y la paranoia fronteriza, Ingraham estuvo decepcionada. Expresó vía Twitter “Lástima que @NikkiHaley perdió la oportunidad de ponerse del lado de la clase trabajadora, que quiere fronteras cerradas, los trabajadores americanos primero y así se encoge el gobierno”.
No es difícil analizar el tuit de Ingraham. Ella quiere que el gobierno de los EEUU controle vigorosamente la inmigración. Quiere que el gobierno de los EEUU intervenga en la economía para evitar que los trabajadores extranjeros de competir con los trabajadores que tienen green cards y pasaportes estadounidenses. Y quiere encoger el gobierno al que cree que deben de dársele estas tareas.
No hay necesariamente una contradicción entre el último fin y los primeros dos. Tal vez Ingraham cree que el gobierno debería ser mucho menos activo en otras áreas que no sean el control migratorio y que estas áreas deberían recibir mucho menos fondos. Pero si hay una tensión entre estar a favor de un gobierno limitado y aceptar el tipo de programas que favorece Ingraham.
Las denominadas medidas de “seguridad fronteriza” involucran una mayor militarización de las fronteras del país y un riesgo mayor del uso de fuerza letal. Involucran más (y más costosas) intrusiones en la privacidad de la gente y mayores inconveniencias para los viajeros, dado que quienes cruzan la frontera estarían sujetos a escrutinios más rigurosos y rastreados más cuidadosamente. Y por supuesto, esto costaría mucho dinero — y sería financiado utilizando los impuestos de los estadounidenses comunes. La seguridad fronteriza significa un gobierno grande.
Los programas diseñados para evitar que las personas sin permiso del gobierno de EEUU trabajen ahí llevaría a un invasivo monitoreo de los lugares de trabajo, la creación de bases de datos gubernamentales que pueden significar una amenaza a la privacidad, interferencias con la libertad de contrato entre trabajadores y empleadores, redadas hechas por el servicio migratorio y la detención o el encarcelamiento de trabajadores que no tuviesen la documentación adecuada, también significa el asentamiento decisivo del principio de que en última instancia el gobierno tiene derecho de decidir quien tiene y quien no tiene derecho a trabajar. Y, de nuevo, estos programas serían financiados con impuestos, lo que significa que los estadounidenses comunes tendrían que pagar por ellos. Poner a los trabajadores estadounidenses primeros a la manera de Ingraham significa tener un gobierno grande.
El candidato presidencial republicano Ted Cruz parece estar de acuerdo con una visión de proteger a los trabajadores como propone Ingraham. Cruz se burla de aquellos que están a favor de reducir las restricciones migratorias, sugiriendo que los abogados, banqueros y periodistas estarían de acuerdo con el control migratorio si los inmigrantes amenazaran sus trabajos. “Entonces, veríamos historias sobre la catástrofe económica que está azotando nuestra nación” dice.
Usar la fuerza para evitar que la gente se mude al otro lado de líneas arbitrarias impone grandes costos humanos sin ninguna justificación satisfactoria. Interfiere con las relaciones consensuales entre los migrantes y aquellos que deciden ofrecerles trabajos o vivienda. Y eso es suficiente para que sean cuando menos problemáticos. Pero el hecho es que los controles migratorios no solo son objetables por los costos que imponen a los migrantes y a aquellos a los que les gustaría hacer negocios con ellos.
Los críticos de la migración actúan como si la economía fuese un juego de cero-suma, en el que los migrantes representan pérdidas de empleo para otros trabajadores. Pero los críticos ignoran tanto los beneficios que el trabajo de los migrantes aporta a los consumidores y las ganancias totales que ayudan a obtener a la mayoría de los trabajadores. Los inmigrantes ayudan al crecimiento de la economía doméstica y mundial en parte porque son más productivos en el ambiente económico más tecnológicamente avanzado de los EEU. Contribuyen de manera consistente y predecible a la producción de bienes y servicios valiosos. Sus remesas — el dinero que envían a sus países de origen— pueden ayudar a paliar la pobreza en estos. Los economistas han demostrado repetidamente que su presencia significa ventajas económicas profundas para una gran cantidad de aquellos que pertenecen previamente a las sociedades a las que se incorporan estos migrantes. La inmigración no es una calamidad: es una bendición.
El respeto por las personas significa dejar que los inmigrantes trabajen y cumplan sus acuerdos residenciales con aquellas personas que quieren contratar con ellos. El tomar seriamente el juicio de los economistas significa reconocer que los inmigrantes acrecientan el pastel económico de formas que benefician a muchas, muchas personas aparte de a sí mismos. Además, la migración es una forma clave para que la gente escape a una vida de pobreza. Y estas consideraciones deberían ser suficientes para incentivarnos a estar abiertos a políticas migratorias más libres.
Pero incluso las personas a las que no les convencen estas consideraciones deberían ver claramente que el controlar la inmigración a la manera que Ingraham y Cruz (entre otros) querrían hacerlo involucra hacer al gobierno más poderoso e intrusivo. Si te opones a la idea de un gobierno grande porque este sería costoso e intrusivo, tienes todas las razones para apoyar la libertad migratoria.