De Bent Delbeke. Original: The Concentration of Capital, del 24 de agosto 2021. Traducido al español por Diego Avila.
La Concentración del Capital: Las Ventajas de los Mercados no Capitalistas
Un problema inherente al capitalismo (y quizás el mayor) es la concentración del capital. Veámoslo bajo una luz crítica.
La concentración del capital es un resultado directo de la construcción capitalista de la propiedad legal: al contrario a (por ejemplo) la libertad de expresión, que es un derecho muy práctico, este «derecho» es un derecho hipotético que sólo puede ejercerse si las circunstancias de uno lo permiten. No es el caso de las libertades puras, como la libertad de religión o la libertad de reunión, que cualquiera, en cualquier lugar, puede ejercer si lo desea. Al Estado, y a la mayoría de la gente, le parece normal que una persona no tenga los medios necesarios para ejercer este derecho, pero ¿por qué?
El problema de la concentración del capital se basa en este «derecho» de propiedad. Porque el capitalismo funciona según este principio: cuanto más capital se tiene, más rápido se multiplica ese capital. Y así, la suerte marca las clases, y la suerte (o la falta de ella) de nuestros antepasados sigue afectándonos hoy. La movilidad social puede ser mayor que nunca gracias a la tecnología, pero aún así se ve perjudicada por el capital y la propiedad. El trabajo es recompensado con salarios por hora que son una fracción del valor del producto que ellos, los trabajadores, producen, mientras que el capital se duplica, se triplica, con cada inversión… ¿Cuánto tiempo más podemos pretender que esto es de alguna manera una ley legítima de la naturaleza y no una construcción monstruosa inherente sólo al capitalismo?
La propiedad colectiva del capital es una solución obvia a este problema, pero ¿cómo la organizamos? Hay varias direcciones generales que se pueden seguir. Por un lado, está la propuesta de los leninistas y estalinistas: en la que el Estado es una especie de mediador para el proletariado, en todos los asuntos, así que la economía también. Esto no puede sino terminar en la tiranía de los burócratas que se llaman a sí mismos proletarios, pero son duques y reyes del terror rojo. En resumen: aristócratas corruptos, mafiosos. Este sistema es tan defectuoso como nuestra jerarquía actual, no debemos conformarnos con revertir o reformar las jerarquías del capitalismo y del Estado: debemos borrarlas. La segunda opción es la anarquía: tener todos los asuntos que en épocas anteriores se consideraban asuntos del Estado o del capital, en manos de comunas o asociaciones consensuadas. La tercera opción es una mezcla, en la que asuntos como la policía y la defensa siguen estando en manos del Estado pero de forma más democrática (aunque todavía electoralmente), pero los asuntos económicos se ponen en manos de los propios trabajadores.
La primera opción es la muerte del movimiento obrero y la tiranía asesina. La tercera opción es mejor, pero aun así, el Estado puede abusar de su poder, y la gente sigue dividida en clases.
En cambio, lo ideal sería considerar a la gente como individuos, como egos que flotan en la llanura, y todos estos individuos deberían tener el espacio de movimiento que merecen. Para ello, necesitamos la anarquía y la propiedad consensuada de los medios de producción y la organización consensuada de la sociedad. Sólo entonces liberaremos verdaderamente al pueblo, a todo el pueblo, no sólo a las personas de una determinada clase, raza, género o sexo.
Ahora bien, para elegir la forma en que estos colectivos voluntarios de individuos libres interactúan entre sí, sólo tenemos dos opciones: el mercado socialista, basado en la teoría valor-trabajo y el intercambio voluntario, o la economía planificada, basada en el principio de «a cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades». Es una escisión entre el anarquismo de inspiración más marxista, como el anarcocomunismo, y el anarquismo de mercado del mutualismo (seguido por el agorismo y el egoísmo, etc.), con los bakuninistas colectivistas en algún punto intermedio. Para mí, la decisión es clara.
Debemos favorecer el mercado, porque una economía planificada, en primer lugar, necesita de la burocracia, que en una sociedad anarquista es casi imposible de organizar. Porque todas las funciones que el mercado normalmente llevaría a cabo, serán entonces sustituidas por funcionarios y delegados elegidos. Estos están perfectamente bien si se cumplen los principios de la federación, por ejemplo, que esos delegados se adhieran plenamente a la voluntad de la comuna o del grupo. Sin embargo, no debería haber más de los necesarios, ya que esto es peligroso, pues cuantos más delegados y representantes se tengan, más posibilidades de que aparezca el poder y la jerarquía. Por lo tanto, debemos concluir que el mercado socialista tiene más en cuenta las libertades individuales de intercambio voluntario y es más eficaz en la lucha contra la jerarquía.
La propiedad y la concentración de capital inherentes al capitalismo arruinan ese mercado «libre» ya que crea jerarquías y desigualdades. Estas desigualdades no son sólo el resultado de los propios individuos. El mercado, si es verdaderamente libre, sin concentración de capital ni jerarquías de ningún tipo, aportará los motivos para que el cambio y la tecnología prosperen. Y por tanto, es nuestra mejor opción.