De Emile Phaneuf. Artículo original: How Cost-Benefit Considerations Produced “Progressive” Governance in Pirate Societies, de 2 de julio de 2021. Traducido al español por Diego Avila.
El libro de Peter Leeson, El Garfio Invisible: la economía oculta de los piratas explora otro fascinante relato sobre cómo es posible la gobernanza1 en la anarquía. Leeson distingue entre la mano invisible (el«Orden oculto» presente en la metafórica anarquía del mercado) y el gancho invisible (el «orden oculto» en la anarquía literal de las sociedades piratas). El argumento principal es que el propio interés de los piratas de principios del siglo XVIII los llevó a descubrir formas creativas de lograr la cooperación a pesar de la incapacidad de confiar en las instituciones gubernamentales formales para resolver sus disputas o proporcionar normas o protección (dado que los piratas eran, casi por definición, forajidos). Resulta interesante comprobar que las instituciones informales de gobernanza de las sociedades piratas, en muchos aspectos, serían lo que podríamos considerar como, bueno, progresistas.
No cabe duda de que los piratas eran malos. Sin duda, robaban para vivir, a veces recurrían al asesinato, al reclutamiento, a la tortura y a la esclavitud. Pero, como señala Leeson, «[Por] la necesidad del interés propio, los delincuentes desordenados, desagradables y violentos se las arreglaban para mantener sociedades sorprendentemente ordenadas, cooperativas y pacíficas a bordo de sus barcos».
Sistema de gobernanza
Los piratas vivían de acuerdo con un estricto código de reglas llamado «artículos de acuerdo» (o «código pirata») que regía su comportamiento y servía de constitución para sus sociedades flotantes. Este «código pirata» servía como bien público para resolver el problema del free-rider al que se enfrentaban los piratas, ya que los intereses de cada individuo podían verse beneficiados por el hecho de holgazanear en el trabajo mientras fingían dar su mejor esfuerzo.
Aunque las constituciones de los piratas variaban de una tripulación a otra, señala Leeson, la esencia solía ser la misma.
Los piratas también incluían en sus constituciones disposiciones relativas al bienestar social. Se pagaban diversas cantidades a los piratas en función del tipo de herida o miembro perdido en la batalla.
La gobernanza de estas sociedades de bandidos marítimos flotantes también contaba con un estricto imperio de la ley –en el que los capitanes eran iguales “legalmente” a los miembros de la tripulación–. Las tripulaciones también mantenían el «derecho irrestricto a deponer a cualquier capitán por cualquier razón». Como freno a la depredación de los capitanes, éstos sólo adquirían poder durante las batallas; en tiempos de paz, el intendente resolvía las disputas, administraba la disciplina, etc.
Leeson contrasta este relativo igualitarismo con el de los barcos mercantes, en los que la depredación del capitán era un problema importante debido a una estructura de incentivos muy diferente.
Las escalas salariales en las sociedades piratas también eran relativamente planas. Los capitanes y los intendentes, por ejemplo, podían ganar una parte y media o dos por cada parte de los miembros ordinarios de la tripulación, mientras que, en los barcos mercantes, la paga de un capitán y de un intendente era cuatro o cinco veces mayor que la de sus tripulaciones.
El sistema de gobernanza de los piratas era, lo que denominaríamos democracia constitucional, «[anterior] a la democracia constitucional de Francia, España, Estados Unidos y posiblemente incluso Inglaterra».
Se podría perdonar la conclusión de que un capitán pirata histórico como Barbanegra podría haber diseñado ese sistema. Pero uno se equivocaría al pensar así. Como dice Leeson:
«…en la medida en que [el «código pirata»] existía como un cuerpo de reglas para toda la profesión, [eso] emerge de las interacciones piratas y del intercambio de información, no de un rey pirata que diseñó e impuso centralmente un código común a todos los bandidos marítimos actuales y futuros».
Tolerancia relativa
Otro factor notable con visión a futuro de la vida pirata fue el trato relativo que recibían los negros en los barcos piratas en comparación con los barcos mercantes y navales de la época. A los negros se les ofrecían a menudo los mismos derechos que a los miembros blancos de la tripulación y eran más numerosos que sus homólogos mercantes y navales. (En los barcos mercantes, los negros eran predominantemente esclavos).
Para entender el contexto histórico, hay que recordar que la cobertura de Leeson de la edad de oro de la piratería se centra en las tres primeras décadas del 1700. Como perspectiva, la esclavitud siguió siendo legal en Inglaterra hasta 1772 y en las colonias británicas hasta 1833.
Algunos piratas poseían esclavos negros. Así, estos «bandidos del mar» no eran en absoluto seres humanos especialmente ilustrados. Todo lo contrario. También tenían prejuicios. Pero en la medida en que los piratas demostraban un poco de tolerancia, lo hacían porque «les importaba más el oro y la plata que el blanco y el negro».
Para enfatizar el punto de que la tolerancia pirata tiene más que ver con consideraciones de costo-beneficio, que, con la bondad del corazón de un pirata, considere que 1719 marcó el año en que la guerra del gobierno británico contra la piratería entró en pleno apogeo. La probabilidad de que un pirata fuera juzgado y condenado por piratería aumentó significativamente a partir de entonces. Por lo tanto, sabiendo que un esclavo puede tener más probabilidades de testificar contra los piratas en los tribunales, argumenta Leeson, los piratas se sintieron más inclinados a extender una invitación a los negros para unirse a sus filas como compañeros piratas libres después de 1719. Aquellos a los que se les ofrecía tal invitación «tenían el mismo derecho de voto en la democracia de los piratas y probablemente recibían una parte igual del botín de los piratas».
En cuanto a otro aspecto de la tolerancia social, Leeson cita al historiador B.R. Burg, quien sostiene que los piratas eran «una comunidad de homosexuales». Había, por supuesto, piratas casados (con mujeres) y los que perseguían a las prostitutas. De hecho, normalmente no se permitía la presencia de mujeres a bordo de los barcos piratas para evitar distracciones sexuales que pudieran interferir en el éxito de la piratería.
Aunque Leeson escribe que cree que Burg puede estar exagerando el alcance de la homosexualidad entre las tripulaciones piratas, es ciertamente razonable concluir que «la homosexualidad no se limitaba a los marineros de agua dulce», y especialmente, si las tripulaciones piratas tenían efectivamente una representación relativamente alta en este ámbito, que podríamos encontrar más tolerancia social también aquí.
«Las nociones ilustradas sobre la igualdad o los derechos universales del hombre no produjeron la tolerancia de los piratas. En su lugar, simples consideraciones de coste-beneficio impulsadas por la estructura de compensación del empleo criminal de los piratas fueron responsables de esta tolerancia».
Reducción del daño
Leeson sostiene que los piratas utilizaban sus banderas (incluida la célebre Jolly Roger) para señalar su disposición a asesinar y torturar a las tripulaciones de los barcos objetivo que se resistieran con armas o que escondieran el botín o lo tiraran por la borda para evitar la confiscación pirata. Estas banderas eran muy eficaces, ya que las tripulaciones de los barcos objetivo no solían oponer resistencia alguna y permitían que se les arrebatara el botín con facilidad. La Jolly Roger y sus variantes constituían una amenaza creíble debido a la reputación que se habían forjado los piratas al cometer formas sádicas de tortura sobre las tripulaciones y los capitanes que se resistían, escondían el botín o lo tiraban por la borda.
El principal objetivo de los piratas era beneficiarse a través del robo –no a «[volar] sus premios en pedazos… [o brutalizar] a sus cautivos». Irónicamente, «los innobles motivos de los piratas –la avaricia interesada– suavizaban los daños que sufrían las víctimas de los piratas».
Evitar el reclutamiento
Cabría esperar que un grupo de hombres que se ganan la vida robando no tuviera reparos en reclutar a sus miembros. Pero, como señala Leeson, el reclutamiento era la excepción, no la regla.
La piratería era «considerablemente más fácil, menos abusiva y ofrecía unas posibilidades de ingresos sustancialmente mayores» que la vida en la Marina Real. Por ello, los piratas no tenían muchas dificultades para reclutar nuevos miembros, y las tripulaciones de los barcos que los piratas habían atacado solían ofrecerse como voluntarios para unirse a sus captores piratas.
Leeson señala que, dado que los reclutas no recibían ninguna parte del botín y los hombres libres sí, se podría pensar que los piratas, como práctica habitual, preferirían el reclutamiento a la incorporación de nuevos miembros. Pero resulta que el reclutamiento presentaba problemas para el autogobierno de los piratas.
Todos los piratas, reclutados o no, tenían que prestar juramento de respetar sus estatutos. El acuerdo unánime y voluntario de los artículos era el motor que permitía la cooperación entre los ladrones. Por ello, resultaba más costoso aceptar como miembros a los piratas reclutados. De hecho, «la conscripción podía socavar el propio propósito al que servían los artículos».
Curiosamente, señala Leeson, cuando el gobierno británico atrapaba a los piratas in fraganti y los juzgaba en los tribunales, si el (presunto) pirata podía convencer al tribunal de que su participación era involuntaria, tenía la posibilidad de ser liberado. Así, muchos piratas «reclutados» estaban, como dijo el capitán Johnson, «dispuestos a ser forzados».
Como vemos de nuevo, los incentivos importan.
Observaciones finales
En conclusión, incluso en una sociedad de piratas «sin ley» y con ánimo de lucro, descubrimos una forma peculiar de autogobierno, que surge de forma espontánea. Leeson argumenta que sólo con el campo de la economía podemos dar sentido a una sociedad así, con muchas contradicciones aparentes.
Sin la economía, escribe Leeson, los piratas son «pacifistas sádicos, homosexuales mujeriegos, socialistas sedientos de tesoros y locos que burlan a las autoridades. Son forajidos sigilosos que anuncian ruidosamente su presencia con banderas de calaveras y huesos. Son libertarios que reclutan a casi todos sus miembros, demócratas con capitanes dictatoriales y anarquistas sin ley que viven según un estricto código de reglas. Son terroristas tortuosos que provocan la adoración de los hombres honestos».
1- N.T: No se debe confundir como símil el término “gobernanza” (en inglés, governance) con el término “gobierno” -el cual nos oponemos los anarquistas-, ya que, aunque relacionados, el primero refiere a la capacidad de un grupo de individuos (o una red de instituciones, mayormente no estatales) de organizar e implementar normas comunes de forma colectiva, sin la necesidad de la implementación o la necesidad de una autoridad. Es muy cercano a el concepto de autogobierno –por no decir símil.
Para más información, recomiendo esta fuente con una excelente explicación del concepto: [https://mcginnis.pages.iu.edu/iad_guide.pdf]