De Kevin Carson. Artículo original: Decentralized Economic Coordination: Let a Hundred Flowers Bloom de 15 de junio de 2020. Traducido para el español por Kathiana Thomas.
El problema del cálculo, tal como enunciado por Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, ha sido central para la mayoría de argumentos libertarios en contra de formas coordinación económica no basada en el mercado o en el precio.
La variante Misesiana, presentada en El Cálculo Económico en la Comunidad Socialista y Socialismo, se basa en el rol del precio de los factores de producción en la asignación de estos factores entre los usuarios competentes. Escogemos entre los factores de producción, tal como indica el argumento, para luego decidir cuál de ellos es más económico, al comparar sus precios. Nosotros decidimos qué usos darle mediante la comparación del valor económico producido con el costo del factor de producción.
La versión de Hayek del argumento del cálculo se basa en la complejidad: es decir, la gran cantidad de información por ser procesada. Los precios del mercado asignan miles de distintos recursos entre miles de distintos tipos de producción, de un modo que resultaría imposible llevar a cabo por una burocracia de planificación central.
Voy a decir desde este momento que me mantengo agnóstico en la pregunta de si las formas de coordinación no basadas en el mercado son más efectivas que los precios del mercado. También me mantengo agnóstico en la cuestión de si es posible que una coordinación o una toma de decisión económica racional podría existir en lo absoluto sin los precios del mercado, aunque me inclino a decir que sí. Por lo tanto, si estás buscando un pronunciamiento definitivo acerca de la eficacia comparativa entre la coordinación basada en el mercado y la no basada en el mercado, o el apoyo hacia algún mecanismo de coordinación, has llegado al lugar incorrecto.
Examinaré, sin embargo, varios aspectos de los problemas establecidos por Mises y Hayek que se me hacen particularmente interesantes o relevantes para las cuestiones del cálculo económico.
Para empezar con Mises: si su argumento de fijación de precios de los factores de producción es válido, ya prueba mucho de por sí.
Por una parte, no hay un conjunto de reglas sobre derechos de propiedad que sean claras por sí mismas. Hay un amplio margen de posibles reglas de juego en propiedad. La elección entre estas reglas de juego es lógicamente anterior al funcionamiento del mecanismo de precios del mercado y la determinación de los precios de compensación del mismo.
Se podría argumentar, desde una mirada Coasiana, que el conjunto particular de reglas de propiedad no importan en medida que sean comerciables; indistintamente de cómo sean establecidas, el mercado causará que estas graviten hacia las manos más eficientes. Pero distintas reglas de juego asignan flujos de ganancias a distintos actores —lo cual significa que varían sustancialmente en los efectos de incentivo, dependiendo de en cómo los derechos de propiedad son formulados—. La distribución de los ingresos y los incentivos para producir son bastamente diferentes, dependiendo de si (por ejemplo) el título de tierras arables es provisto a los agricultores o a un arrendatario de la misma. Decir que la asignación específica de los derechos de propiedad no importa mientras sean negociables es tan ridículo como decir que no importa si tengo derecho a no ser asesinado o si alguien más tiene derecho a una compensación por no matarme.
Es un sinsentido decir que los precios del mercado reflejan el valor porque, dependiendo de cómo estas reglas del juego asignen la propiedad, los precios para una cosa dada pueden manifestarse de acuerdo a un número posible de valores. Los economistas que se adhieren al paradigma neoclásico o marginalista bajo cualquier de estas reglas hipotéticas terminarán por defender todos los precios e ingresos como reflejos del valor creado. La pregunta inicial es si las reglas sobre los derechos de propiedad en sí mismas son diseñadas, hablando relativamente, para reflejar costos reales con más o menos exactitud.
Es cierto, resulta tautológico bajo cualquier asignación de derechos de propiedad decir que «la riqueza recompensa la creación de valor», ya que el valor en sí es definido como lo que cualquier persona puede cobrar por cualquier cosa. De acuerdo a la teoría de la productividad marginal, la productividad marginal de cualquier cosa es lo que se añade al precio final de los bienes o servicios. Por lo tanto, si puedes cercar algo necesario para la producción y cobrar un tributo por el acceso a él, lo que el tributo añade al precio que la gente paga por las cosas es la «productividad marginal» de los «servicios» que «contribuyen» a la producción.
Por otra parte, si definimos la creación de valor en términos de la producción directa de valor de uso —la actividad humana involucrada en convertir materiales físicos en nuevas formas, o pensar nuevas y mejores modos de lograr esto— entonces, es claro que (tal como veremos abajo) nuestro sistema actual de derechos de propiedad hacen justamente lo opuesto a recompensar el esfuerzo e ingenio real involucrado en la creación de valor-uso. Después de todo, fue Elon Musk quien llegó a convertirse en un billonario de Tesla, no ninguno de sus trabajadores de fábrica o ingenieros. Se trata de una situación directamente análoga a la Edad Media, cuando era el control al acceso de la tierra del terrateniente feudal, más que su producción de nabos, lo que lo hacía rico.
Debido a esto sería más acertado decir que la asignación racional de factores de producción entre usos alternativos competentes requiere un sistema de reglas de propiedad apropiadamente diseñado. Y dado este criterio, la definición actual de reglas de propiedad bajo el capitalismo es una de las más sub-optimas concebibles.
El sistema de derechos de propiedad que ha prevalecido bajo los últimos siglos de capitalismo no es solo una ilustración del hecho de que los derechos capitalistas de propiedad no emergieron espontáneamente de un estado de naturaleza sin intervención de un Estado, sino también una ilustración de los efectos perversos cuando los derechos de propiedad son malamente establecidos.
Bajo el modelo capitalista prevaleciente, la tierra y la materia prima natural —los cuales son naturalmente escasos y costosos— son artificialmente abundantes y baratos como resultado como resultado del acceso de las clases propietarias a tierras y recursos saqueados y cercados. El capitalismo, sobre algunos siglos pasados, ha seguido mayormente un extensivo modelo de crecimiento basado en la adición de más materia prima, en vez de uno intensivo basado en hacer un uso más eficiente de la materia prima existente. Es debido a esto que el agro-negocio corporativo es tan ineficiente en términos de rendimiento por acre, comparado con las formas de cultivación intensiva a pequeña escala: este trata la tierra como un bien gratuito. Al respecto, las haciendas Latinoamericanas poseen casi 90% de sus tierras malamente obtenidas fuera de cultivación, mientras que los campesinos sin tierras en los aledaños no tienen más remedio que trabajar para ellos como asalariados. Y el gobierno de los EE.UU por su parte paga a agricultores para que mantengan tierras sin uso, por lo que establecerse en tierras cultivables sin usar se convierte en una verdadera inversión inmobiliaria con rentabilidad garantizada.
Durante el siglo pasado o más o menos, la socialización de los factores corporativos se ha convertido en el gasto principal del Estado. El Estado ha subsidiado redes de ferrocarriles y carreteras interestatales, construyó el sistema de aviación civil a expensas de los contribuyentes, da a la industria petrolera y otras industrias extractivas acceso prioritario a tierras públicas, libra guerras por el petróleo y utiliza la Armada para mantener abiertas las vías marítimas para los petroleros y los buques portacontenedores (véase Carson, Teoría de la organización, pp. 65-70).
La industria capitalista sigue un modelo basado en el desperdicio subsidiado y la obsolescencia planificada, en orden de evitar la capacidad inactiva. Los mismos modelos de contabilización utilizados por la gestión corporativa y los econometristas tratan el gasto de recursos como la creación de valor.
En otro lugar, los derechos de propiedad capitalista vuelven las ideas, técnicas e innovaciones artificialmente costosas, erigiendo barreras y puertas de tributación en contra de su adopción, y tornan la cooperación artificialmente dificultosa.
La propiedad intelectual causa terribles distorsiones de precio, por lo que los dueños pueden aplicar rentas de monopolio para la replicación de información (canciones, libros, artículos, películas, software, etc) cuyo costo marginal de reproducción es de cero. Y en el caso de crear copias nuevos diseños para bienes físicos o técnicas de reproducir estas, la mayor parte del precio de un producto viene de las rentas de monopolio integradas con la patente en lugar de los costos reales materiales y laborales.
Los derechos de autor «copyright» en investigaciones científicas y patentes en nuevas invenciones también impide el efecto de «hombros de gigantes», por medio de la cual el progreso tecnológico resulta de las ideas siendo agregadas o combinadas en nuevas formas. Por ejemplo. De acuerdo a Johann Soderberg (Hackeando al capitalismo), mayor refinamiento de la máquina de vapor casi se estancó hasta que la patente de James Watt expiró.
Las patentes permiten a las corporaciones decidir quién sí y quién no está permitido de producir. Como resultado, son capaces de «offshore» la producción y otorgársela a contratistas en países de bajos ingresos, retener un monopolio legal en el derecho de vender un producto, y cobrar enormes márgenes de beneficio sobre el costo real de producción.
Ahora, otro factor de producción que es artificialmente costoso, como resultado de las reglas capitalistas de propiedad, es el crédito. En su panfleto de 1825 «Labour Defended Against the Claims of Capital» (disponible en inglés) Thomas Hodgskin refute el argumento de «fondos laborales» (es decir, que los empleadores adelanten las necesidades de vida a sus trabajadores de un fondo de ahorros acumulado de abstenciones pasadas, y que por tanto están en su derecho de pedir un reembolso por su sacrificio) al sostener que en realidad los diferentes grupos de trabajadores involucrados en la producción constantemente adelantan cada uno sus necesidades de vida, junto con los factores materiales y requisitos de producción, de su propia «producto» u «output». La riqueza del capitalista no es la fuente de estas necesidades y factores de producción, sino solo un reclamo de propiedad sobre el derecho de ofertar factores producidos por otros.
Entre el que produce alimentos y el que produce ropa, entre el que fabrica instrumentos y el que los usa, en pasos el capitalista, que no los fabrica ni los usa, y se apropia del producto de ambos. Con la mayor mano posible transfiere a cada uno una parte del producto del otro, quedándose con la mayor parte. Poco a poco y sucesivamente se ha ido insinuando entre ellos, expandiéndose a gran escala a medida que se ha nutrido de sus trabajos cada vez más productivos, y separándolos tan ampliamente uno del otro que ninguno puede ver de dónde se extrae ese suministro que cada uno recibe a través del capitalista. Mientras despoja a ambos, excluye tan completamente a uno de la vista del otro que ambos creen que están en deuda con él para su subsistencia. Él es el intermediario de todos los trabajadores….
El crédito, en un sistema racional, puede ser organizado cooperativamente por los trabajadores como un sistema de flujo horizontal, adelantando cada uno de su producción sin que se requiera una reserva previa de riqueza. Pero la ley capitalista restringe la oferta de crédito a aquellos con una reserva preexistente de riqueza acumulada (artículo en inglés), permitiéndoles el extraer la renta de la oferta de crédito. (Extrañamente el grueso de los libertarios de derecha de la variante de «dinero duro» objeta, no la restricción del crédito en función de aquellos con las reservas de dinero, sino la «insuficiencia» de crédito en algunos casos en la forma de reservas bancarias fraccionarias.)
Un ejemplo específico de la irracionalidad de este sistema de crédito ha surgido de la pandemia de coronavirus. En discusiones sobre la inhabilidad de diez millones de nuevas personas desempleados en pagar su alquiler, la naturaleza parasítica del latifundismo ha surgido (y con razón). En respuesta, los arrendadores y sus apologistas reprochan que ellos adquirieron sus propiedades para la renta como inversiones, y dependen de los pagos de la renta para pagar sus propias hipotecas. Cualquier interrupción en el flujo constante de pagos de alquiler causaría que los arrendatarios incumplan con el pago de deudas. Pero deténgase a pensar sobre qué revela esto. Si la renta de los inquilinos va directamente al pago de la hipoteca de una propiedad, con el arrendatario como un intermediario quien recibe el dinero de los inquilinos quien a su vez entrega esto al banco —y extrae una comisión por el «servicio» de colocarse entre el inquilino y el banco— esto dice mucho acerca de qué tan irracionalmente organizado es nuestro sistema crediticio.
Irracionalidades similares resultan de la manera en que los derechos de posesión y gobernanza son ideados para la compañía de negocio. Debido a que la autoridad de gobernanza es establecida en una jerarquía de gerentes quienes (al menos teóricamente) representa una clase de accionistas ausentes, en vez de en aquellos cuyos esfuerzos y conocimiento distribuido son en realidad necesarios para la producción, la compañía está plagada de problemas de información e incentivo así como conflictos de interés fundamentales.
Por ejemplo, a pesar de que la mayoría de las mejoras en eficiencia y productividad resultan del conocimiento distribuido de los trabajadores acerca del proceso laboral y del capital humano que ellos han acumulado a través de sus relaciones en el trabajo, estos tienen un incentivo racional para acaparar el conocimiento ya que ellos saben que cualquier contribución que ellos aporten a la productividad será expropiada por la gerencia en la forma de bonos, y usados en su contra en la forma de aumentos y recortes. Y aunque el conocimiento de los trabajadores sobre el proceso productivo es la fuente primordial del mejoramiento de la eficiencia, la administración no puede permitirse confiar a los trabajadores con la discreción para el uso de ese conocimiento, porque sus intereses se encuentran esencialmente en contra de los de la administración. Con el flujo de la información tan grotescamente distorsionada por la jerarquía autoritaria, la administración existe en una burbuja y está obligada a disminuir su dependencia en el conocimiento de los trabajadores, simplificando el proceso de trabajo desde arriba a fin de hacerlo más «legible» (véase James Scott, Ver como un Estado) mediante reglas Tayloristas de trabajo fáciles de captar. Además, la dirección se ve obligada a dedicar enormes recursos a la vigilancia interna y a la aplicación de la disciplina, en comparación con las empresas auto-gestionadas.
Mises desestimó el modelo de social de Mercado de Oskar Lange como «jugando al capitalismo», puesto que los gerentes de las empresas podrían estar arriesgando capital que ellos mismos no poseen o están en posición de perder. Por ende, ellos podrían ser recompensados con los beneficios resultantes de las ganancias de la inversión sin sufrir de las consecuencias personales debido a las pérdidas.
Sin embargo, los gerentes corporativos bajo el capitalismo Americano están jugando al mercado tanto mucho como los gerentes del modelo propuesto por Lange. Los accionistas son los cobradores residuales de la empresa solo en teoría, e incluso entonces, la propiedad legal de hecho está adscrita a una entidad ficticia distinta de cualquiera o de todos los accionistas, individual o colectivamente. En realidad, la dirección corporativa tiene la misma relación hacia el capital de la corporación (la cual esta asegura estar administrando en nombre de los accionistas) que la burocracia Soviética tuvo sobre los medios de producción que esta aseguraba administrar en nombre del pueblo: esto es, una oligarquía que se perpetúa a sí misma en control de una extensa masa de capital sobre la cual tiene absoluta discreción, pero a la cual no contribuyó ni tampoco está en posición de perder personalmente. En este contexto, la aproximación estándar de los gerentes corporativos es la de vaciar la capacidad productiva a largo plazo y destripar el capital humano para manejar los números a corto plazo y jugar con su propia compensación, dejando las consecuencias a sus sucesores después de que se vayan.
Murray Rothbard argumentó que la economía planificada soviética fue capaz de sobrevivir solo gracias a que los planificadores tuvieron las economías occidentales de mercado y sus precios como punto de referencia para asignar precios internamente. Debido a esto, aunque la transferencia de precios asignada por Gosplan y sus gerentes empresariales fueron insatisfactorias, como resultado de no reflejar las condiciones puntuales inmediatas de la Unión Soviética, por lo menos podían trabajar de alguna manera porque estaban ligados indirectamente a los precios del mercado en alguna parte.
Pero bajo el capitalismo corporativo, la gran mayoría de bienes intermedios en el proceso de producción son específicos a los productos producidos por una empresa particular, por lo que no hay mercado para ellos. DoohickeyCo puede comprar acero en el Mercado, pero este fabrica sus doohickeys a partir de «widgets» los cuales están hechos de ese acero a un diseño específico para su modelo particular de doohickey. Por lo que la burocracia corporativa asigna precios de transferencia internos para sus widgets, en aras de que estos puedan ser «vendidos» de una división de la corporación a otra, exactamente en la misma forma en la que un planificador soviético lo hubiera hecho: a través de la referencia indirecta a los precios del mercado externo (los precios del acero, la mano de obra, la electricidad y así que los cuales se utilizaron en su construcción).
En resumen, si algún ambiente puede ser visto como conductivo al «caos calculacional», es el ambiente creado en la economía capitalista que Mises y Hayek defendieron. En cada uno de estos casos, un conjunto de reglas de propiedad más «socialistas» —gobernanza basada en recursos y tierras comunes, información libre, propiedad y gestión de la empresa en manos de los trabajadores— podría resultar en mayor racionalidad de la que tenemos ahora.
En cada caso, los derechos de propiedad son asignados no solo a alguien además de aquellos más interesados en aumentar la eficiencia, sino a alguien cuyos intereses son diametralmente opuestos a los de los productores reales y cuya riqueza e ingresos se derivan de la extracción en forma de rentas de los mismos. Como Kropotkin escribió en Palabras de un Rebelde,
La economía política —esa pseudociencia de la burguesía— no deja de alabar en todos los sentidos los beneficios de la propiedad individual… [sin embargo] los economistas no concluyen, «La tierra al que la cultiva». Al contrario, se apresuran a deducir de la situación, «¡La tierra al señor quien la tendrá cultivada por los asalariados!». [Iain McKay, edición en inglés, Direct Struggle Against Capital: A Peter Kropotkin Anthology]
Por lo que, si es correcto que los factores de producción no pueden ser asignados eficientemente sin un sistema de propiedad racionalmente diseñado, entonces el argumento del cálculo económico de Mises es una denuncia del mismo sistema capitalista el cual intentó defender.
Como asunto secundario, el propio entendimiento de Mises acerca de qué debía ser acarreado por los mercados de insumos o los bienes de los producción fue menos coherente. Sostuvo que el sindicalismo daría lugar a un caos de cálculo porque no habría mercado en los medios de producción. Mientras que su regla para determinar si una economía era suficientemente orientada al mercado para el cálculo económico, fue la existencia de un mercado de valores. Debido a esto, él confundió los mercados de bienes de producción auténticos con los mercados de acciones de empresas, incluso cuando es perfectamente posible el tener un mercado de materia prima y maquinaria sin un mercado de valores.
En cualquier caso, parece al menos plausible que una economía de mercado con unas reglas de propiedad bien diseñadas —digamos, con una gobernanza basada en recursos comunes, fideicomisos de tierras comunitarias, empresas gestionadas por los trabajadores y servicios públicos establecidos como cooperativas de partes interesadas— funcione de manera bastante eficiente en comparación con el sistema capitalista existente.
Respecto a la necesidad de fijar precios de mercado para asignar racionalmente los recursos de entrada, considero que la afirmación categórica de Mises es poco convincente. Por una parte, aunque Mises enmarca su argumento de cálculo en torno a la necesidad de asignar valores a los insumos básicos para que cualquier cálculo tenga lugar en absoluto, deja escapar que su argumento se difumina considerablemente en el argumento de Hayek basado en la complejidad o el volumen de información.
El mismo Mises concede, en El Cálculo Económico en la Comunidad Socialista, que los factores de producción pueden ser racionalmente asignados («con más o menos precisión») entre los usos alternativos, así como los efectos del cambio en el proceso productivo evaluado, sin precios de mercado en una economía doméstica. “… [E]s posible revisar el proceso de producción de principio a fin y juzgar todo el tiempo si uno u otro modo de procedimiento produce más bienes consumibles.”
Sin embargo, esto ya no es posible en las circunstancias incomparablemente más complicadas de nuestra propia economía social. Será evidente, incluso en la sociedad socialista, que 1.000 hectolitros de vino son mejores que 800, y no es difícil decidir si desea 1.000 hectolitros de vino en lugar de 500 de aceite. No es necesario ningún sistema de cálculo para establecer este hecho: el elemento decisivo es la voluntad de los sujetos económicos involucrados. Pero una vez tomada esta decisión, sólo comienza la verdadera tarea de la dirección económica racional, es decir, económicamente, poner los medios al servicio del fin. Eso solo se puede hacer con algún tipo de cálculo económico. La mente humana no puede orientarse adecuadamente entre la masa desconcertante de productos intermedios y potencialidades de producción sin esa ayuda. Simplemente se quedaría perplejo ante los problemas de gestión y ubicación.
… [A]demás, la mente de un solo hombre, por más astuta que sea, es demasiado débil para comprender la importancia de uno solo entre los innumerables bienes de un orden superior. Ningún hombre puede dominar jamás todas las posibilidades de producción, por innumerables que sean, como para estar en condiciones de hacer juicios de valor evidentes sin la ayuda de algún sistema de cálculo.
Así pues, de hecho, el cálculo en especie o «in natura» no es lógicamente imposible, tal como uno puede deducir planteamiento del argumento del cálculo, pero puede convertirse en un problema prácticodependiendo del volumen de información.
Aquí hay dos implicaciones. La primera es que, si se trata en verdad de un problema práctico sobre el volumen y la complejidad de la información, entonces los avances en la tecnología cibernética desde que Mises redactó su trabajo (él escribió El Cálculo Económico en la Comunidad Socialista más de veinte años antes de que las primeras computadoras de tubos al vacío fuesen construidas), muy probablemente tienen alguna importancia en la posibilidad de procesar dicha información. En tal caso, me igualmente de plausible que, empezando con la clasificación de factores de producción en términos de escasez relativa, basado en cálculos en especie de la experiencia de años previos de producción, un sistema de planificación computarizado pueda lograr alguna aproximación de racionalidad al asignar estos factores de producción entre usos.
Lo segundo es que la diatriba práctica del cálculo no es absoluta o cualitativa, sino una de grados. Si tenemos una economía doméstica en la cual cálculos no monetarios son claramente factibles en un extremo del espectro, y en el otro extremo tenemos una economía de planificación centralizada donde esto es imposible o bien implica un amplio margen de caos calculacional, cuando más se acerque la situación real a la primera y no a la segunda, más relativamente factible será el cálculo no monetario.
Peo como Iain McKay argumentó en el «Anarchist FAQ ()», incluso los comunistas anarquistas —y por mucho— consideran la planificación central como terriblemente ineficiente, y esperan que la mayoría de la producción sea organizada dentro de las comunas, villas agro-industriales, y similares.
Como tal, la eliminación de la suposición de un organismo de planificación central automáticamente drena la crítica de Mises de gran parte de su fuerza —en lugar de un «océano de combinaciones económicas posibles y concebibles» a las que se enfrenta un organismo central—, un lugar de trabajo o comunidad específica tiene un número más limitado de soluciones posibles para un número limitado de requisitos. Además, cualquier máquina compleja es un producto de bienes menos complejos, lo que significa que el lugar de trabajo es un consumidor de los bienes de otros lugares de trabajo. Si, tal como admitió Mises, un cliente puede decidir entre bienes de consumo sin necesidad de dinero, entonces el usuario y productor de un bien de «orden superior» puede decidir entre los bienes de consumo necesarios para satisfacer sus necesidades.
En cuanto a la toma de decisiones, es cierto que una agencia de planificación centralizada se vería desbordada por las múltiples opciones de la cual dispone. Sin embargo, en un sistema socialista descentralizado, los centros de trabajo individuales y los municipios decidirían entre un número mucho menor de alternativas. Además, a diferencia de un sistema centralizado, cada empresa o municipio sabe exactamente lo que necesita para satisfacer sus necesidades, por lo que también se reduce el número de alternativas posibles (por ejemplo, ciertos materiales son simplemente inadecuados desde el punto de vista técnico para determinadas tareas).
Llegados a este punto, permítanme una vez más reafirmar mi agnosticismo acerca de la eficiencia comparativa de la fijación de precios del mercado de los factores de producción y otras formas de procesar y transferir información económica. Yo simplemente contemplo con escepticismo cualquier declaración de que la coordinación económica no-monetaria es imposible. Y como argumentaré a mayor profundidad adelante, dudo que cualquier modelo económico particular —sea basado en el mercado, no basado en el mercado, o cualquier forma particular de coordinación— servirá como una plantilla monolítica entorno a la cual la sociedad será organizada.
Lo cual va para Mises. Si alguna sombra de duda ha por sobre su planteamiento del problema del cálculo en términos de cómo el valor es asignado a insumos básicos, entonces cae aún más duda, a fortiori, sobre el planteamiento de Hayek en términos de volumen y complejidad de la información.
Por lo tanto, la pregunta de la eficiencia comparativa de los precios y otros mecanismos de coordinación, como transmisores de grandes volúmenes de información, se convierte en una que es altamente dependiente de la tecnología. Y en lo que respecta a este asunto, creo que los defensores de los mecanismos de coordinación de no basados en el mercado están en lo correcto sobre que las generaciones más recientes de tecnología cibernética son al menos capaces de coordinar un sistema económico funcional sobre una base racional. El que si la coordinación no basada en el mercado puede procesar el volumen y complejidad de datos igual de bien que la fijación de precio de mercado es una pregunta distinta —una en la cual, nuevamente, soy agnóstico—.
Parece ser que hay una creciente serie de posibilidades técnicas para la coordinación no basada en el mercado. Cierto número de proyectos utilizan registros de «blockchain» para la coordinación, como Ethereum ySensorica. Aunque estos proyectos siguen implicando algunos elementos de mercado en la asignación de valor a sus flujos de producción, también utilizan, en mayor o menor medida, sistemas de contabilidad de valor abierto para asignar el valor basándose también en otros juicios. En La economía ética: Reconstruir el valor después de la crisis, Adam Arvidsson y Nicolai Peiterse sondean las posibilidades de un modelo de valoración económica que toma en cuenta problemas éticos en maneras no consideradas por los métodos tradicionales de fijación de precios del mercado. Monika Hardy es otra persona quien ha dedicado un interés considerable al uso del blockchain y otros mecanismos digitales para coordinar actividades productivas fuera del mercado.
No soy solo un agnóstico en la interrogante de cuál de las formas particulares de coordinación son más eficientes. También me abstengo, como una cuestión de principios, de prescribir alguna forma particular de coordinación o privilegiarla por sobre formas alternativas. Me considero a mí mismo como un anarquista sin adjetivos, y pienso que es casi una certeza que la sociedad pos-Estado y pos-capitalismo, será un anarquismo sin adjetivos. Dejemos que Cien Flores Florezcan, como dice el refrán. Tal como David Graeber, estoy abierto a cualquier solución a la que lleguen y acuerden las personas como grupo, tratándose unos a otros como iguales.
Sin embargo, voy a aventurar algunas predicciones. Creo que podemos asumir que, de hecho, florecerán cien flores. Habrá una mezcla ecléctica, ad hoc, de soluciones para la propiedad y la coordinación, que crecerá a partir de la diversa colección de semillas de la sociedad futura que están brotando entre nosotros ahora mismo. Y creo que los mercados serán casi con toda seguridad uno de ellos, sencillamente porque su eliminación requeriría el establecimiento de algún modelo de organización uniforme que los prohibiera o desplazara por principio. Y no creo que la sociedad post-capitalista se organice según ningún modelo de este tipo. Será un fenómeno emergente.
Al mismo tiempo, creo que el intercambio y los precios del mercado serán una parte mucho, mucho más pequeña de la mezcla de lo que son ahora. Me parece muy probable que, ante el fracaso de las redes de seguridad social basadas en el Estado y en el empleador, y a medida que el aumento del desempleo y el subempleo hagan que la producción directa para el uso sea una necesidad, la gente se unirá cada vez más en unidades sociales primarias más grandes, como la familia extendida o los complejos multifamiliares, las unidades de «cohousing», las microaldeas y similares. Estas unidades sociales proporcionarán mecanismos para la puesta en común de riesgos y costes, junto con los ingresos externos que aporten algunos miembros, y sus miembros satisfarán una gran parte de sus unidades de consumo a través de talleres y jardines de propiedad común. Sus garantías de comida, refugio y apoyo contra la enfermedad serán algo así como el «mínimo irreductible» ofrecido por los grupos de cazadores-recolectores, tal y como describe Bookchin en La Ecología de la Libertad. En este caso, una gran parte de la producción se llevará a cabo fuera del nexo del dinero en efectivo, y lo que en el mercado todavía ocurra parece probable que incluya principalmente maquinaria y otros bienes de producción a gran escala más allá de la capacidad de tales comunidades, los recursos naturales, y el intercambio de excedentes entre las comunidades.
Y estipulando que el intercambio de mercado existirá como una parte de la mezcla, creo que es seguro decir que las reglas de propiedad estarán lejos de ser capitalistas. En el caso de las tierras, según argumentó Graeber, es difícil imaginar que la población respete la reclamación de propiedad de alguien sobre una gran extensión de tierra que haya cercado, que esté dispuesta a trabajarla para ellos a cambio de un salario o a pagar un alquiler para vivir en ella, en lugar de simplemente ignorar su reclamación y vivir en ella y cultivarla para sí misma. También es difícil imaginar a una población anarquista reaccionando a algo como una Nestlé que bombea enormes volúmenes de agua de un acuífero de otra manera que no sea desmantelando por la fuerza su operación y diciéndoles que no vuelvan nunca más.
La naturaleza del dinero y del crédito, igualmente, será seguramente muy diferente. Las visiones «AnCap» de una sociedad en la que el dinero es una mercancía con un valor de mercado —ya sean metales preciosos o bitcoin— en lugar de un simple denominador de valor, me parecen especialmente fantasiosas. La función de proporcionar crédito o liquidez para facilitar el intercambio de los resultados de la producción en curso es totalmente una cuestión de flujos, y no hay ninguna base racional para exigir la posesión de reservas de riqueza para emitir tales flujos. Y me parece sumamente improbable que grupos de trabajadores que intercambian sus productos confíen de buen en gran medida en que el poseedor de reservas de riqueza emita un crédito para facilitar su intercambio, y pague intereses, cuando podría simplemente adelantarse el crédito unos a otros como flujos continuos sin ningún tipo de respaldo.
Así que en conclusión, sólo diré que no sé si una economía podría funcionar sin precios monetarios e intercambio. No sé si la coordinación no monetaria sería tan eficiente como el intercambio monetario. No sé qué mezcla entre formas de coordinación monetaria y no monetaria sería obtenida, si las personas y los grupos de productores fueran libres de crearla entre ellos.
Lo que sí sabemos es que la autoridad, la jerarquía, las diferencias de poder y los derechos de propiedad artificiales crean irracionalidad. Crean conflictos de intereses. Incentivan el acaparamiento de información y la conservación del esfuerzo. Así que abolamos esas cosas y dejemos que la gente decida por sí misma con qué quiere sustituirlas. Lo que funcione será bueno.