A raíz de la quiebra de Mt. Gox, el portal de intercambio de Bitcoin, más de cuatrocientos de sus clientes han expresado interés en presentar una demanda colectiva contra la casa matriz y su presidente ejecutivo, Mark Karpeles. Mt. Gox era la mayor plataforma de intercambio de Bitcoin del mundo. Aunque el funcionamiento de Bitcoin sigue siendo incomprensible para muchos, su valor es real. Las pérdidas Mt.Gox se estiman en US$480 millones.
No cabe duda de que las acusaciones de fraude y negligencia están justificadas, pero una demanda podría no ser la mejor manera de buscar justicia en la economía no regulada de Internet. Es curioso que los miembros de la comunidad de Bitcoin, muchos de los cuales se oponen a la intervención del gobierno en la creación de moneda, recurran tan rápidamente a los sistemas jurídicos del estado cuando la situación se descontrola. Una demanda sin duda abrirá nuevas vías para que los legisladores compliquen aún más el uso de Bitcoin y criptomonedas similares.
El activista político estadounidense Samuel Edward Konkin III popularizó el término “contra-economía” para describir todas las transacciones voluntarias que ocurren fuera de la esfera del mercado regulado por el estado. Bitcoin, y las criptomoedas en general, cumplen un rol importante en la contra-economía al eliminar del todo a la moneda fiduciaria de la ecuación. Sin embargo, para mantener al máximo el poder de la contra-economía, tenemos que integrar sistemas jurídicos no gubernamentales dentro de su marco general. En lugar de correr de vuelta al estado cuando las cosas toman un giro equivocado, la oportunidad debería ser aprovechada para discutir y desarrollar sistemas mediante los cuales pueda hacerse responsabilizerse a las empresas de la contra-economía por sus acciones.
Un ejemplo de la regulación contra-económica proviene de la comunidad en torno a la “Ruta de la Seda”, un mercado en línea basado en Bitcoin para la compra y venta de drogas ilegales. Un grupo de sus usuarios que se hace llamar “Los Vengadores del LSD”, hicieron análisis químicos del ácido que compraban para probar si en realidad estaban en posesión de LSD auténtico, proveyendo a los demás usuarios un estándar de seguridad para la compra y consumo de drogas. Esto ilustra cómo un mercado negro puede autorregularse sin necesidad de recurrir a la imposición de los organismos burocráticos, como la Administración de Alimentos y Drogas.
Bitcoin juega un papel liberador en lugares como Ucrania e Irán, proporcionando un sistema de pago independiente de la intromisión de los gobiernos y de las directrices establecidos por los bancos centrales. Es posible que si el destino de Mt.Gox se coloca en manos de los jueces, surgirá un marco para su regulación. La regulación puede que satisfaga nuestra necesidad occidental de que se nos garanticen sentimientos ilusorios de seguridad. Pero lastimará a la libertad económica de los países en los que vive gente menos afortunada que en Occidente. Esto redundará en detrimento del potencial revolucionario de la moneda digital.
Actualmente no existe un sistema para imponer la responsabilidad en las transacciones llevadas a cabo en los mercados de Bitcoin. Puede que el recurso a los sistemas jurídicos del estado sea la única manera de que los clientes de Mt.Gox reciban la restitución que se merecen. Lo que sí hay que tener en cuenta, es que esta opción está lejos de ser óptima. No sería sorprendente que a raíz de esto se desencadene una discusión sobre la regulación gubernamental de las criptomonedas. De hecho, parece inevitable. En el futuro, la contra- economía digital tendrá que encontrar maneras de regularse a sí misma. Los ingeniosos métodos que seguramente surgirán en cuanto a la regulación de las transacciones en línea podrían dar lugar a ideas para autoregular también nuestras comunidades “analógicas”. llegará el día en el que la regulación gubernamental del mercado será una cosa del pasado, a medida que la auto-regulación contra-económica la reemplace por completo.
Artículo original publicado por Christiaan Elderhorst el 7 de marzo de 2014.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.