Si todavía no has visto “La Historia de las Cosas” de Annie Leonard, te recomiendo que la veas. Éstos videos incluyen exámenes detallados de la economía del desperdicio, la ineficiencia subsidiada y la obsolescencia planificada.
Un episodio reciente, “La Historia de la Bancarrota”, analiza el derrochador gasto gubernamental en fuerza militar y para impulsar la bien llamada “economía dinosaurio”. Pero ésto es sólo un preámbulo para el argumento de Leonard de que el gobierno en realidad no está quebrado. Si tan sólo dejase de gastar dinero en tantas cosas malas, tendría más que suficiente “para construir un futuro mejor”.
La lista de cosas en las que Leonard dice que el gobierno debería gastar más incluye proyectos de eficiencia energética, actualizar el diseño de los hogares americanos, subsidios a energías alternativas y tecnologías verdes, y millones de becas escolares. Pero su visión de “un futuro mejor” refleja las contradicciones internas del progresismo.
Por un lado, tenemos la visión convencional moderna de la izquierda en el siglo XX de la intervención estatal para construir mega proyectos de infraestructura, impulsar la creación de nuevas industrias, y “crear empleo”.
Por otro lado, tenemos la sensibilidad a lo verde, la filosofía de “lo pequeño es hermoso” que emergió en la era hippie, y su mensaje de eliminar el desperdicio económico y el consumo masivo.
Estos dos paradigmas, simplemente, no son compatibles.
Cuando Rachel Maddow se para en frente de una gran represa hidroeléctrica, o habla sobre la red de autopistas interestatales como ejemplos de “hacer cosas grandiosas”, canaliza la cultura gerencialista de mediados del siglo XX que hacía que el corazoncito de Galbraith latiera con fuerza. Esa visión en realidad es incompatible con la onda “verde” y de lo “pequeño es hermoso” de la que suelen hablar los estatistas de izquierda.
No se puede tener una economía intensiva en capital y basada en infraestructura centralizada de gran escala, al menos que se cuente con una fuente de ingreso garantizada para cubrir los costos fijos que implica el sistema. Lo cual nos lleva al lado oscuro de Galbraith: crear mecanismos sociales para garantizar que la producción industrial sea absorbida para que los engranajes de la industria no se traben con inventario no vendido. Fue ese imperativo el que nos dio el subsidio al desperdicio, el crecimiento urbano desmedido, la cultura del automóvil y todo lo demás.
El modelo “progresista” de Bill Gates y Warren Buffet es una versión retocada con maquillaje ecologista de la economía dinosaurio de Leonard. Existe una contradicción inherente en su desprecio de ese modelo económico arcaico y su llamado a implementar políticas gubernamentales para “crear empleos”.
La actividad expansionista del gobierno para utilizar la capacidad industrial y mantener a todo el mundo empleado a tiempo completo es el viejo modelo del siglo XX. Pero requiere una cantidad siempre decreciente de trabajo y capital para mantener un determinado nivel de vida. Si eliminamos la porción de capacidad industrial y trabajo que se dedica a producir desperdicio, el resultado serían montones de fábricas de producción masiva vacías, y montones de personas trabajando semanas laborales de 15 horas comprando a pequeñas empresas de garaje relocalizadas cerca de donde viven. Y ese no es el tipo de escenario que les guste a Buffet y Gates porque no pueden ganar dinero con él.
Otro problema es la prescripción de Leonard para solucionar el problema, la cual plantea en forma de pregunta con respuesta obvia: “¿Quién tiene en realidad el poder? Nosotros mismos.”
¿De verdad? Barack Obama es el demócrata más progresista en al menos dos generaciones. Logró la más grande mayoría demócrata desde que Lyndon B. Johnson le ganó a Goldwater, llegando al poder con un mandato aparentemente derivado del colapso financiero. Si “nosotros” no tuvimos el poder de cambiar las cosas con éste alineamiento súper excepcional de las estrellas políticas, podemos estar bastante seguros de que nunca más lo podremos hacer.
Debido a que el poder atrae al poder, un gobierno suficientemente poderoso para “construir un mundo mejor” terminará con casi toda seguridad usando ese poder para beneficiar a los pocos, a los ricos y a los poderosos. Un gobierno representativo de tamaño continental, por su propia naturaleza, no es particularmente propenso a ser controlado por una mayoría de millones de personas. Eso es la razón fundamental por la que terminamos con todos esos subsidios de la “economía dinosaurio”.
Si queremos construir un mundo mejor, combatir directamente a la oligarquía corporativa que controla al estado probablemente no sea la mejor estrategia. Afortunadamente, hay millones de personas que de verdad están construyendo un futuro mejor, y lo están logrando con la estrategia de esquivar sigilosamente al gobierno y a las grandes corporaciones.
Están construyendo una nueva sociedad dentro de la decadente sociedad del capitalismo dinosaurio y su gobierno mascota, preparándose para sustiruirlo por algo mejor cuando éste colapse bajo su propio peso.
Entre esa gente está Wikileaks, los movimientos del compartimiento de archivos electrónicos y la cultura libre, y el movimiento de Ocupar Wall Street. Entre esa gente están los desarrolladores de Linux, los micro manufactureros en proyectos como Open Source Ecology y Hackerspaces, los permaculturistas y agricultores con apoyo comunitario.
Entre esa gente están los constructores de monedas alternativas encriptadas, sistemas de trueque, routers encriptados y darknets.
Y no están esperando que ningún gobierno les dé permiso.
Artículo original publicado por Kevin Carson el 27 de noviembre de 2011.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.