The following article is translated into Spanish from the English original, written by David D’Amato.
Resaltando a China como ejemplo, la BBC reporta que “el índice de precios alimenticios de la Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas llegó a su máximo nivel desde que fue creado en 1990”. “A medida que suben los precios”, el autor de la nota afirma que “también lo hace la pobreza”. Sólo en los primeros meses del año, algunos mercados asiáticos han experimentado subidas de hasta diez por ciento en los precios locales de los alimentos, lo que según algunas estimaciones, potencialmente podría sumergir a 65 millones de personas en la pobreza.
A pesar de que muchos observadores y comentaristas no dudan en exhortar a los gobiernos a que actúen, postulando los típicos argumentos de “falla de mercado”, el probelma alimenticio mundial es una característica de la intervención estatista. Tal como lo observó el profesor Siva Vaidhyanathan (respecto a las leyes de propiedad intelectual), “Las industrias productoras de contenido tienen interés en crear escasez artificial a través de cualquier medio legal y tecnológico que tengan a su disposición”.
Y lo mismo se aplica a proveedores de alimentos básicos cuyo interés es asegurarse que dependamos exclusivamente de ellos para la nutrición que necesitamos para sobrevivir. Si unas cuantas empresas agroindustriales y un puñado de mayoristas y minoristas, todos subsidiados y protegidos por el estado, pueden unilateralmente controlar la oferta, podrán también exigir que se les pague cualquier precio que se les antoje. Ésta propensidad a crear industrias cada vez más cartelizadas con cada vez menos “competidores” es endémica del capitalismo de estado, pero no es una característica de los mercados genuinamente libres.
Los mercados libres, al contrario, dividen y moderan el poder de mercado negando protecciones y privilegios especiales y abriendo la competencia a una gran variedad tanto de entrantes como de métodos. Solo cuando la fuerza de la ley neutraliza las amenzadas potenciales al poder corporativo (con, entre otros impedimentos, estándares de “seguridad” y “protección al consumidor”) es que los capitanes de industria pueden ascender a las cumbres del poder en el mercado.
La idea de que los conglomerados monstruosos que caracterizan al capitalismo corporativo le temen a las regulaciones de salud y seguridad, es un lugar común. Sinembargo, éstas regulaciones son las que impiden la proliferación de chiringuitos de alimentos en cada esquina, que florezcan los pequeños productores locales que no pueden hacerle frente al costo de saltar sobre la madeja de obstáculos arbitrarios e injustificados que la clase política les pone en el camino.
Las élites poderosas hacen lobby a favor de nuevas leyes que restrinjan las opciones del consumidor, impiediendo que la gente decida con quién hacer negocios. Lo que hoy pagamos por la comida está bastante disasociado de lo que cuesta producirla. Mientras un mercado verdaderamente libre ejercería la presión adecuada para reducir los precios hasta que reflejasen el verdadero valor de un producto, las restricciones a la competencia impuestas por el capitalismo de estado permiten que las grandes corporaciones expriman a los consumidores.
En lo que representa una ruptura aún más flagrante con la verdadera disciplina del mercado, el subsidio a los medios de transporte crea incentivos para que la mayoría de nosotros consumamos alimentos producidos a cientos o miles de kilómetros de distancia en lugar de a cientos ó miles de metros de distancia. Por eso es que cuando suben los precios del petróleo, los precios de la comida se disparan. Sin verdaderas alternativas a la basura producida en masa por los conglomerados agro-industriales fortificados por el estado, no existe un incentivo real para proveer al indefenso consumidor con nada que se acerque a ser un buen producto a buen precio.
En lugares como China y el Sudeste asiático, los gobiernos han prácticamente regalado las tierras que eran cultivadas por campesinos locales durante miles de años, tierras que alimentaban a sus familias y comunidades, a las grandes empresas agroindustriales. El estado y sus favoritos no tienen argumentos justificables para relcamar para sí esas tierras bajo ningún estándard mínimamente sólido de derechos de propiedad; pero la ética del estado nunca ha ido más allá de la máxima que dice que “el que tiene el poder para hacer lo que le dá la gana en favor de sus intereses, que lo haga”.
La escasez de los alimentos y el aumento de sus precios que comienzan a dibujar una crisis alimentaria global, son creación del estado, un fenómeno que existe de manera totalmente independiente de nada que pueda llamarse “fuerzas de mercado” con un mínimo de honestidad intelectual. Los anarquistas de mercado removerían las restricciones y la coerción del sistema de producción de alimentos y permitirían que el intercambio volutnario alimentase al mundo.
Lejos de pintar un paraíso utópico, los anarquistas de mercado argumentan que sin la escasez artificial creada por el estado en favor de buscadores de renta privilegiados, la gente de todo el mundo podría proveer de buena alimentación a sus familias trabajando una fracción del número de horas que tienen que trabajar hoy en día. Podemos implorar a los miembros de la élite política para que “arreglen” el problema que crearon, o podemos permitir que la cooperación y el comercio verdaderamente libre, y a escala verdaderamente humana, satisfaga las necesidades de la gente.
Artículo original publicado por David D’Amato el 13 de mayo de 2011.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.