The following article is translated into Spanish from the English original, written by Kevin Carson.
En su Tercer Discurso ante la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la Comuna de París en 1871, Karl Marx argumentaba que la organización cooperativa de la producción, si se expandiese hasta incluir toda la economía, equivaldría al comunismo
“Si las sociedades cooperativas unidas [regulasen] la producción nacional con arreglo a un plan común, tomándola bajo su control (…), ¿qué será eso entonces, caballeros, sino comunismo, comunismo ‘realizable’?”
Dos referencias del liberalismo decimonónico, John Stuart Mill y Herbert Spencer – este último frecuentemente caricaturizado como un crudo darwinista social de derechas – veían en semejante “mancomunidad cooperativa” (si se me permite el término) como el resultado natural y último de una economía de mercado.
De acuerdo con Marx, esto no ocurriría por sí sólo, en tanto que la clase capitalista permaneciera en su posición políticamente privilegiada. En tanto que la manufactura requiriese de bienes de capital caros, y el capital estuviera concentrado en las manos de la clase capitalista, la industria estaría gobernada por la tendencia creciente hacia el monopolio capitalista.
Y en efecto, la producción cooperativa del siglo XIX no reemplazó al capitalismo – porque los capitalistas controlaban el acceso al capital. De acuerdo con John Curl, un historiador de las cooperativas de trabajadores, la producción cooperativa sólo era viable en tanto que los medios primarios de producción fuesen herramientas de manufactura de múltiples usos en propiedad de trabajadores individuales. Ésta era la base de la producción cooperativa organizada por los owenistas en la primera mitad del siglo XIX, cuando trabajadores desempleados montaban tiendas cooperativas usando sus propias herramientas bajo un techo común. Cuando el sistema de fábrica dio lugar a un coste explosivamente creciente de la maquinaria de producción, este modelo quedó obsoleto – el principal motivo por el que los Knights of Labor (Caballeros del Trabajo) se hundieron en sus intentos de montar cooperativas de producción sobre el modelo owenista.
Los implosivamente decrecientes requisitos de capital hacen vano el control del acceso al capital por los capitalistas. El efecto es la erosión de las barreras al crecimiento exponencial de la economía cooperativa. Si el proceso de acumulación primitiva convirtió a los capitalistas y terratenientes en una clase rentista a través de su propiedad concentrada de los medios de producción, la efimerización de la tecnología tiene el efecto contrario. James Livingstone se refiere a ello como la “desacumulación primitiva” – “la conversión de mercancías básicas como la información y la música en bienes de los que podemos apropiarnos y que podemos distribuir sin la mediación del dinero y los mercados (…)” (“How the Left Has Won” [“Cómo ha ganado la Izquierda”], Jacobin, August 2012).
Además, la efimerización y la incrementada productividad del trabajo han dado lugar a una situación en la que la principal fuente de valor de cambio es la información y el conocimiento cercados, y las rentas de escasez artificial de estos insumos. El trabajo socialmente necesario y los insumos materiales – el verdadero coste de producción – son una parte cada vez menor del precio total de lo que consumimos. De ello se sigue que un libre mercado, derribando estos cercamientos, eliminará – o socializará – la mayor parte del valor de cambio de la economía y llevará la tasa de beneficio media mucho más cerca de cero.
Era esta efimerización, esta socialización de la productividad y la técnica, y la consecuente destrucción del valor de cambio, a la que Bastiat se refería cuando escribió en sus Armonías Económicas que “la función de la propiedad, o más bien del espíritu de la propiedad, es la continua expansión del dominio comunal”.
La creación del verdadero socialismo no es una cuestión de partidos políticos o revoluciones violentas. El socialismo es lo que está silenciosamente emergiendo a medida que las fuerzas del libre mercado – es decir, de la cooperación pacífica – destruyen el capitalismo.
Artículo original publicado por Kevin Carson el 14 de septiembre de 2012.
Traducido del inglés por Alberto Jaura.