Jeremy Rifkin presagia “El Auge del Anticapitalismo” (New York Times, 15 de marzo), citando la paradoja de que
[e]l dinamismo inherente de los mercados competitivos está reduciendo tanto los costos de muchos bienes y servicios, que se están haciendo casi gratuitos, muy abundantes, y por lo tanto cada vez menos sujetos a las fuerzas del mercado.
Los argumentos de Rifkin sobre cómo las reducciones de costo marginal afectan a las relaciones económicas, me recuerdan al anarquista estadounidense Josiah Warren. Inventor y promotor de reformas sociales radicales, Warren sostuvo que el costo es el límite equitativo de los precios, y que la competencia legítima eliminaría los flujos de renta, intereses, y ganancias de los privilegiados. Su obra influyó en una generación de radicales que veían en la competencia la manera de resolver los problemas económicos de la época.
Este grupo de anarquistas norteamericanos decimonónicos asaltó al capitalismo de una manera que podría sorprender a sus críticos contemporáneos: atacándolo por la izquierda, pero usando argumentos de libre mercado. Para estos anarquistas de mercado, era cierto que el capitalismo representaba un sistema de privilegios y explotación, que era un sucesor de los sistemas económicos anteriores, como el feudalismo y el mercantilismo. Pero en lugar de confundir las nociones de capitalismo y libre mercado, estos archi-individualistas vieron el remedio para las relaciones depredadores y usureras del capitalismo en la verdadera liberación de las relaciones económicas: en el genuino intercambio voluntario, la competencia abierta, y la abolición de los privilegios especiales.
Este grupo de anarquistas del laissez faire eran de la idea de que “el poder de aumento” de los capitalistas, su habilidad para generar un ingreso sin tener que trabajar, se derivaba de lo que ellos llamaban “legislación de clase” – barreras políticas a la competencia real que le daban una ventaja injusta a los empleadores. Continuando con esta línea de pensamiento, los anarquistas de mercado de hoy en día ven el poder coercitivo del gobierno como la principal fuerza que sesga las relaciones económicas a favor de las élites con influencia política.
Como partidarios del libre mercado, decentralistas e individualistas, ocupamos una esquina del movimiento libertario. Al mismo tiempo, como críticos de la desigualdad de la riqueza y defensores de las clases pobres y trabajadoras, nos encontramos dentro de los movimientos anticapitalistas contemporáneos que promueven la justicia económica. Dados los términos bajo los que comúnmente se desarrolla el debate político, los balidos repletos de falsas dicotomías que predominan en las noticias por cable y los artículos de opinión de todos los días, estos compromisos pueden parecer ser contradictorios. Los partidarios del libre mercado suelen ser presentados como defensores de un orden económico plutocrático, y el estado como baluarte contra la competencia feroz y protector de la gente de a pie.
Pero este relato interpreta erróneamente el papel histórico del Estado en el sistema económico, posicionándolo en un conflicto con el capital que en realidad nunca ha existido. De hecho, las élites políticas y económicas siempre han cooperado. La cultura de “puerta giratoria” de Washington pone de manifiesto esta historia de poder y colusión, con la colocación de ejecutivos corporativos en importantes puestos burocráticos del gobierno federal, y viceversa.
Rifkin tiene razón de ver la “cada vez más actual realidad de una economía marginal de costo cero” como amenaza para el capitalismo. Las nuevas tecnologías nos permiten encontrar una ruta alternativa (parafraseando la famosa expresión sobre Internet) para eludir los impedimentos al intercambio que siempre han sido la fuente de poder monopólico del capital. El sueño de Warren, “Costo como Límite del Precio”, — o por lo menos algo muy parecido — está constantemente convirtiéndose en una posibilidad cada vez más real.
Artículo original publicado por David D’Amato el 18 de marzo de 2014.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.