El jueves 13 de marzo, al interrogar a Juliano Torres, director ejecutivo de Estudiantes para la Libertad (Estudiantes Pela Liberdade – EPL), la Policía Federal de Brasil (Polícia Federal) se aseguró de que tenía todos sus registros de viaje a mano para hacer que sus tácticas de intimidación pareciesen aún más sofisticadas.
La Policía Federal ha estado convocando a interrogatorio (o como lo llaman en su jerga totalitaria, a “proporcionar aclaraciones”) a varios individuos vistos como líderes de las protestas que se produjeron en junio durante la Copa FIFA Confederaciones. EPL estuvo moderadamente involucrado en ellas, y sus varias páginas de Facebook ayudaron a organizar manifestaciones a varios grupos. A continuación, Torres fue interrogado sobre toda su actividad política e institucional – tuvo que explicar incluso la procedencia del dinero para sus viajes al exterior (lo que debería recordarnos la verdadera razón por la que existen pasaportes: el control y la vigilancia de las personas).
Los libertarios en los medios sociales se movilizaron rápidamente en apoyo a Torres y en contra del amedrentamiento de la Policía Federal, pero debemos recordar que los libertarios no son los únicos que han sido atacados por el gobierno brasileño. El mismo tratamiento se ha dispensado a muchas personas que han participado en las manifestaciones políticas, en particular a las vinculadas a la Marcha da Maconha (“Marcha de la Marihuana”, un colectivo en pos del replanteamiento de las política públicas en materia de drogas) y a Movimento Passe Livre (“Movimiento Viaje Gratis”, que aboga principalmente por el transporte público gratuito). La Copa Mundial de la FIFA, que se celebrará en Brasil a finales de este año, y los Juegos Olímpicos de verano de 2016, han arrojado al país a un estado de excepción, permitiendo al gobierno y a la policía emplear métodos cada vez más represivos y autoritarios para alcanzar sus metas. Con la excusa de proporcionar una seguridad adecuada para los eventos deportivos de carácter internacional, el gobierno brasileño obtuvo la justificación conveniente que necesitaba para reforzar la vigilancia de Internet, aumentar la violencia empleada contra los manifestantes en la calle y, peor aún, llevar al límite el estado policial ya establecido en las favelas brasileras.
El terror se siente con especial fuerza en las favelas “pacificadas” de Río de Janeiro, donde los residentes viven vigilados por rifles de la Policía Militar, convirtiéndose efectivamente en ciudadanos de segunda clase. Las redadas de la policía en las favelas también han llevado a los traficantes de drogas a zonas alejadas de los centros de las ciudades, donde son “invisibles”, tolerando la existencia de las llamadas “milicias” (escuadrones de la muerte) que luchan por el control de las comunidades.
En comparación, las visitas de los activistas de clase media a la Policía Federal son como un paseo por el parque.
Con carta blanca para arremeter con violencia contra el pueblo, el gobierno se ha avocado a explotarlo económicamente durante los últimos años. Las protestas de junio, que explotaron por el mal estado del transporte público en todo el país, no son más que un síntoma de un problema más amplio. Fuertes subsidios al desarrollo inmobiliario (o mejor dicho, el dinero que el gobierno regala a los contratistas) han hecho que las grandes ciudades de Brasil crezcan aún más, convirtiendo al país en uno de los más caros del mundo‒y creando una burbuja inmobiliaria muy similar a la estadounidense. La infraestructura urbana, incapaz de absorber el shock, se cae a pedazos por doquier.
Los estadios de fútbol construidos para la Copa del Mundo son catalizadores de la revuelta popular por simbolizar el derroche de los dineros públicos, pero además esconden la tragedia humana de las expropiaciones violentas de miles de familias. Todo en nombre del deporte, para una Copa Mundial acorde a los estándares de calidad de la FIFA.
Por eso es aún más doloroso cuando los íconos del fútbol como Ronaldo encuentran adecuado actuar descaradamente como mascotas del gobierno, y declaran que un Mundial se hace con estadios, no hospitales. Este es el tipo de cosas que impide que los bloques negros dejen de gritar el slogan “No Habrá Copa“.
Por lo tanto, hoy en día Brasil es el paraíso de la violencia estatista, lo que refuerza a la casta que goza del poder en este momento y asegura un flujo constante de dinero a las corporaciones bien conectadas. Es por eso que el gobierno tiene razón al temer nuevas protestas y disturbios cercanos a la celebración del Mundial. Esa es la razón por la que Policía Federal tendrá que desenterrar muchos registros de viajes internacionales más.
Artículo original publicado por Erick Vasconcelos el 17 de marzo de 2014.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.