En un artículo reciente, Allison Benedikt sostuvo, como señala el título, que “Si Envías a tu Hijo a una Escuela Privada, eres una Mala Persona” (Slate, 29 de Agosto). Luego aclara: “No tan malo como un asesino – pero malo por dañar una de las instituciones más esenciales de nuestra nación en vez de paraobtener lo que es mejor para tu hijo”.
El plan de acción adecuado, dice, es sacrificarse por el equipo. “Creo que si cada padre envía a su hijo a la escuela pública, éstas mejorarían. No sucedería inmediatamente. Puede llevar generaciones. Tus hijos y tus nietos probablemente tengan una educación mediocre mientras tanto, pero valdrá la pena, para el bien común”.
Además, dice, inclusive incuso si tu escuela pública local es desagradable bastante mala, tus hijos probablemente no sufran demasiado. Después de todo, si eres el tipo de padre selectivo que prefiere enviar a su hijo a una escuela privada, probablemente le estés proveyendo el tipo de soporte que él necesita para hacer el bien a pesar de ir a una escuela mediocre.
Benedikt trae su propia mala experiencia para cerrar el trato. Ella fue a una escuela mediocre, nunca aprendió demasiado de las cosas sofisticadas de la preparatoria, y en consecuencia no aprendió demasiado en la universidad. Sin embargo acabó “perfectamente bien”. Inclusive si ni siquiera leyó a Walt Whitman en la escuela secundaria, obtuvo el beneficio de la socialización con otros grupos de niños – por ejemplo, “embriagándose luego de los partidos de básquet con chicos que vivían en el parque de casas rodantes”.
El punto es el siguiente: el hecho de que Benedikt pudiera escribir algo tan completamente falto de pensamiento crítico es una prueba de que no acabó “perfectamente bien”. Si tiene un punto de vista tan convencional y acrítico sobre el rol funcional de las instituciones sociales, eso prueba que es el resultado del tipo de productos que las escuelas están diseñadas para producir en masa. Si “una de las instituciones más esenciales de nuestra nación” significa “esenciales para los intereses de la gente que dirige la nación”, tiene toda la razón.
Las escuelas públicas son, tal como fueron originalmente fundadas en el siglo XIX, fábricas de procesamiento de recursos humanos. Su propósito es suministrar trabajadores obedientes al estado y empleados obedientes a los empresarios. Los productos ideales son funcionarios lo suficientemente inteligentes como para desempeñar sus tareas asignadas, pero no lo suficientemente inteligentes para analizar críticamente el sistema o su rol dentro de él.
El propósito de la educación pública moderna es fundamentalmente nocivo: inculcar una visión de la sociedad organizada alrededor de gigantescas corporaciones, agencias gubernamentales centralizadas y otras jerarquías autoritarias como algo natural e inevitable – “las cosas son como son” – y la aceptación del rol propio dentro de la sociedad como un reflejo del mérito.
¿Suena exagerado? Los primeros sistemas de escuela pública fueron organizados en Nueva Inglaterra por la época en que las fábricas textiles necesitaban gente condicionada a obedecer órdenes, comer u orinar en un abrir y cerrar de ojos, y obedecer alegremente órdenes de alguien detrás de un escritorio. Miremos la literatura sobre educación pública desde principios del siglo XX, abundantemente citada en el trabajo de críticos como John Taylor Gatto y Joel Spring. La literatura de la educación pública de ese período es explícita sobre el rol de las escuelas en formar productos humanos perfectamente socializados para estar satisfechos con su rol de pieza de máquina manejada por otros individuos.
¿Y esos chicos del parque de casas rodantes de los que hablaba Benedikt? El sistema está preparado para procesar chicos como ellos (según la terminología de Aldous Huxley en Un Mundo Feliz) en obedientes Gammas, manejados por Betas acríticos y alegres como ella.
Más aún, la idea de que todos deben adherirse voluntariamente como manadas a una institución autoritaria y mediocre para que todos tengan tener el incentivo de hacer de ella una institución un poco mejor, es perversa. La belleza de la tecnología de comunicaciones distribuida y la libre réplica de información digital es que ya no es necesario meter a todos en el mismo paquete, y coordinar sus esfuerzos dentro de alguna una institución común para hacer cualquier cosa. Las escuelas públicas están construidas sobre un modelo industrial de producción en masa, que consiste en centralizar las personas para ser procesadas con un limitado y uniforme menú de información. Pero una cantidad casi infinita de educación puede ser ahora obtenida al instante a un costo casi nulo.
Es como decir “si todos dejan de usar la Internet y se obligan a sí mismos a confiar en las cadenas de noticias CBS, NBC y ABC, van a estar más pendientes de que la Doctrina de la Imparcialidad se aplique como indica la ley”. Si todos nos obligamos a nosotros mismos a confiar en un arcaico dinosaurio de la edad industrial y su producto de talla única, tendremos un incentivo para asegurarnos de que el producto homogeneizado no es sea tan malo.
Si fuésemos tan solo medios para el fin de hacer florecer a las escuelas públicas, sería un buen argumento. Pero no lo somos.
Artículo original publicado por Kevin Carson el 30 de agosto de 2013.
Traducido del inglés por Federico Otero, editado por Carlos Clemente.