The following article is translated into Spanish from the English original, written by Carlos Clemente.
Lamentablemente, la diferencia entre el optimismo exuberante con el que los partidarios de Henrique Capriles, candidato opositor en las elecciones presidenciales a celebrarse en Venezuela el domingo 8 de octubre, y el fanatismo mesiánico que intoxica las mentes chavistas, es una cuestión más de forma que de fondo.
Además, la irracionalidad con la que cada lado visualiza un futuro victorioso tiene como contraparte una absoluta miopía cuando se trata de ubicar a Chávez en un adecuado contexto histórico.
Más que representar una ruptura radical con el pasado, lo que define al régimen de Chávez es una exacerbación de las tendencias fundamentalmente oligárquicas de la socialdemocracia, reforzadas por el mayor tsunami de petrodólares que jamás haya inundando las arcas de Petróleos de Venezuela (PDVSA), la gigantesca empresa petrolera estatal.
Pero la ramplona actitud de “cómo puede habernos pasado esto” de la oposición denota una desconcertante incapacidad de reconocer el grado en el que un puñado de familias de la vieja guardia, al acaparar una leonina proporción de la riqueza petrolera durante los cuarenta años de democracia corrupta que comienzan con la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez en 1958, alimentó el rencor de las masas empobrecidas y la concomitante creencia de que la única manera de remediar la situación era que uno de su clase se hiciera del botín.
Por su parte, los partidarios de Chávez se aferran febrilmente a la fantástica versión promovida por el régimen (y legitimizada internacionalmente por intelectuales de izquierda del renombre de Noam Chomsky y Michael Albert) según la cual Chávez es el primer presidente en la historia de Venezuela que “al menos comparte algo de riqueza con los más pobres,” cuando en realidad todo lo que hizo El Comandante fuere reinsertar la letanía de subsidios y transferencias que mantuvieron a las masas mínimamente pacificadas desde 1958.
Fue solo a partir de la caída de los precios del petróleo de los años ochenta que los subsidios empezaron a mermar, y no hasta 1989 que se le impuso al pueblo el paquete de medidas de ajuste estructural avalado por el FMI, causando el “Caracazo”, en el que cientos de personas fueron masacradas por el ejército durante saqueos en las calles de la ciudad capital, y facilitando el ascenso de Chávez como héroe popular tras su intentona de golpe de estado al gobierno de Carlos Andrés Pérez en 1992.
Un viejo régimen vaciado de cualquier vestigio de legitimidad emparejado con la fé ciega en el Nuevo Líder fue la combinación perfecta que le permitió a Chávez prácticamente erradicar lo que quedaba de independencia entre las distintas ramas del poder estatal, soslayar completamente el control legislativo de los temas presupuestarios, y crear una densa red de organizaciones paraestatales para controlar sistemáticamente los movimientos populares.
Para rematar, la mayor parte de los miles de millones de petrodólares que se generaron durante la era chavista se dilapidaron en fallidos proyectos faraónicos de infraestructura, regalos generosos a regímenes aliados alrededor del mundo, y en el mejor estilo de antaño, en llenar los bolsillos de una casta de nuevos “Boligarcas”; o lo que resulta más bizarro aún, los de muchos de los más rancios personeros de la Cuarta República, como el gran amigo multimillonario de George W. Bush (“El Diablo” según Chávez), Gustavo Cisneros.
En este contexto tan particular, no es difícil para mi simpatizar con la idea de que en caso de que Capriles ganase, habría un buen chance de una mejoría para la mayoría de los venezolanos. Después de todo, Capriles sólo tendría que implementar políticas mínimamente sanas para lograr mejoras significativas en algunas áreas de extrema urgencia, como la difuminación de la horrorosa epidemia de violencia que ha sumergido al país en un baño de sangre en el que los más pobres son los más perjudicados, y domar la inflación galopante.
Pero al mismo tiempo, cualquier política exitosa que eventualmente pudiese implementar Capriles, aunque quizás llegase a aliviar los síntomas de una sociedad profundamente enferma, al mismo tiempo reforzaría la fundamental causa patológica: la idea profundamente arraigada en la psique venezolana de que la única forma de lograr cambios sociales positivos, es a través de “un mejor gobierno”.
Y aunque ésto último no me sorprende, definitivamente me desconcierta.
Artículo original publicado por Carlos Clemente el 07 de octubre 2012.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.