The following article is translated into Spanish from the English original, written by David D’Amato.
Para muchos estadounidenses situados cómodamente en el centro del imperio, el 11 de Septiembre fue un duro despertar, y no solo en la forma más obvia; para aquellos que se tomaron el tiempo de considerar a fondo los terribles eventos de ese día diez años atrás, la escena tenebrosa de muerte y destrucción añadió sombras grises a su paradigma sobre cómo funciona el mundo, a sus ideas sobre el rol de los Estados Unidos en el panorama global.
Antes de ese día era al menos más fácil ver a la “Tierra de los Libres” como una fuerza para el bien que esparce la democracia por el mundo y que ofrece un ejemplo de libertad y apertura para las retrógradas sociedades en el mundo “subdesarrolado”. Y para muchos, el 11 de Septiembre confirmó la exhuberante narrativa de “Los Estados Unidos como Luz de la Esperanza” nutrida por la clase política y sus mensajeros en los medios corporativos.
Otro grupo mucho más pequeño, pero quizás más pensante que sus contrapartes, vio algo perturbador en el montón de escombros y cadáveres. Para ellos, a pesar de que los bárbaros y sádicos terroristas eran “tipos malos” de primer orden, los Estados Unidos dejaron de ser necesariamente los “tipos buenos” de la película.
Para ellos simplemente no habían más “tipos buenos”, no más caballeros de armaduras relucientes, sino malefactores en competencia que a través de sus malas acciones están haciendo la vida miserable para el resto de nosotros. En lugar de ver los ataques como algo aleatorio y que no correspondía a una provocación, vieron que además de ser una atrocidad moral, los ataques fueron una consecuencia de algo que los estadounidenses supuestamente no deben saber.
Se supone que debemos pensar en la expansión de la democracia y el capitalismo global como cosas buenas, y en los Estados Unidos como un instrumento en servicio de estos nobles objetivos. Y si las versiones de democracia y capitalismo global promovidas por los Estados Unidos se correspondiesen con las lindas y elaboradas campañas de relaciones públicas a su favor, éstas serían cosas buenas.
Hace no demasiado tiempo el concepto de imperio se consideraba algo digno de reverencia y admiración. Los británicos, por ejemplo, se jactaban de que el sol nunca desaparecía sobre su imperio, y la adición de nuevas colonias era una fuente de orgullo.
Pero hoy, debido a que el “colonialismo” y el “imperialismo” son términos empleados por los hombres de estado sólo en sentido peyorativo, su sustancia es empaquetada en un nuevo y más neutro lenguaje. Y así es como la globalización ha tomado el lugar de la colonización.
Debido a que la interconetividad económica global ha sido tan exitosamente envuelta en la fraseología de la libre empresa, es fácil pasar por alto qué tanto ésta depende de la intervención coercitiva del estado. De hecho, el modelo económico corporativo que hoy es dominante en el mundo entero es completamente dependiente del imperialimo militar.
Los ataques del 11 de Septiembre fueron totalmente injustificados, pero también fueron un resultado directo de la igualmente injustificada y mucho más predominante violencia ejercida sobre el mundo árabe por los Estados Unidos. Durante largos y terribles años antes de que los periodistas corporativos comenzasen a hablar del “Islam radical” o de “la amenaza terrorista”, areas desde Turquía hasta Kuwait y más allá estaban minadas con bases militares estadounidenses.
La gente que vivía en esta regiones se veía a sí misma como ocupada por un poder extranjero, y estaban en lo cierto. Vieron la relación de quid pro quo (intercambio de millardos en ayuda militar por acceso e influencia) como corrosivas de su soberanía e independencia. Vieron el intervencionismo y el derramamiento de sangre, y entendieron algo sobre el imperio americano que el nacionalismo y patriotismo impide ver muchas veces a los propios estadounidenses.
Sinembargo, en lugar de ver el deplorable asesinato masivo del 11 de Septiembre como una oportunidad para la genuina reflexión y el análisis crítico, la clase política convenció a los americanos de que la solución era una forma aún más extrema de patriotismo. Después del terrible horror de ese día, la actitud prevalente asumió como tabú cualquier discusión sobre el mecanismo causal entre imperialismo y terrorismo.
Tal como lo señala Glenn Greenwald, la “mentalidad post-11/S… está pefectamente diseñada (aunque de manera no intencional) para asegurar que los ataques terroristas no solo continúen en los Estados Unidos, si no que éstos sigan aumentando infinitamente”. El 11 de Septiembre le ha proporcionado a la clase dirigente en Washington la herramienta ideal para perpetrar la guerra sin fin.
Los anarquistas de mercado no son apologistas del terrorismo. Al contrario, al someter al estado al mismo escrutinio moral que los secuestradores aéreos del 11 de Septiembre, vemos a los Estados Unidos también como una organización terrorista, opuesta a la cooperación e intercambio comercial pacíficos.
La gran mayoría de la gente del mundo está atrapada entre varias instancias de coerción arbitraria. Todos los estados son, como lo es Al Qaeda, fundamentalmente criminales. El anarquismo de mercado es una opción que resalta la indeseabilidad e inmoralidad del monopolio sobre la violencia ejercido por el estado. Este 11 de Septiembre es un buen momento para recordar que el estado es terrorismo institucionalizado; que es exactamente aquello contra lo que supuestamente lucha.
Artículo original publicado por David D’Amato el 11 de septiembre de 2011.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.