Las divisiones en los “movimientos para la libertad” alrededor del mundo son, como poco, bizantinas. “Puristas” contra “pragmáticos”; “radicales” contra “moderados”; “Anarcocapitalistas” contra “agoristas” contra “libertarios socialistas”. Levante una piedra y aparecerán dos tendencias anarquistas divididas.
Sin embargo, el abismo más profundo y más evidente que divide a los autodenominados libertarios es el que separa a “anarquistas” de los “minarquistas” o partidarios de un gobierno mínimo. Espero que no exista confusión sobre dónde se sitúa el Centro para una Sociedad sin Estado.
Otra división, o al menos diferenciación, sería la típica de izquierdas y derechas. Durante muchos años se ha trabajado para borrar o disminuir esa separación, pero recientemente ha vuelto a salir a la palestra. Por mi parte, considero que esa distinción es válida, y me sitúo en la izquierda, pero creo que existe un espacio en el cual tanto la derecha como la izquierda pueden tirar en la misma dirección.
Definir izquierda y derecha es un ejercicio complicado. Los términos derivan de cómo se sentaron los diputados del parlamento revolucionario de Francia y su uso ha evolucionado en formas variadas durante los dos siglos de vigencia de los términos. Esto es, le recomiendo que coja mis definiciones con pinzas, puesto que aunque yo creo que son representativas, usted puede estar más informado que yo sobre el tema.
La izquierda tiende a una aproximación dinámica a la hora de construir un mundo mejor. los izquierdistas pueden creer o no en la perfectibilidad del hombre, pero se caracterizan por pensar que el cambio constante (la innovación, la destrucción de las antiguas instituciones en favor de otras nuevas, la reevaluación constante de lo que estamos haciendo, con un ojo puesto en hacerlo mejor o de forma distinta) sería lo que trae el progreso a las gentes.
La derecha es más precavida, en general. Los derechistas pueden creer en la Ley de Murphy o no, pero los cambios sociales bruscos y acelerados les huelen a azufre. Ellos opinan que las instituciones que han permanecido y evolucionado con el tiempo son las que llevarán a la sociedad bien derechita (es broma) por el camino que ellas marcan.
El problema reside en que tanto izquierda como derecha tienen en el Estado un instrumento tentador para sus fines: los estatistas de izquierdas creen que pueden usar su poder para reinventar la sociedad según sus creencias, sin el obstáculo de la piara de derechistas timoratos; por su parte, los estatistas de derechas opinan que pueden usar el poder del Estado para mantener las instituciones sociales protegidas de las visiones destructivas de los izquierdistas zumbados, y así mantener la evolución orgánica y pausada de la sociedad.
En un entorno de gobiernos monopolistas, hay obvias razones para que la izquierda y la derecha compitan por el poder: si uno de los dos manda, el otro pierde. Sin embargo, desde una perspectiva anarquista, la cuestión no es esa. Para lo que hay razones es para que los libertarios de todas las corrientes cooperen en el proyecto de transición de la era de los Estados nación a la era sin Estado… y para que los partidarios del gobierno limitado reconsideren su postura.
En ausencia del Estado, el orden social se convierte en un mercado: los consumidores (esto es, los individuos que componen la sociedad) son libres de escoger entre ideas izquierdistas y derechistas, cambiar de opinión a su gusto y llevar sus negocios a donde les apetezca: incluso pueden componer grupos que elijan el aislamiento unos de otros para evitar la “contaminación”. La sociedad sin Estado no sólo permite ver qué orden social es más útil, sino que cada persona puede ver qué le funciona mejor.
Evidentemente, la idea conlleva unos problemas importantes, sobre todo la posibilidad de que uno o varios grupos sociales se conviertan en Estados que traten de anexionarse a los otros grupos de forma violenta. Ese argumento no carece de validez, pero no es distinto de pedir que no se dé quimioterapia porque el cáncer puede volver. Es un puente que hay que cruzar… pero sólo cuando lleguemos a él.
Si es usted un “progresista”, un “conservador”, o un “minarquista” (o sea, si usted tiene una preferencia de orden social, de izquierdas o derechas), pregúntese lo siguiente: ¿cuál es su prioridad, construir esa sociedad para usted y para quienes quieran vivir en ella? ¿O prefiere entrar en una batalla eterna por el poder único e imponer su visión aún no realizada a todo el mundo?
Hay dos carriles en la carretera de la libertad, pero el Estado es un terraplén que lleva a una vía muerta.
Artículo original publicado por Thomas L. Knapp el 27 de octubre de 2009.
Traducido del inglés por Joaquín Padilla Rivero.