CNBC reportó recientemente acerca de las declaraciones del poderoso banquero Bahreiní Khalid Abdulla-Janahi, que hizo un llamado para implementar una “cultura de la meritocracia”, lo cual acompañó con la declaración de que “el capital necesita estabilidad”, a ser proveída, por supuesto, por el estado. Añadió que la meritocracia es consistente con el anhelo de “dignidad” que tiene el pueblo, que la meta era “reestablecer la confianza” en el sistema financiero. Las palabras de este magnate del establishment financiero árabe revelan más falacias fundamentales sobre el estatismo de lo que quizás él mismo se percate, dándonos importantes pistas sobre lo que significa la “meritocracia” del estado.
A pesar de ser definido y depender totalmente del uso de la fuerza, el estado sobrevive aprovechándose de la mentira de que es un sistema de relaciones voluntarias que premia el trabajo duro. Así es como la “meritocracia” se convierte en la explicación de la esctructura de clases existente, acallando las críticas de aquellos que se toman la molestia de pensar sobre el estado actual de la distribución de la riqueza.
Nos dicen que podemos estar seguros de que los preclaros jefes saben lo que hacen y que sus decisiones se basan en cuidadosas deliberaciones sobre especificidades técnicas que los simplones de nosotros ni siquiera podríamos entender. Pero la escencia de la meritocracia estadounidense, en realidad no se corresponde con su cuidadosamente cultivada reputación.
En Organization Theory, Kevin Carson cita a Joe Bageant diciendo que a pesar del mito meritocrático estadounidense, “el imperio necesita, como máximo, solo 20-25% de su población para administrarse y perpetuarse a sí mismo.” Esa clase de gerentes está compuesta por los “mayordomos” de los grandes señores que habitan la cima de la cumbre corporativa, mientras que el resto de la población constituye la “maquinaria productiva del imperio”.
Carson prosigue a demostrar que en lugar de educar, el sistema de educación estatal, desde el kindergarten hasta la universidad, está diseñado para producir piezas de engranaje, acríticas y disciplinadas, de la maquinaria estatista-corporativa.
La estructura de clase del estado ha estado siempre basada en lo que popularmente se conoce como “La Noble Mentira”, una idea famosamente iluminada por Platón en “La República”, su obra maestra de filosofía política. Platón sostenía que la sociedad buena o ideal, la que provocaría las actitudes morales adecuadas, tendría que basarse en una “ingenua falsedad” que protegería la percepción de pulcritud de la clase gobernante y mantendría a todos los demás contentos con su lugar en la sociedad.
Después de explicar las tres clases que serían establecidas por la mentira, Plato decía que habrían algunos de cada nivel de estratificación a los que se les permitiría cierto grado de mobilidad social, hacia arriba o hacia abajo. Aún así, advertía sobre la posibilidad de que miembros de la clase más baja — nacidos con “cobre o hierro” en sus almas — ascendiesen al poder. “Existe un oráculo”, escribía, “que predice que la ciudad perecerá cuando sea resguardada por el hierro o por el cobre”.
Hoy se nos enseña el mismo cuento de que la sociedad se derrumbaría si no fuese por el atento liderazgo del estado y sus élites. Nada asusta más a los regentes de Oriente Medio, aquellos que derivan su poder de la Noble Mentira, que la conciencia de clase implícita en las recientes revueltas populares. Ellos necesitan erosionar la idea de que una sociedad puede basrse en la explotación de la clase trabajadora, puede permitir la conquista cohercitiva por parte de una pequeña élite, aunque al mismo tiempo mantenga cierto nivel de “mobilidad social”.
Los anarquistas de libre mercado consideran el credo meritocrático del capitalismo de estado como un órgano integral de ese sistema de opresión no porque veamos a toda la gente como poseedora de las mismas habilidades, si no porque no es a través de ninguna habilidad valiosa (como la destreza, la perceverancia, la conciencia, etc.) que la élite de hoy en día gobierna. Incluso si uno aceptase la ridícula premisa de que la virtuosidad los llevó a sus posiciones de poder, esas posiciones en sí mismas no son más justificables, ni menos dependientes de la agresión.
Es desde ésas posiciones de poder que una minoría ociosa nos recluta en el ejército de trabajo forzoso y que el anarquista de mercado espera erradicar de la sociedad. Los amos del medio oriente harán todo lo que esté en su poder para promover su noción retorcida de meritocracia y justificar su robo sistemático a la gente trabajadora. La gente de Bahrain y de toda la región debe ver con escepticismo las exhortaciones a la meritocracia, las sumamente débiles coberturas de un sistema de monopolio que no tiene nada que ver con el libre mercado.
Artículo original publicado por David D’Amato el 25 de marzo de 2011.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.