En una entrevista de 2005, Bill Gates rechazaba el movimiento de código abierto/cultura libre, definiéndolo como “una nueva suerte de comunistas que quieren destruir los incentivos de los creadores de música, películas y software para crear nuevas obras, todo ello bajo distintas excusas”.
No importa la actitud bifaz de Gates en este asunto. Nos es indiferente que desarollase el compilador BASIC de Microsoft bajo un esquema clásico de código abierto: “La mejor forma de prepararlo es escribir programas, y estudiar los mejores programas que otra gente escribió. En mi caso, fui a los contenedores de basura del Centro de Ciencia Computacional (CSC) y de ahí sacaba listados de sus sistemas operativos)”, para que luego este entusiasta escarbador de basura tuviera el rostro de escribir una carta al Homebrew Computer Club en 1976 quejándose de que la ruptura generalizada del código BASIC le estaba quitando el pan de la boca (“La mayoría de ustedes roban los programas que usan”), a pesar de ser un niño rico desde la cuna.
No es relevante lo que Gates haya hecho. Muchas fortunas basadas en el saqueo se han visto justificadas más tarde. Lo que nos importa es lo que dice: si no crees que el Estado debe garantizarte una recompensa por tus esfuerzos, eres un comunista.
Sin embargo, como bien decía el anarcoindividualista estadounidense Benjamín Tucker hace ya más de un siglo, eliminar los privilegios y monopolios implica que el libre mercado “socializará” los beneficios de la innovación.
El proceso normal en un libre mercado sin barreras de entrada es que un innovador obtenga beneficios extraordinarios a corto plazo por ser el primero del mercado, y que esos beneficios extraordinarios desaparezcan hasta ser nulos a medida que los competidores adoptan la innovación y bajan el precio gradualmente hacia el coste de producción.
Como muchos críticos de la “propiedad intelectual” resaltan, el concepto es contradictorio en sí mismo. La “propiedad intelectual” está reñida radicalmente con los principios de la auténtica propiedad privada. La “propiedad intelectual” sólo puede existir si se infringen los derechos de la propiedad privada tangible. Los copyrights y las patentes conceden al tenedor de éstos una apropiación de facto de la propiedad física de otras personas, impidiéndoles usar esa propiedad en las formas y modos que determine el monopolio que el tenedor de esos derechos posee.
Si analizamos la justificación que subyace en la legislación de propiedad intelectual, la asunción principal es que el artista o “innovador” tiene derecho a que el Estado le garantice una ganancia a cambio de su esfuerzo o su inversión.
Entonces si nosotros somos comunistas del copyright, Bill Gates y sus amigos de la RIAA [industria musical] y la MPAA [productores de películas] son, en verdad, unos nazis del copyright.
El fascismo es un sistema en el cual el gobierno garantiza la protección de los intereses de sus industrias protegidas escudándolas (incluso a punta de pistola) de la competencia del mercado.
Los nazis del copyright creen que el derecho del creador a un beneficio por su obra está por encima del derecho de la gente a entrar libremente al mercado y usar su propiedad como gusten.
Nosotros, los comunistas del copyright, creemos que todo el mundo debe poder hacer lo que quiera con su propiedad, y que nadie tiene derecho a tener un beneficio garantizado por el Estado.
El nazismo del copyright, por otra parte, es el “socialismo perverso” descrito por Noam Chomsky: privatizar beneficios y socializar costes. La propiedad de la masa (obtenida como fruto de su trabajo) y su derecho a hacer lo que deseen con ella; todo eso es “socializado” para beneficiar a los privilegiados. El santo y seña de Gates es la “perversa máxima de los amos de la humanidad”, frase de Adam Smith frecuentemente citada por Chomsky. Tal máxima es: “Todo para nosotros… y nada para los demás.
Otra cita de Adam Smith que interesa a los nazis del copyright: “Gentes del mismo oficio rara vez se reúnen, ni siquiera para divertirse, sin que la conversación termine con una conspiración contra el público o en un contubernio para subir los precios”.
Por consiguiente me declaro enemigo de Gates, la MPAA y la RIAA y me declaro amigo de Adam Smith.
Si esto es comunismo, entonces llevémoslo hasta sus últimas consecuencias.
Artículo original publicado por Kevin Carson el 15 de mayo 2009.
Traducido del inglés por Joaquín Padilla Rivero.