Los aficionados de la tecnología y defensores de la privacidad observaron atentamente el ataque que Microsoft lanzó a finales de 2013 contra el sistema operativo Chrome de Google.
Por un lado, es inusual que una empresa gaste los dólares de su presupuesto publicitario atacando a sus competidores en lugar de promover sus propios productos. Por otro, la posición de Microsoft en la cima del mercado de los sistemas operativos es tal que si sus ejecutivos sienten la necesidad de pasar a la ofensiva, es obvio que temen que su cuota de mercado está realmente amenazada (como fue el caso alrededor del 2002, cuando finalmente se dignó a tomar nota públicamente de la existencia de Linux).
A medida que el año llegaba a su fin, se confirmaron las peores pesadillas de Redmond. En octubre, Google afirmó que el 22% de todas las escuelas públicas de Estados Unidos han adoptado el Chromebook (estrechamente correlacionado con la declaración de fin de año de que el 21% de los ordenadores portátiles vendidos entre enero y noviembre fueron Chromebooks). En diciembre, dos de los tres ordenadores portátiles más vendidos de Amazon.com fueron Chromebooks.
Así que parece que Microsoft se encuentra en una coyuntura crítica y está reaccionando – no sólo con la propaganda «Scroogled», sino con la consideración de proveer gratuitamente algunas versiones del sistema operativo Windows a los fabricantes de ordenadores para combatir el otro sistema operativo gratuito de Google, Android.
La era de desembolsar dinero por los sistemas operativos (y por la mayoría de las aplicaciones) ha terminado. La era de los sistemas operativos libres – y la informática en red / basada en la nube – ya está aquí. Y puesto que no hay tal cosa como un almuerzo gratis, la pregunta obvia para el resto de nosotros es: ¿A qué renunciamos en la transacción?.
Renunciamos a nuestra privacidad. Google hace su dinero comerciando con la información que (a menudo inconscientemente) le proveemos a medida que navegamos por la red, enviamos y recibimos correo electrónico, participamos en el comercio en línea, etc. Lo mismo ocurrirá con otros y futuros proveedores de equipo informático y potencia computacional.
Por razones obvias, esto molesta a algunos usuarios – sobre todo a mis amigos cripto-anarquistas que valoran la privacidad como tal y han estado trabajando duro desde hace décadas para que la privacidad en línea sea posible y conveniente.
No creo que los cripto-anarquistas estén exagerando per sé. La amenaza a la privacidad es ciertamente real. Pero al igual que Microsoft, se encuentran en una coyuntura crítica. La nueva forma de hacer las cosas obviamente se está imponiendo. La mayoría de la gente (yo incluido – mis dos ordenadores principales son un Chromebox y un Chromebook) se siente cómoda renunciando a la privacidad a cambio de mayor conveniencia y comodidad.
Obviamente, se necesita una nueva generación de herramientas de privacidad para esta nueva era. Y como con la anterior generación de herramientas, el obstáculo más difícil de superar será hacer esas herramientas fáciles de adquirir, instalar y usar.
Al igual que el viejo de «El Graduado», tengo una sola palabra para nuestros aspirantes a protectores: Esteganografía. La mejor manera de proteger un secreto es que los chicos malos – gobiernos y criminales (aunque me repito) – no sospechen de la existencia del secreto. Dado que el intercambio de imágenes de lindos gatitos y demás parece haberse convertido en un hábito perdurable en Internet, lo que se necesita es un sistema de cifrado de clave pública fuerte (¡pero fácil de usar!) para ocultar mensajes en este tipo de archivos comunes, corrientes y no sospechosos, preferiblemente sólo fácilmente detectables, y por supuesto legibles, usando la mitad secreta del par de claves.
Pero esto es sólo una sugerencia. Puede haber una mejor manera que yo, al no ser el geek que solía ser, no haya pensado. Mi objetivo principal en esta ocasión no es sugerir una solución particular, sino más bien hacer hincapié en que tenemos un nuevo paradigma ante nosotros. La privacidad todavía puede ser posible, pero sólo si se adapta a la nueva forma de hacer las cosas.
Artículo original publicado por Thomas L. Knapp el 5 de enero de 2013.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.