El llamado “Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL)”, escribe el presidente de Estados Unidos Barack Obama en su carta al Congreso del 11 de febrero, “representa una amenaza para las personas y la estabilidad de Irak, Siria, el gran Oriente Medio y para la seguridad nacional de Estados Unidos”. Por lo tanto, Obama pide que el Congreso apruebe una “Autorización para el Uso de la Fuerza Militar” para apoyar sus medidas militares anteriores en Siria e Irak y obtener carta blanca para continuar y escalar esas medidas por tres años más.
La propuesta AUFM de Obama plantea varias cuestiones en el contexto de las acciones emprendidas por el estado. Por ejemplo, ¿por qué Obama solicita permiso del Congreso para hacer lo que ya está haciendo y al mismo tiempo afirma que no necesita ese permiso? ¿Por qué no se juega del todo y solicita una declaración de guerra – el único instrumento de aprobación del Congreso que pasa el filtro constitucional – en lugar de una “autorización” inconstitucional?
Pero a diferencia de algunas situaciones “AUFM” anteriores, esta plantea una pregunta aun más importante. ¿Por qué Obama no admite que el Estado Islámico es, de hecho, un estado? Esa pregunta se cernía implícitamente en solicitudes AUFM anteriores frente a estados “delincuentes” o “fallidos” (como el régimen de Saddam en Irak y el gobierno talibán de Afganistán) y “actores no estatales” como Al Qaeda. Al enfrentarse al Estado Islámico Obama le da una relevancia especial a la pregunta.
En un mensaje presidencial anterior, Obama afirmó que el Estado Islámico no es ni islámico ni un estado. Ambas afirmaciones son risibles, y por las mismas razones.
El Estado Islámico es claramente islámico. Basa sus pretensiones de autoridad religiosa en doctrinas musulmanas extraídas del Corán y en hadices (tradiciones proféticas islámicas) específicos. Las controversias relativas a la validez de sus interpretaciones son sectarias, similares a las discusiones entre las denominaciones cristianas sobre el método apropiado de bautismo, etc.
El Estado Islámico es también claramente un estado. De las muchas definiciones de la palabra, la de Hans-Hermann Hoppe basta en este contexto: “[Un] monopolista territorial de servicios de protección y jurisdicción con el poder de imponer tributos sin el consentimiento unánime”. El Estado Islámico reclama esa potestad monopólica sobre grandes porciones de Irak y Siria. Fuerza a las personas que viven allí a apoyarlo a través del pago de impuestos, y las obliga, con tanta violencia como sea necesario, a aceptar sus leyes y su autoridad.
¿Por qué Obama no quiere admitir que el Estado Islámico es un estado? Porque este rechaza abiertamente el sistema de Westfalia, el modelo derivado de la “Paz de Westfalia” de 1648. En el sistema de Westfalia, un estado reclama su soberanía sobre un territorio definido, respeta la misma soberanía de otros estados, y se considera como igual a todos los demás estados ante la ley internacional. Debido a que el Estado Islámico reclama al mundo entero como su territorio, niega la soberanía de otros estados y mantiene que sus pretensiones están por encima de cualquier ley internacional previa, Obama afirma que no es un estado.
Pero Estados Unidos tampoco se ajusta a esa definición y por las mismas razones. Durante 70 años los EE.UU. ha hecho lo que ha querido donde ha querido en todo el mundo, negando a voluntad la soberanía de otros estados y rechazando cualquier aplicación del derecho internacional que contradiga sus acciones. Otros estados – especialmente la Unión Soviética en su etapa tardía – han hecho lo mismo mientras fueron capaces de hacerlo.
La Segunda Guerra Mundial fue la sentencia de muerte del sistema de Westfalia, y las consecuencias de esa muerte se han mantenido vigentes hasta hoy. Obama se niega a reconocer esto porque él no quiere pasar a la historia como el panegirista en su funeral al admitir la equivalencia moral del régimen de Abu Bakr al-Baghdadi con el suyo.
El sistema de Westfalia yace muerto en el basurero de la historia. La siguiente tarea de la humanidad es deshechar también a los estados que lo sucedieron.
Artículo original publicado por Thomas L. Knapp el 13 de febrero de 2015.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.