El anarquismo y la jerarquía tienen una relación compleja. Algunos anarquistas proclaman estar en contra de toda jerarquía (a veces incluso definen el anarquismo en base a esa proclamación) y otros declaran que simplemente se oponen al Estado y no se preocupan por la jerarquía en sí misma. Creo que el anarquismo individualista bien entendido se ubica en algún lugar entre estos dos extremos.
El anarquismo individualista, en definitiva, es la idea de que el ser humano individual es la unidad fundamental que conforma a la “sociedad”. Por lo tanto, cualquier sistema político, o más exactamente, cualquier no-sistema apolítico que esté en vigencia, debe dar primacía al individuo y respetar su soberanía como ser libre. El no-sistema que logra este objetivo de manera óptima es el anarquismo.
La jerarquía es “un sistema u organización en el que las personas o grupos se clasifican como uno más importante que el otro en función del estatus o la autoridad”. En algunos casos, este tipo de sistema es intrínsecamente malo (o malo en sí mismo); en otros es permisible e incluso bueno, y en otros es objetable, pero no intrínsecamente malo.
La jerarquía es obviamente problemática e incluso inmoral cuando se mantiene a través de la iniciación de la fuerza. Como individualistas, apoyamos la soberanía del individuo y consideramos que la autonomía personal es de extrema relevancia moral. La capacidad de ejercer las facultades y habilidades de cada quien, de acuerdo a su propia voluntad, es el derecho fundamental de cada individuo (y dado que cada persona tiene este derecho, este implica una limitación sobre la voluntad de impedir violentamente las acciones de otros).
El acto de subordinar las metas de los otros por la fuerza y sustituirlas por las propias es una afrenta a la individualidad de ambas personas y una violación de los derechos. Sí, el acto de agresión es inmoral en sí mismo. Pero un sistema de jerarquía mantenido en base a la agresión somete a ciertos individuos a la autoridad de otros; cuando uno no es más que un siervo, obediente a los niveles más altos de la jerarquía, no hay individualidad, y eso es algo con lo que estamos evidentemente en desacuerdo.
Esto lleva al individualista a rechazar el uso de la violencia, y por lo tanto, al Estado. El Estado, al contrario de lo que postulan los teóricos del contrato social, se apoya en la violencia para mantener su financiación y su monopolio del uso legítimo de la fuerza dentro de una región. Los Estados son sistemas jerárquicos conformados por depredadores agresivos. Son la antítesis del individualismo.
Para muchos anarquistas la propiedad privada es inherentemente jerárquica, y por lo tanto inadmisible. Y tienen razón solo en parte: en cierto sentido la propiedad privada crea una jerarquía entre el dueño de un bien y todos los demás. Sin embargo, la propiedad privada tiene otras ventajas que son dignas de consideración. No hay razón para reducir nuestro análisis a una cuestión de jerarquía o no jerarquía. Hay otros factores moralmente relevantes.
La propiedad privada es útil por una serie de razones, sobre todo por razones consecuencialistas. Un sistema de propiedad privada crea una sociedad próspera y rica que puede asignar eficientemente los recursos escasos. Adicionalmente, y de gran importancia para el individualista, la propiedad privada es vital para la autonomía personal. Tal como lo plantea Roderick Long,
La necesidad humana de la autonomía: la capacidad de controlar la propia vida sin la interferencia de otros. Sin propiedad privada, no tengo ningún punto de apoyo verdaderamente mío; no tengo ninguna esfera protegida dentro de la cual pueda tomar decisiones sin obstáculos impuestos por la voluntad de otros. Si la autonomía (en este sentido) es valiosa, entonces necesitamos la propiedad privada para su realización y su protección.
Sin propiedad privada, el alcance del individuo se ve restringido a favor de la comunidad o la sociedad. Como individualistas deberíamos promover la maximización de la autonomía de cada persona, y la propiedad privada es beneficiosa en ese sentido.
Por otra parte, la sustitución de la propiedad privada con la propiedad colectiva no elimina la existencia de jerarquía. Simplemente pone en el nivel más alto de la jerarquía a la mayoría del colectivo en lugar del propietario individual. Bajo la propiedad colectiva, cualquiera que en ese momento conforme la mayoría tiene la potestad de decidir sobre el uso que se le da a la propiedad, y quedan, por lo tanto, en un lugar de autoridad sobre la minoría.
Digno de mención es la cuestión de la crianza de los hijos o la familia. La relación padre-hijo es históricamente jerárquica. Sin embargo, sin entrar mucho en el complicado ámbito de los derechos del niño, la autoridad empleada apropiadamente por los padres en la crianza de sus hijos no se basa en la fuerza en el mismo sentido en que se utiliza la fuerza en contra de un adulto (la cuestión de dónde debe trazarse esa línea es otra cuestión bastante complicada). Si bien hay casos de uso de la fuerza que son injustos, como en el caso del abuso, hay otros casos del uso de la fuerza que son justos, tales como obligar a un niño a que coma su cena. Y puesto que la jerarquía padres-hijos es aparentemente beneficiosa para los individuos involucrados, no hay nada en ella que moleste al anarquista individualista. (Para más información sobre la perspectiva anarquista individualista sobre los derechos de los niños, ver la sección de este ensayo titulada “Los Derechos de los Niños“)
¿Y qué puede decirse de los sistemas de jerarquía no violenta? Muchos de los casos en este sentido dependerán de los detalles de la situación y el contexto específico. Pero en general podemos decir que la jerarquía, incluso la jerarquía “consensual”, siempre es potencialmente problemática para el individualista. Puesto que consideramos que la autonomía y el ejercicio de las facultades propias son sumamente importantes, las situaciones en las que las personas se someten voluntariamente a la autoridad completa de otros, creando una jerarquía, pueden muy bien ser objetables.
Considérese la posibilidad de una pequeña ciudad en la que todos los ciudadanos, por una razón u otra, someten voluntariamente toda la propiedad individual a la propiedad colectiva. Por las razones expuestas acerca de los efectos de la propiedad privada sobre los incentivos y la autonomía de las personas, podemos decir que una ciudad basada en la propiedad privada es preferible a una ciudad basada en la propiedad colectiva. Por lo tanto, como individualistas que valoran la prosperidad y la autonomía, tenemos buenas razones para objetar la creación de una ciudad basada en el comunismo voluntario, incluso si esto se limita simplemente a expresar nuestra opinión de que los ciudadanos están tomando una decisión desacertada y en su lugar deberían adoptar un sistema de propiedad privada.
Por las razones mencionadas anteriormente, la iniciación de la fuerza es inadmisible par el individualista. Después de todo, el uso de la fuerza implicaría someter a la gente de la ciudad a nuestra voluntad, lo cual es activamente inmoral y peor que sus decisiones voluntarias. Así que sería un error usar la fuerza para evitar que la gente de la ciudad adoptase el comunismo voluntario.
Sin embargo, usar herramientas como la persuasión, las campañas educativas o los boicots es aceptable y hasta recomendable (el que estas medidas sean eficaces y valgan la pena es otro tema). Reconocemos que el comunismo voluntario es un mal sistema para la gente que vive en él (y también potencialmente malo para otros por razones económicas, o si las ideas comienzan a extenderse y ganar apoyo), y someterse a los caprichos de la mayoría es un error, por lo que no tendría sentido ser ambivalentes al respecto.
También está el tema de las formas comunales de propiedad horizontalmente organizadas y autogestionadas. Éstas no son exactamente las mismas que las que prevalecerían bajo un régimen de propiedad colectiva. Los recursos comunes donde los derechos posesorios privados del individuo están estrictamente definidos, son mucho más propensos a proteger y fomentar la autonomía personal y el individualismo que el colectivismo pleno, a pesar de que puedan ser problemáticos dependiendo de cómo se organizan exactamente los recursos comunes.
Puede que la cuestión de la jerarquía en el lugar de trabajo sea objetable, pero no necesariamente. Los grandes centros de trabajo jerárquicos que tienden a tratar a los trabajadores como engranajes de una máquina o como herramientas de los empleadores claramente no están en línea con la filosofía individualista. Un lugar de trabajo donde se ningunea y se falta el respeto a los empleados de menor jerarquía deben ser objetados (de manera no agresiva) por cualquier persona a la que le importen la autonomía y el respeto a las personas.
Ahora bien, esto no implica que toda jerarquía en el lugar de trabajo sea mala en absolutamente todos los casos. A veces será preferible por razones económicas. A veces la jerarquía es mínima, se respeta a los empleados y se toma en cuenta su opinión. A veces, a pesar de ser jerárquica, la empresa es relativamente plana. Si bien muchas de las grandes corporaciones hoy en día rechazan los compromisos individualistas, no todos los lugares de trabajo jerárquicos son intrínsecamente malos. Simplemente tienen el potencial de ser malos.
Preguntar simplemente si algo es jerárquico y dar por terminado nuestro análisis moral es un error. Del mismo modo, preguntar simplemente si algo es coercitivo y dar por terminado nuestro análisis moral es un error. El individualismo considera muchos elementos como moralmente relevantes. Es cierto que la agresión y la libertad negativa son importantes. Pero también lo es la autonomía personal. Y también lo son la prosperidad y las consecuencias sociales beneficiosas. Tanto la economía política como la filosofía moral requieren del pluralismo de valores y del análisis meticuloso.
La lección que debemos aprender sobre la jerarquía no violenta es que, como casi todo en la vida, no es intrínsecamente mala, pero tiene el potencial de ser mala. Los sistemas de jerarquía voluntaria promueven una cultura de obediencia y colectivismo, y posiblemente podrían conducir a sistemas que se basan en la violencia. Éstos desalientan la individualidad, el libre pensamiento y la autonomía. Por estas razones, la jerarquía no violenta nunca es intrínsecamente mala para el anarquista individualista, pero siempre es potencialmente problemática y a menudo desagradable.
La posición del anarquista individualista respecto a la jerarquía se ubica en algún lugar entre el “siempre es malo” y el “nunca es malo”. A veces lo es. Pero otras veces no. Como he dicho anteriormente, la relación entre el anarquismo y la jerarquía es compleja y complicada. Parte de ser un individualista, un ser humano, es pensar las cosas por nosotros mismos, con rigor y exhaustivamente. No siempre hay principios claros y tajantes que nos exoneren de pensar por nosotros mismos, independientemente de qué tan cómodo sea el sillón desde el que pensemos.
Artículo original publicado por Cory Massimino el 30 de agosto de 2014.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.