En el 2010, Newt Gingrich dijo que el presidente de EE.UU., Barack Obama, nos resulta “incomprensible”, al menos que usemos su orientación ideológica “keniana y anti-colonialista” como punto de referencia para entender sus bizarras acciones. Pues Obama ha sido increíblemente exitoso en ocultar su profundo desprecio por el colonialismo, hasta el punto de alabar a Europa durante un discurso la semana pasada, por supuestamente haber otorgado al mundo los derechos humanos y la democracia:
…Fue aquí, en Europa, gracias a siglos de lucha… que un conjunto particular de ideas comenzaron a surgir: la creencia de que a través de la conciencia y el libre albedrío, cada uno de nosotros tiene derecho a vivir como queramos. La creencia de que el poder se deriva del consentimiento de los gobernados…
David Graeber, un antropólogo y pensador anarquista estrechamente asociado al movimiento Occupy Wall Street desde sus primeros días, tiene mucho que decir sobre la noción de que el autogobierno es una abstracción sumamente avanzada; tan avanzada como para que la raza humana haya sufrido en la oscuridad de la ignorancia hasta que aparecieron unos tipos listos en Atenas, París o Filadelfia, que se encargaron de pensar sobre lo que hasta entonces era impensable.
En “Fragmentos de antropología anarquista”, Graeber argumenta que a lo largo de la historia, casi todos los grupos de gente común y corriente que interactúan cara a cara han practicado el autogobierno, porque cuando no existe una fuerza policial o un ejército para someter a todo el mundo a los golpes, el sentido común lleva naturalmente a escuchar la opinión de los demás y a establecer un consenso sobre la mejor manera de hacer las cosas. Es lo que normalmente sucede en los consejos de aldeas, así como en las instituciones populares para el gobierno los recursos comunes estudiados por Elinor Ostrom. Y estas instituciones populares para el autogobierno local persistieron por mucho tiempo después de que el Estado se superpuso sobre la sociedad; por ejemplo, en las instituciones campesinas como el Mir ruso, las mutuales y otras organizaciones sociales voluntarias. En cuanto a la idea de que las personas deben poder participar equitativamente en las decisiones que las afectan, pues prácticamente todo el mundo la entiende de manera intuitiva.
Pero los estudiosos occidentales de la historia del pensamiento político no suelen ver a “un consejo de aldea Sulawesi o Talensi” exactamente “en el mismo nivel que Pericles”. Dice Graeber que tal vez las decisiones por mayoría y el voto “en realidad no sean ideas tan increíblemente sofisticadas como para que nunca se le hayan ocurrido a nadie hasta que unos genios de la antigüedad las ‘inventaran’…”. Quizás la razón de que el modelo occidental de democracia mayoritaria no era ampliamente utilizado en las sociedades igualitarias, es simplemente que sin una maquinaria coercitiva centralizada para imponer por la fuerza las decisiones de la mayoría sobre la minoría, era más sensato tomar decisiones por consenso y evitar la polarización y fragmentación de la comunidad en facciones.
La democracia mayoritaria ha surgido sólo bajo dos condiciones: 1) la mayoría de la gente cree que es correcto tener voz y voto en las decisiones que la afectan, y 2) existe “un aparato coercitivo capaz de hacer cumplir sus decisiones”. De hecho, es inusual que ambos estén presentes al mismo tiempo, porque en las sociedades con valores igualitarios ampliamente difundidos, por lo general la coerción sistemática es considera como intrínsecamente inmoral. Y donde quiera que ha existido, la coerción sistemática surgió entre la gente que usaba deliberadamente la fuerza para hacer valer sus propios intereses a expensas de los afectados por sus decisiones. El estado originalmente surgió como medio para proteger los privilegios de las clases que lo controlaban, y extraer rentas a la mayoría de las personas bajo su dominio.
La democracia, como ideología moderna, surgió en sociedades que ya estaban gobernadas por estados coercitivos que defendían los intereses de una clase dominante. Y los sentimientos igualitarios democráticos generalmente han sido cooptados por facciones disidentes dentro de las clases dominantes, o por clases que aspiraban a ser dominantes, para reclutar a las clases bajas en sus esfuerzos por desplazar al régimen existente; después de lo cual la nueva clase dominante proclama una falsa “democracia” con ella misma como guardián, y se avoca a gobernar a la mayoría a favor de sus propios intereses.
Es precisamente este tipo de “democracia” la que Obama exalta. Noam Chomsky la llama “democracia del espectador”: elegir entre candidatos que representan alas contendientes de la misma clase dominante, elegidos por dicha clase entre sus propios miembros, y sentarse y cerrar la boca después de que la elección haya terminado, para que la nueva dirigencia proceda a tomar órdenes del Banco Mundial y el FMI, y a firmar el último tratado de “Libre Comercio” elaborado por empresas transnacionales, al igual que lo hacían los dirigentes anteriores. Si por algún accidente, el gobierno de un país refleja un cierto grado de democracia genuina, amenazando los intereses económicos del capital transnacional, Washington lo condena como un “Estado terrorista”, o “Estado fallido”, y les envía funcionarios de la CIA, la Fundación Nacional para la Democracia y la Fundación Soros para socavarlo, o anima a oficiales militares con vínculos estadounidenses a derrocarlo.
La democracia existía mucho antes de que los Estados emergiesen, porque los seres humanos se organizaron primordialmente en comunidades. Y va a seguir existiendo después de que el Estado desaparezca.
Artículo original publicado por Kevin Carson el 4 de abril de 2014.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.