En un artículo reciente publicado por la BBC, el Dr. Damian Tobin de la Escuela de Estudios Africanos y Orientales analiza la correlación entre el crecimiento económico y las “crecientes desigualdades entre ricos y pobres” en China. Aludiendo a “la privatización de las empresas estatales”, Tobin insinúa que las causas de los “peligrosos niveles de desigualdad” en China son el alejamiento del intervencionismo estatal y de la planificación económica.
La idea es que aunque algo como la “libre empresa” pueda generar crecimiento y “riqueza privada”, ésta es insuficiente en sí misma (osea, sin el estado) para moderar o hacer más igualitarios los niveles de riqueza de los ciudadanos en general. Pero aunque Tobin esté en lo cierto al ver que algo anda muy mal en la economía china, los problemas que él ve son causados por el estatismo en lugar del genuino libre mercado.
Un auténtico libre mercado no es solo el sistema económico consistente con el respeto a la vida humana y el trabajo, sino también el medio más idóneo para alcanzar una justa distribución de la riqueza. En oposición al programa económico altamente influenciado por el estado que tenemos hoy en día en casi todo el mundo, un mercado liberado sería aquel en el que no existiesen los privilegios especiales ni los subsidios a las corporaciones: el estado, por definición, no tendría nada que hacer en cuanto a escoger ganadores y perdedores.
Mientras que hoy en día uno puede establecer una correspondencia entre el tamaño de una industria y su ejército de lobistas, un mercado libre carecería de ventajas injustas por las que se puediese pelear en la arena política. El incestuoso juego de Monopolio en el que algunos esperan hacerse del poder coercitivo del estado para bloquear la verdadera competencia es inherente a los incentivos creados por los sistemas basados en la autoridad.
No debería sorprendernos que cuando se introduce la violencia sistemática en la esfera económica, son los ricos y privilegiados los que más ganan. A pesar de que el preocuparse por los pobres y los trabajadores está hoy asociado a la idea de un estado total y omnipotente, el estado jamás ha sido el aliado del victimizado y desaventajado.
El estado es más bien un órgano de la élite de poder, una agrupación de intereses económicos que aspira a acallar toda opinión fuera de la economía estatista. Cualquier cosa que haga el estado que parezca superficialmente ayudar al pobre tiene como objetivo mantener los engranajes de la economía funcionando de manera que la estructura corporativa oligpólica no se destruya a sí misma.
El mito del estado como santo salvador es especialmente amenazador para los trabajadores y agricultores chinos. En 1850, el economista de libre mercado Friederic Bastiat describió la lucha creada por el estado, en la cual todos “dirigen sus esfuerzos a contribuír poco, y tomar mucho, del fondo común de sacrificios”.
Preguntándose retóricamente si “los ganadores de esta lucha serían los menos afortunados”, Bastiat respondía que “definitivamente no, más bien los ganadores tienden a ser los más influyentes y calculadores”. Bastiat entendió que la interferencia estatal en la economía, aunque muy frecuentemente sea mercadeada con lenguaje populista, es un hecho puramente elitista. El libre mercado, por lo contrario, definitivamente no está hecho para monopolios enormes y operadores políticos estrenduosamente ricos.
En China, son las masas trabajadoras las que sufren la desfiguración estatal de la economía de intercambios libres y pacíficos, no los multi-millonarios acaparadores de riqueza. La verdad es que todavía no nos ha sido posible ver el tipo de distribución de la riqueza que produciría un mercado verdaderamente libre.
En China no existe el libre mercado. La presente encarnación de su nuevo y nominal sistema de “libre empresa” conlleva un intervencionismo estatal que infecta casi todas las células vivientes del organismo económico. El anarquismo de mercado puede demostrar que la concentración actual de la riqueza en las manos de unos pocos es un síntoma del proceso de cercado económico llevado a cabo por el estado para beneficiar a las Grandes Empresas.
Las disparidades de riqueza como las que existen en China requieren la participación activa del estado. Por lo tanto, para remediar dichas disparidades se requiere la lenta eliminación del estado a través del comercio y la cooperación mutuamente beneficiosos. Eso es lo que significa un libre mercado para nosotros, y eso es lo que China, y el resto del mundo, necesitan.
Artículo original escrito por David S. D’Amato el 9 de julio de 2011.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.