Alan Greenspan, el señor que como presidente de la Reserva Federal infló el dólar un 77,5%, nos dice que “[Bitcoin] es una burbuja”. Greenspan afirma que “se requiere un verdadero esfuerzo imaginativo para inferir en donde reside el valor intrínseco de Bitcoin. No he sido capaz de hacerlo”.
Sin embargo, Greenspan de alguna manera se las arregla para imaginarse de dónde viene el “valor intrínseco” de registros contables y pedazos de papel verde respaldados por nada más que el “prestigio y solvencia” de los políticos que succionan un alto porcentaje de la riqueza supuestamente representada por esos dólares a través de impuestos directos, que han “tomado prestado” otros 17 billones de dóares (después de que la Reserva Federal los creara de la nada), y que han comprometido al gobierno de los Estados Unidos a hacer frente a decenas de billones más en pasivos, todo bajo la premisa de que encontrarán una manera de robar esa riqueza del resto de nosotros para financiar sus jugarretas.
Vaya morro. Andar por ahí dándole clases a la gente sobre “burbujas” y elefantes blancos después de haber hecho una carrera especializada en esas actividades. Pero bueno, he de admitir que el tipo es, de alguna manera, un experto sobre el tema.
No soy economista, y trato de no jugar a serlo en Internet. Y sé que algunos economistas–no solo los farsantes keynesianos y monetaristas, sino también algunos de verdad verdad, o sea, de la Escuela Austriaca–son escépticos de Bitcoin como “dinero real” por razones varias. Y respeto su escepticismo. Ya se verá si tienen razón o no.
Pero es importante tener en cuenta que las razones por las que Bitcoin preocupa a políticos, burócratas, reguladores, banqueros conectados y otros miembros de la clase política no son ni económicas (si Bitcoin es un castillo de naipes, no lo es más que el régimen monetario de la clase política), ni regulatorias (¿nos protegieron los reguladores de Bernie Madoff o de los colapsos bancarios del 2008?), ni de índole criminalística (en el 2012 el fraude de tarjetas de crédito y débito le costó 5,5 millardos de dólares y afectó al 10% de los estadounidenses… pero los políticos nunca sugirieron dejar de usar el dinero plástico para eludir estos problemas).
Las preocupaciones de los políticos y sus parásitos son mucho más simples: a lo que le tienen miedo es a perder el control.
Las consecuencias fiscales son parte importante de ese miedo, y con razón. Los movimientos de una moneda digital transnacional, descentralizada, de par en par, potencialmente anónima (Bitcoin no es inherentemente anónima, pero es relativamente fácil oscurecer la identidad de los que se realizan transacciones con ella) son muy difíciles, o imposibles de gravar. Pero los gobiernos pueden adaptarse gravando cosas que son más difíciles de esconder, como la ocupación y el uso de la tierra, o el movimiento de bienes físicos.
El tema de verdadera importancia para la clase política es que una moneda digital transnacional, descentralizada, de par en par y anónima es mucho más inmune a la manipulación política. Si su sistema de creación es seguro y ellos no controlan ese sistema, no pueden “tomar prestado” dinero creándolo de la nada. Si es verdaderamente transnacional y ampliamente adoptada, será mucho más difícil usarla como instrumento de guerra económica entre estados o dentro de ellos. Si no puede regularse efectivamente, los amigotes políticos de las corporaciones no podrán usarla para impedir la entrada a competidores potenciales.
Y por supuesto, una moneda como esa sería también enormemente ventajosa para el resto de nosotros por las mismas razones. Una separación completa de la economía y del estado será un importante avance hacia la abolición de éste, y hacia que aquella funcione más eficientemente para el resto de nosotros.
¿Será Bitcoin el instrumento con el que lograremos esa separación? Quizás sí, quizás no… pero ese instrumento va a llegar más temprano que tarde.
Artículo original publicado por Thomas L. Knapp el 7 de diciembre de 2013.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.