El reciente deceso de Ted Kennedy y un cúmulo de distintas razones han resultado en una especie de “campaña especial” de elecciones a senadores para el Senado estadounidense y demás filfa. Sigo sorprendiéndome, después de tanto tiempo siendo anarquista, de la manera en la que la gente habla del “derecho” a votar como si fuera una prerrogativa. Por supuesto, las leyes no son más que las ideas de los burócratas respaldadas por la fuerza letal de las armas, pero en el caso del voto la cosa se pone peor.
Nadie tiene el “derecho”, en circunstancias normales, de usar o amenazar con el uso de la violencia a alguien para controlar su vida o su propiedad. De hecho, cada uno de nosotros tiene la obligación moral de no entrometernos con el resto de seres humanos de esa forma. Sin embargo, en el mágico mundo del Estado y sus policías, inspectores de Hacienda y politicuchos, esa intromisión no sólo resulta aceptable, sino imprescindible para la convivencia. Tal es la naturaleza intrínseca del gobierno.
Así, al votar en las elecciones, un votante manifiesta su conformidad con este comportamiento inmoral e indefendible intelectualmente, siquiera por interposición. No, señor o señora votante, no es usted quien apunta al contribuyente con una pistola, ni quien lanza al fumeta a la celda, ni quien encarcela al poseedor de un arma totalmente pacífico. Puede que ni siquiera sean los políticos que usted votó. Sin embargo, al votar y consolidar la continuación del gobierno con ese gesto, usted está contratando mercenari@s para que realicen esas tareas por usted. Está aprobando la violencia y el latrocinio que son inherentes al Estado.
La buena noticia es que la mayoría de la gente no vota, ora porque no quieren, ora porque no satisfacen los criterios del gobierno para hacerlo. Eso implica que sólo habría que llevar este mensaje a una minoría de individuos. Sin embargo, sería interesante llevar estas ideas a quienes no votan, puesto que aunque ya están haciendo bien al abstenerse, suelen mostrar los mismos puntos de vista sobre política que aquellos que votan. Es bueno tratar de cambiar eso. Eso sí, si consideramos las razones por las que la gente no va a votar (“No hay nadie de mi agrado”; “No me interesa la política”; “El sistema está amañado”; “Estoy ocupado, tengo facturas que pagar”) es evidente que 1) existe una desconfianza y un desprecio del gobierno y que 2) la vida, el trabajo, la familia y el tiempo libre del no votante son más importantes para él que los enredos de los burócratas y políticos. Eso es sano.
Decir que usted tiene un “derecho” al voto confiere poder al gobierno, no a usted ni a nadie más. Es como decir que usted tiene el derecho de contratar asesinos y ladrones para obtener lo que usted quiere a costa de alguien, lo cual no se puede justificar jamás. Cada uno de nosotros tiene la obligación de no matar, no robar, y de tratar a los demás como iguales de forma abierta, honesta y pacífica. Incluso al registrarse para votar usted ya contraviene esos principios esenciales de una sociedad libre y próspera. Si ya está registrado, debería pensar no sólo en dejar de votar, sino en eliminar su nombre de los registros de voto [en EE.UU uno ha de registrarse en el censo electoral, al contrario que en España donde todo ciudadano mayor de 18 años ya está registrado]. No es difícil, conozco gente que lo ha hecho sin problema… Pero no es ahí a donde quiero llegar.
Usted tiene una obligación moral de no votar. Cumpla con ella.
Artículo original publicado por Alex R. Knight III el 9 de septiembre de 2009.
Traducido del inglés por Joaquín Padilla Rivero.