“El arma más poderosa del opresor es la mente de aquellos a quienes oprime” – Steven Biko
“Emancipaos de la esclavitud mental: nadie más que nosotros mismos puede liberar nuestra mente” – Bob Marley
Hace unos años el sistema escolar de Springdale, Arkansas, construyó el segundo instituto de enseñanza secundaria de la zona. La primera semana que abrió para las clases de otoño, pude ver que había chicos que ya llevaban pegatinas de “apoyo” con la mascota deportiva del instituto. Un colegio completamente nuevo, con una mascota y un nombre del equipo creados por un comité de cuarentones blancos… y los chicos ya estaban demostrando su “apoyo” al invento en una semana. Me recordó a aquel episodio de Los Simpsons en el que crean al personaje de Poochie para el show de Rasca y Pica, y uno de los ejecutivos dice “Guau, es un tipo con carácter: ¡mira esas gafas de sol!”
Nada nuevo bajo el sol. Desde la más tierna infancia, la mayoría de nosotros es instruida para sentir lealtad y devoción a instituciones en las cuales no tenemos participación alguna y cuyos líderes no rinden cuentas ante nosotros. Nuestras vidas están prácticamente gobernadas por una cuadrilla de grandes organizaciones burocráticas, jerárquicas y centralizadas sobre las que no tenemos control alguno, con el Estado a la cabeza. Incluso las que son formalmente democráticas, como los gobiernos, se conducen principalmente a beneficio de los privilegiados con conexiones en el sistema.
Me parece interesante introducir la distinción que Butler Shaffer hace entre “organizaciones” e “instituciones”: según este pensador, una organización se entiende como un instrumento mediante el cual sus miembros persiguen sus propios fines; y se convierte en una institución cuando pasa a intentar lograr principalmente las metas de sus dirigentes, mientras que sus miembros y clientes se convierten en medios para alcanzar esos fines.
Dado que son directamente parte del sistema estatal de poder o se ven indirectamente beneficiadas por la acción coactiva del Estado (por ejemplo, cartelizando una industria), la dirección de las grandes instituciones está aislada tanto de rendir cuentas como de afrontar las consecuencias de sus decisiones. La jerarquía es una herramineta mediante la cual se trasladan los esfuerzos y las responsabilidades hacia abajo, y los beneficios hacia arriba, y a través de la cual los que no son poderosos se ven forzados a hacer cosas que no harían motu proprio.
De estas ideas se siguen los siguientes principios generales, que deberían serle de utilidad a la hora de lidiar con las instituciones:
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El propósito de cualquer gran organización burocrática, pese a lo que se explicite públicamente como su “misión”, refleja los intereses de quienes la dirigen. Por ejemplo, el sistema escolar tiene la misma relación con la educación que el trabajo asalariado con el trabajo productivo: los niños aprenden algunas cosas en la escuela, y los trabajadores realizan cierta cantidad de trabajo productivo en su puesto, pero ambas realidades no son sino efectos colaterales sin relación con la función principal de la institución, que es servir a los intereses de quienes controlan las circunstancias en las cuales se permite estudiar y trabajar.
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“Las normas” sirven a los intereses de quienes las promulgan. El aparato cultural (los medios de comunicación masiva, el sistema educativo, etc.) se refiere a “las normas” como un marco neutral en el cual promover el bienestar general, y los burócratas y grandes capitalistas funcionan como gigantescas figuras paternales que cuidan de que todos los niños compartan sus juguetes y se comporten. Este tipo de pensamientos se refleja en material como “Por qué Mamá es demócrata” y la fascinación de muchos políticos por el adagio “trabaja duro y sigue las reglas.”
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Incluso en el caso de que la dirección de las instituciones tenga buenos propósitos, las reglas seguirán siendo contraproducentes, ya que quienes las promulgan no están en contacto con la realidad. La gente que entiende el efecto de las normas es la que está, en efecto, trabajando bajo ellas y comprobando su funcionamiento. Sin embargo, las jerarquías son particularmente nefastas a la hora de transmitir información relevante y precisa a los estratos superiores: como bien dijo R. A. Wilson, nadie le dice la verdad a un hombre que te apunta con una pistola. En la antigua Unión Soviética todo estaba reglamentado… y si el sistema sobrevivió tanto tiempo como lo hizo fue porque todo el mundo eligió ignorar las normas. Lo mismo es válido para cualquier agencia gubernamental o gran corporación.
Entiéndalo, los propósitos de una gran organización no tienen nada que ver con lo que ponga en su Documento de Misión, y no hay ninguna virtud en “seguir las reglas” cuando éstas no están hechas entre gentes libres, iguales, y que cooperen según su propio libre albedrío.
Libere su mente.
Artículo original publicado por Kevin Carson el 16 de octubre de 2009.
Traducido del inglés por Joaquín Padilla Rivero.