The following article is translated into Spanish from the English original, written by David S. D’Amato.
Doy por hecho que ningún político es merecedor de otra cosa que no sea desprecio y escarnio, de que casi la totalidad de ellos representan un sistema de poder y privilegio que equivale al robo legalizado a gran escala. Bueno, dicho esto, los republicanos — por su alucinante habilidad para apartarse de la realidad — podrían conseguir el premio a los más desconectados de ésta.
En un execrablemente ridículo artículo de opinión en el Washington Post (“Mitt Romney: A good man. The right fight.” 28 de noviembre), el hombre que trabajó como jefe de estrategia de la campaña de Romney, Stuart Stevens, señala que su hombre “llegó a la mayoría de cada grupo económico excepto en aquellos con ingresos familiares inferiores a 50.000 $ al año.”
Dado este hecho, argumenta Stevens, “cualquier partido que capte a la mayoría de la clase media debe de estar haciendo algo bien.” El argumento de Stevens refleja otra observación estúpida de hace meses desde la parte de Romney, la metedura de pata de Romney y el 47 por ciento, las lecciones políticas por las cuales los republicanos están, obviamente, superados (no es que eso sea algo malo).
La campaña, a través de su candidato, decía que la gente pobre vota a los demócratas porque son dependientes del gobierno. Ahora, Stevens sugiere que la gente que trabaja duro y gana un buen dinero apoya las políticas republicanas. La ironía, por supuesto, es una que los anarquistas de mercado continuamente plantan en la cara de este tipo de insultos imbéciles a los trabajadores pobres — que la versión republicana (y casualmente demócrata) de la “empresa libre” es una baraja con las cartas marcadas que sistemáticamente perjudica al trabajo en favor del capital.
Los privilegios estatales rodean a la gran empresa, protegiéndola de la competencia y dejando a los trabajadores a merced de jefes que pueden pagarles unos centavos por dólar producido como salario. Los ricos pueden recostarse y llevarse lo mejor de la parte dura del trabajo, gracias a las cesiones de terreno, los subsidios (directos e indirectos), los contratos con el gobierno y una combinación de costosas obligaciones normativas para proteger de la competencia los intereses económicos de las élites.
La pomposidad de insinuar que a los republicanos les va bien sin los votos de esas sucias masas que ganan menos de 50k es asombrosa. Stevens se podría beneficiar de sostener el sistema económico de “ideales republicanos” contra un legítimo — y actualmente, por supuesto, estrictamente hipotético — mercado liberado, especialmente cuando los ingresos medios por persona en este país son unos 40.000 $.
Si lo hiciera, le podría quedar claro (aunque uno pueda dudarlo) que, como dijo Ezra Heywood, “los ricos ya han sido los sujetos de la caridad el tiempo suficiente”. Los anarquistas de mercado eliminarían los privilegios de las fuerzas poderosas e influyentes dentro de la economía para así disolver el sistema capitalista en favor de una competencia y unos mercados realmente libres. El intercambio voluntario y la cooperación, cuando son liberados de los grilletes de lo que los anarquistas una vez llamaron “legislación de clase,” no son sólo inocuos, sino una gran bendición.
Republicanos, demócratas y el resto de las partes constituyentes del sistema político sirven a estos abusivos privilegios — ese es fundamentalmente su trabajo. En lugar de concederles deferencia o incluso atención, debemos ponernos manos a la obra para crear la sociedad en la que queremos vivir de manera común, con nuestros amigos y vecinos, desechando la política práctica por un tiempo, incluso para siempre.
Artículo original publicado por David S. D’Amato el 01 de diciembre 2012.
Traducido del inglés por Tomás Braña.