De Nathan Goodman. Título del original: Anarchism as Radical Liberalism: Radicalizing Markets, Radicalizing Democracy, del 16 de junio de 2017. Traducido al español por Luis Vera.
El liberalismo clásico surgió como una ideología radical, desafiando el status quo de la monarquía, el mercantilismo, la intolerancia religiosa y el ancien régime. Los liberales promovían dos ideales, los mercados y la democracia, como alternativas a los viejos despotismos.
Sin embargo, los mercados y la democracia parecían estar en conflicto, colocando a los liberales en un punto medio de coexistencia entre ambos. Los liberales de izquierda favorecían aumentar el papel de la democracia, limitando el de los mercados, mientras que los liberales de derecha (llamados, con frecuencia, conservadores o libertarios) favorecían un papel preponderante para los mercados, con uno más estrecho para la democracia. A lo largo del espectro, todos estaban de acuerdo con que los mercados y la democracia estaban, en cierta medida, en conflicto.
Esto dejó abierta la posibilidad para que los radicales propusiesen radicalizar el compromiso a uno de los ideales liberales al abolir el otro. Como es bien conocido, los socialistas propusieron abolir los mercados y remplazarlo con un control radicalmente democrático de la economía. Los anarquistas se unieron a esto. Muchos anarcocomunistas se unieron a la propuesta de adoptar una democracia radical mediante la eliminación del mercado. En el extremo opuesto, muchos anarcocapitalistas propusieron radicalizar nuestro compromiso con los mercados al abolir la democracia.
Dime como se ve la democracia
El economista Don Lavoie, en su ensayo “Democracia, mercados y el orden legal”, propone una mirada distinta a los mercados y la democracia, de forma de que sean complementarios, en vez de adversarios.
La tensión entre la democracia y los mercados nace de ver la democracia como, o bien votos sobre la forma en que un gobierno coercitivo funcionará o votos directos sobre resultados sociales (como la distribución de los recursos). Cuando se opera a través del mercado, estas actividades son, en cierto modo, inmunes a la interferencia de los Estados democráticos, y sus resultados no son determinados por los votos de la comunidad. Lavoie propone una definición alternativa, en la que la democracia está caracterizada por su apertura. Lavoie propone otra perspectiva que no trata a la democracia como un proceso centralizado. “Nuestra visión política tiene que superar el modelo de ejercicio de cierta forma voluntad democrática monolítica y consciente y entender los procesos democráticos como algo distribuido a lo largo de la cultura política”, explico.
Argumenta que esta definición describe de forma más acertada las características celebres del glásnost, que liberalizó la Unión Soviética hacia el final de su existencia. Los activistas prodemocracia en ese contexto no luchaban principalmente por participación electoral, sino por apertura. Lavoie escribe
“Lo que creo que deberíamos decir con democracia es la forma distintiva de apertura en la sociedad que el sistema Soviético aplastó, y que empezó a recuperarse bajo la bandera del glásnot es el hacer públicas las cosas. La palabra rusa se traduce mejor como “apertura” que como “democracia”. Algunos defensores occidentales de los gobiernos democráticos se han quejado de la traducción común como “democracia”, con el argumento de que la apertura no es lo mismo que hacer elecciones periódicamente, así que el movimiento glasnost no debería ser visto como un movimiento democrático. Sospecho, al contrario, que el movimiento expresa la esencia de la democracia mejor de lo que lo hacen nuestras instituciones democráticas occidentales”.
En una línea de pensamiento que evoca lo mejor de F.A. Hayek y los Ostroms, Lavoie argumenta que “Como el mercado, la polis democrática exhibe una suerte de inteligencia dispersa, no representable en una sola organización que pueda afirmar que actúa en favor de la sociedad”. Las características distintivas de la democracia no están encarnadas en “la voluntad consciente de una organización representativa que ha sido legitimada por el público” sino que son caracterizadas por el “proceso discursivo de las voluntades dispersas del propio público”.
En el marco conceptual de Lavoie, la democracia no es algo que se expresa a través de un Estado con monopolio sobre el uso de la fuerza, o a través de elecciones que decidan que hará el Estado. Prestando el concepto de los Ostroms, la democracia es entendida correctamente como policéntrica, no monocéntrica.
Mientras se marcha en protesta, los activistas suelen entonar “¡Dime como se ve la democracia!” a lo que sus camaradas responden “¡Así se ve la democracia!” En cierto sentido, tienen razón. Las protestas muestran a personas con distintas opiniones expresando estas abiertamente. Reflejan una sociedad en que es posible la contestación, al menos hasta cierto punto. Y dice mucho el hecho de que incluso estados formalmente democráticos envían policías a aporrear, golpear o, de alguna otra forma, reprimir de forma violenta a los manifestantes y a aquellos periodistas que les dan cobertura.
Si la democracia se caracteriza por su apertura, entonces la urna electoral no es el epítome de la democracia. En cambio, la democracia se define por aquellos que, desde abajo, contribuyen a una sociedad abierta. La gente que graba a los policías y expone sus crímenes hacen justo esto. Los periodistas que investigan a las personas poderosas, debaten ideas y mantienen viva a la prensa libre encarnan a la democracia. ¿Dime cómo se ve la democracia? Se ve como aquellos que denuncian, como Edward Snowden Chelsea Manning, John Kiriakou, y Daniel Ellsberg, los crímenes secretos del Estado, haciéndolos públicos.
Cultura política y anarquismo
Lavoie aplicó su entendimiento de la democracia como apertura para darle una nueva interpretación al trabajo de teóricos anarcocapitalistas como Murray Rothbard, David Friedman y Bruce Benson. Mientras que estos pensadores, correctamente, notaron que los mercados y otras instituciones no-estatales pueden proveer un marco legal, la cuestión de que tipo de leyes proveerá depende de la cultura política. Cuestiones de cultura política han sido, con frecuencia, ignorada por nuestros compañeros libertarios radicales. Lavoie afirma:
“Los liberales no pueden resolver la cuestión de si un sistema legal podría ser proveído por el libre mercado porque esta cuestión depende de lo que está sucediendo en la cultura política, en los discursos constante sobre derechos y obligaciones mutuas que el liberalismo individual, tanto en su versión de gobierno limitado como en su versión anarquista, ignora por completo. Los liberales radicales han estado tan fijados en establecer un sistema universal de derechos individuales que se han olvidado de tratar las condiciones culturales en las que los individuos socializados demandarían este o aquel tipo de servicios legales
Decir que deberíamos dejar que todo lo “decida el mercado” no libera al liberalismo de la necesidad de lidiar con el mundo de la política, como suponen los liberales radicales. Y limitar o abolir el Gobierno no necesariamente elimina la necesidad de procesos democráticos en instituciones no-gubernamentales”.
Lavoie tiene un punto excelente con esto, y este punto que justifica lo que Charles W. Johnson ha llamado “libertarismo grueso”2. Como nota Johnson, el núcleo fino del libertarismo nos dice algo importante: A saberse, que la agresión está mal, y que la fuerza solo está justificada al ser en defensa de personas o propiedad. Pero hay compromisos “gruesos” que son importantes para que podamos materializar el principio de no agresión. El trabajo de Lavoie nos muestra que es probable que estos compromisos estén relacionados con la apertura y la cultura política.
El anarquismo por el que yo abogo involucra abolir el Estado. Pero eso no es todo. Antes bien, mi anarquismo es una radicalización del liberalismo: Tanto en su compromiso con los mercados como con la democracia. Los mercados permiten que la gente se asocie libremente, provee incentivos para que nuestro interés particular se alinee con los intereses de los demás, y coordinan la cooperación social de diversos individuos con conocimientos dispersos. La democracia, o bien una sociedad caracterizada por la apertura, les da la capacidad a los individuos de debatir, compartir conocimientos, persuadirse entre sí y aprender los unos de los otros. Como nos muestra Lavoie, la democracia y los mercados no necesariamente deben chocar. Por el contrario, pueden ser dos lados de la misma moneda, dos mecanismos para que una sociedad lleve a cabo un proceso descentralizado de experimentación y corrección de errores. El anarquismo es la democracia radicalizada, no en el sentido de democracia directa, cooperativas federadas o comunismo de consejos sino en el sentido de una sociedad abierta, libre de las ataduras del Estado.
Referencias
(1) Lavoie, Don. “Democracy, Markets, and the Legal Order: Notes on the Nature of Politics in a Radically Liberal Society.” Social Philosophy and Policy 10, no. 2 (Julio1993): 103–20. doi:10.1017/S0265052500004167.
(2) Johnson, Charles. “Libertarianism Through Thick and Thin.” Foundation for Economic Education, 1ero de Julio, 2008. https://fee.org/articles/libertarianism-through-thick-and-thin/.