De Dawie Coetzee. Artículo original: Toward Prefigurative Design, del 17 de marzo de 2022. Traducido al español por Kesabel Babe.
La palabra “prefigurativo” ha sido usada en un contexto político radical desde hace aproximadamente medio siglo, pero me la he topado con más frecuencia últimamente. Como profesional del diseño en algún momento, se me ocurrió que, si el diseño prefigurativo no existe, debería existir. Para ello busqué en Google “diseño prefigurativo”, con la esperanza de encontrar casos en los que el término se utilizara como yo esperaba, o en ningún caso en absoluto.
Pero primero, un poco de historia: el teórico socialista Carl Boggs acuñó el término “política prefigurativa” en 1977. El término está representado en el viejo principio de Wobbly de “construir una nueva sociedad dentro de la cáscara de la vieja”, y engloba estrategias como las contra instituciones y el doble poder, en las que el objetivo es hacer que el orden dominante sea redundante duplicando sus funciones de forma apropiada a la nueva sociedad. Los principios de la política prefigurativa han aparecido en muchos movimientos protestantes, siendo especialmente elaborada por el movimiento anti globalización a principios de siglo, en el movimiento Occupy y en el Black Lives Matter. Todos estos consiguieron expulsar temporalmente a la autoridad estatal de algunos pequeños espacios territoriales, y demostrar dentro de ese espacio alguna sombra de la sociedad igualitaria, no autoritaria y no jerárquica que esperaban establecer.
El principio prefigurativo tiene, por tanto, mucho atractivo para mí, pero como diseñador empedernido de cosas, con una imaginación hiperactiva, no puedo evitar intentar imaginar cómo serían los objetos materiales que utilizaríamos en una sociedad anarquista, y las estructuras y entornos que habitamos. Comprendo perfectamente la reticencia a hacerlo, intrínseca sobre todo al “anarquismo sin adjetivos” – un anarquismo prescriptivo es, al fin y al cabo, una contradicción en los términos –, pero no obstante tuve la intuición de que el diseño en este momento podría ser útil después de todo. El mundo está lleno de cosas cuya utilidad presupone el orden actual que, por lo tanto, refuerza el orden actual al poner al alcance de la gente las herramientas con las que se perpetua el orden actual, casi por accidente, en el mero curso de la negociación de sus vidas en las circunstancias que enfrentan. El mundo también carece de cosas con capacidades correspondientes con respecto a otros órdenes posibles que podrían ser deseables – porque, aunque no podamos prescribir detalles, seguramente habrá características generales que podamos predicar razonablemente de nuestra sociedad deseada, especialmente una vez que comprendamos hasta qué punto la situación actual comprende elementos que sólo existen para perpetuar el orden dominante. Así, cuando entendemos que la mayor parte del tráfico automovilístico actual, por poner uno de los innumerables ejemplos, no surge de necesidades aleatorias adventicias ni de nada parecido a la “pasión por los viajes”, ni tampoco de una preferencia popular espontánea por la lejanía, sino de estructuras impuestas que sirven para perpetuar el capitalismo industrial; no deberíamos esperar que ese tráfico persista en nuestra sociedad deseada. Entonces, ¿es seguro asumir que los asentamientos humanos probablemente presenten una mayor o menor capacidad de desplazamiento a pie? ¿Cómo podemos diseñar para una transitabilidad que aún no existe? ¿Cómo prefigurar la transitabilidad? – sobre todo porque podría argumentarse que nuestra actual dependencia del automóvil es el resultado de un diseño prefigurativo contrario y nefasto por parte del capital, impuesto con mucha antelación a la demanda popular.
Si nuestro mundo se estropeó de esta manera por un tipo putativo de diseño prefigurativo, ¿no podría arreglarse, al menos en una pequeña parte, mediante uno totalmente diferente? De ahí mi búsqueda en Internet.
El éxito más prometedor fue el artículo del 2021, “Prefigurative Politics and Design” (La Política Prefigurativa y el Diseño), de la investigadora de diseño neoyorquina Alix Gerber. Esperaba que el adjetivo prefigurativo del título se refiriera tanto a la política como al diseño, pero me decepcionó. No obstante, el artículo es una excelente introducción al tema, que enumera una serie de posibles funciones que un diseñador podría desempeñar en la política prefigurativa. Aprecio especialmente el reconocimiento por parte de Gerber del modo en que el lenguaje formal del centralismo industrial y la producción en masa ha llegado a contaminar el pensamiento de los diseñadores, ya que es una crítica que yo mismo he intentado articular a menudo. Además, apoyo de todo corazón el principio de que la validez de la creatividad de los no profesionales debería tomarse como algo axiomático, y que el mayor número posible de personas haciendo diseño es algo deseable en sí mismo y, de hecho, probablemente una característica destacada de la sociedad que nos gustaría ver. Pero me decepcionó no encontrar ni una sola referencia al estudio de la arquitectura vernácula en el documento, ya que es en este rico campo donde podríamos encontrar las semillas del verdadero diseño prefigurativo.
Hace unos años leí un estudio sobre los graneros estadounidenses del siglo XIX – ahora me cuesta recuperar la fuente – en el que se mostraba cómo un conjunto de heurísticos de diseño que existían como bienes culturales comunes en una comunidad regional, producían una gran variedad de graneros individuales únicos, cada uno adaptado a sus propias circunstancias, pero todos siguiendo el mismo patrón general. Encuentro la misma idea representada en el excelente libro de Stewart Brand “How Buildings Learn” (1994). En un capítulo sobre la arquitectura vernácula, cita al historiador de la arquitectura Dell Upton:
“[Thomas] Hubka distingue cuidadosamente el proceso de diseño del constructor vernáculo, en el que los modelos existentes se desmontan conceptualmente y se vuelven a ensamblar en nuevos edificios, de la forma de trabajar del diseñador profesional, en la que se combinan elementos de fuentes dispares para resolver problemas de diseño nuevamente. Caracteriza el proceso del arquitecto vernáculo como ’pre limitado’; al optar por limitar las ideas arquitectónicas a lo que está disponible en el contexto local, el arquitecto vernáculo reduce la tarea de diseño a proporciones manejables. Aunque este modo de composición parece generar superficialmente estructuras monótonamente similares, en realidad permite una considerable individualidad dentro de sus límites, permitiendo al diseñador centrarse en la solución hábil de problemas concretos en lugar de reinventar formas completas”.
Para ello, merece la pena estudiar la obra de Upton, Hubka, Howard Davis y, sobre todo, Christopher Alexander, así como la de pensadores más polémicos del siglo XIX, como A.W.N. Pugin, John Ruskin y William Morris. Se verá cómo el dictamen de Pugin, “Decora la construcción; nunca construyas la decoración”, puede ser útil para nuestro propósito actual, una vez que se divorcia de la moral estética victoriana. El punto es que, de todos modos, la gente tiende a diseñar así cuando se les deja a sus anchas, cuando intentan satisfacer sus propias necesidades en lugar de, por ejemplo, señalar su pertenencia a un grupo dentro de una cultura profesional cerrada. Las personas tienden a tomar lo que conocen y adaptarlo a sus necesidades individuales, utilizando el proceso de adaptación, bastante fácil y que tienen que hacer de todos modos, como una oportunidad para la expresión creativa sin coste adicional si se sienten movidos a hacerlo.
He visto esto en acción en el mundo del hot rodding y de los automóviles modificados. Muchos prefieren seguir las reglas generales a pesar de que los principios teóricos subyacentes se conocen y circulan libremente. Así, una probable mayoría establecerá la ubicación de un eje trasero triangulado de 4 eslabones con “los eslabones inferiores deberían ser horizontales a la altura de conducción”, en lugar de trazar el centro instantáneo imaginario resultante contra la línea imaginaria de 100% de anti-squat. Y, aunque es posible aplicar mal esta heurística, en la gran mayoría de los casos funciona admirablemente. Cuando no lo hace, hay toda una comunidad de tableros de mensajes a mano para señalar por qué, y discutir sobre ello durante días.
No estoy seguro de que el inestimable atajo inherente al diseño vernáculo, es decir, el diseño a partir de la tipología, el patrón y la heurística existentes; sea suficiente para explicar esta prevalencia. La capacidad de diseñar a partir de los primeros principios y, además, de disfrutar del proceso, parece ser bastante escasa en la sociedad: y si está poco extendida, yo diría que está igualmente repartida. Parece estar ligado a la habilidad para el pensamiento complejo contra fáctico. No quisiera especular si se trata de un talento innato o de una habilidad que se puede enseñar, aunque espero lo segundo. Podría ser simplemente que hemos perdido el hábito del diseño porque el capitalismo industrial modernista arroga ese papel a una élite profesional, prohibiendo a menudo violentamente el diseño por parte de los no profesionales, de modo que la habilidad se perpetúa sólo por aquellos que han tenido una exposición privilegiada a la educación de diseño de élite y aquellos cuya pasión por dar forma a las cosas, incluso por pura diversión redundante, es capaz de trascender las restricciones.
El papel que veo para el diseño no es el de “amplificar”, defender, promulgar y promover los esfuerzos de los diseñadores de base, con el peligro de cooptación que señala Gerber; ni tampoco el de actuar simplemente como proveedor de servicios en las circunstancias inmediatas, lo que ella prefiere pero que tiende a dar lugar a un lenguaje paliativo de carretilla-palé y cinta adhesiva que me parece insatisfactorio a largo plazo. Desmond Tutu dijo: “Llega un momento en que tenemos que dejar de limitarnos a sacar a la gente del río. Tenemos que ir río arriba y averiguar por qué se están cayendo”. Me gustaría ir más allá y rediseñar el lugar donde la gente se está cayendo para que no se caiga a menos que se sumerja deliberadamente, teniendo una opción práctica real de no hacerlo: porque seguramente ese es todo el propósito del curso de acción que propone el padre Desmond.
El papel que veo para el diseño es el de desarrollar un exceso de tipologías, patrones y heurísticos para acelerar la sustitución, que normalmente habría sido un proceso lento, de los extinguidos por la supresión del diseño vernáculo debido a la producción en masa y al elitismo profesional del diseño bajo el capitalismo industrial. Ahora no tenemos métodos listos para la construcción de la Utopía. Necesitamos suficientes métodos listos para la construcción de varias Utopías, valga la redundancia, para que la gente tenga lo suficiente para componer la Utopía que quiera sobre la marcha.
De alguna manera, estas tipologías, patrones y heurísticas necesitan estar presentes para la gente, disponibles pero no impuestas, libres para que cualquiera las copie o no, en todo o en parte, en los paisajes que la gente habita. No es necesario que estas tipologías, patrones y heurísticas provengan de un grupo o tipo de personas específico, por lo que también podrían provenir de todas y cada una de las personas que, por la razón que sea, sean buenas para pensarlas y, además, disfruten de ello. No deberían pertenecer a nadie y, por tanto, a cualquiera.
Creo que tales tipologías, patrones y heurísticas serían más comprensibles, más fácilmente adoptados e interiorizados, si se plasman en ejemplos físicos. De estos ejemplos se requiere, en primer lugar, una cualidad didáctica, de modo que una cantidad razonable de estudio fácil debería revelar cómo hacerlos; es decir, deberían ser fascinantes y divertidos, para crear interés en ellos, pero no “mágicos” en el sentido de parecer que desafían la física, y no debería ocultarse nada en ellos que pudiera ser expuesto sin comprometer su funcionalidad más directa. En segundo lugar, deben existir en número y en variación suficiente como para destacar que cada uno es un mero ejemplo de un tipo muy flexible, invitando así a la gente a imaginar otras iteraciones posibles, es decir, a empezar a diseñar. En tercer lugar, deben ser útiles de forma inmediata y, al mismo tiempo, mostrar su posible utilidad totalmente diferente en el contexto futuro deseado, invitando así a que los patrones de uso se acerquen a los previstos en el contexto futuro. Esto último supone una carga programática adicional para el diseñador, ya que requiere hazañas de ingenio que otros podrían no ver, y una forma de pensar en la funcionalidad orientada al tiempo.
Las tipologías, los patrones y la heurística deben ser flexibles y adaptables a diferentes situaciones y tipos de expresión estética. Deben incorporar un enfoque de la modularidad al que quizá no estemos acostumbrados, es decir, no el de componentes estandarizados de fuentes centrales diseñados para encajar físicamente, sino el de que cada componente o conjunto sea conceptualmente separable del conjunto y re aplicable de forma independiente en diversos contextos. Es decir, los diseños deben componerse de conjuntos de ideas modulares. Deben presuponer la máxima descentralización posible del capital y la más amplia distribución del poder tecnológico, y favorecer las innovaciones tecnológicas que lo promuevan. Deben tener una capacidad intrínseca de cambiar con el tiempo: una vez que las personas adopten las tipologías, los patrones y la heurística, las adaptarán. Se les ocurrirán nuevas ideas y mejoras, y cuando esto empiece a suceder, el diseñador habrá tenido éxito.