Con el comienzo de la segunda ronda de la campaña de las elecciones presidenciales de Brasil entre la actual presidenta y candidata del Partido de los Trabajadores (PT), Dilma Rousseff, y el candidato del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), Aécio Neves, una gran parte del electorado y los políticos vinculados a los partidos de izquierda han decidido tomar postura.
Por ejemplo, el Partido Libertad y Socialismo (PSOL) redactó una nota que indica una neutralidad no neutral: no apoyan a ninguno de los candidatos, pero recomiendan que nadie vote por Aécio Neves. Los políticos del partido, incluyendo los muy conocidos diputados Marcelo Freixo y Jean Wyllys, han declarado su apoyo a Dilma, aunque afirman que están tomando una posición “crítica” y no respaldan todas sus políticas.
Esto deja a los electores en una posición curiosa: En las redes sociales los simpatizantes y militantes del PSOL dicen que están votando por el “mal menor”, que en su opinión se supone que es Dilma. La situación es tan ridícula que incluso afirman que “su derrota sería nuestra derrota, una derrota de los movimientos sociales y la izquierda”. Es una situación de disonancia cognitiva en la que supuestamente se ve la victoria de Dilma con disgusto, pero que favorece efectivamente al proyecto del PT para mantenerse en el poder.
Una derrota aun más grande para los movimientos sociales es que Dilma Rousseff no sufrirá las consecuencias de sus acciones, y que seguirá siendo considerada como la representante de los intereses de la izquierda, en contraste con el elitismo del PSDB, que es idéntico al del PT. No importa que Rousseff y el PT sean aliados estratégicos de los grandes conglomerados empresariales subvencionados por el Banco de desarrollo de Brasil (BNDES). No importa que el PT haya hecho campaña por la expropiación violenta de cientos de miles de familias y haya creado zonas de monopolio para la Copa del Mundo que excluyeron a los trabajadores brasileños. No importa que se violen continuamente los derechos de las poblaciones indígenas y ribereñas de la Amazonia. Ni siquiera importa que las políticas del PT contribuyan a ampliar el déficit habitacional en Brasil y a expulsar a los pobres de los centros urbanos. Lo que importa es que los izquierdistas señalen su oposición a una élite: una élite a la que pertenecen los principales líderes del PT.
Durante la Copa del Mundo, Luciana Genro, la candidata presidencial del PSOL, declaró que no era un momento adecuado para las protestas. La conveniencia política de Genro y la izquierda universitaria brasileña no tiene en cuenta las consideraciones de las personas comunes. Es por eso que en C4SS apoyamos la desobediencia civil durante la Copa del Mundo, y la sustitución del comercio autorizado por la FIFA con vendedores callejeros libres, bazares y empresas no alineadas.
Todos estos factores muestran el peor rasgo de la izquierda brasileña: Su fe servil en el estado. Hay, en la izquierda, una noción muy mesiánica y leninista de lo que es un partido político: el Partido de los Trabajadores, a pesar de toda la injusticia y el sufrimiento que promueve con sus políticas, simboliza el cambio social y se debe mantener en el poder a toda costa.
Por eso es que el libertario socialista brasileño Mario Ferreira dos Santos solía decir que “la política, como método político de los socialistas, no es más que un medio para un fin”, pero esos medios “acaban convirtiéndose en más importantes que los fines y los reemplazan”. Mario se dio cuenta de que los partidos políticos son un “falso proceso de emancipación social” que sustituye a fines con medios y a través del cual “nunca somos capaces de alcanzar los fines deseados; cuando logramos algo, siempre es a pesar de la política”.
La izquierda partidista pro-Rousseff, en la actualidad, pone sus medios políticos en un pedestal y desprecia sus supuestos fines, deificando el papel del PT en la historia de Brasil como una vanguardia revolucionaria. Al hacerlo, relativiza las absurdas injusticias cometidas por su gobierno.
Tal vez estos militantes crean que están cumpliendo algún tipo de misión histórica y eso alivie su conciencia, pero sin duda esto no devuelve la dignidad y los hogares a los desalojados y los afectados por la Copa del Mundo, ni devuelve al pueblo brasileño los miles de millones que los capitalistas se embolsaron en cooperación con el gobierno.
El gobierno es el enemigo de los pobres y las minorías. Ninguna supuesta vanguardia progresista puede negar este hecho.
Artículo original publicado por Valdenor Júnior el 14 de octubre de 2014.
Traducido al español por Carlos Clemente a partir de la traducción al inglés de Erick Vasconcelos.