Más Allá del Patriarcado: Un Modelo Libertario de Familia
The following article is translated into Spanish from the English original, written by Roderick T. Long, originally published in the Spring 1997 issue of Formulations by the Free Nation Foundation.

La Familia: ¿Amiga o Enemiga?

La familia es uno de los temas que divide a liberales de conservadores. En general, los conservadores tienden a ver a las asociaciones privadas – la familia, la iglesia, la corporación – como baluartes de libertad contra el estado. Pocos conservadores cuestionan la necesidad de un aparato estatal poderoso, pero insisten en que éste opere en servicio de las asociaciones privadas y no las suplante. Los liberales, por el contrario, es más probable que observen a estas asociaciones privadas – familia, iglesia, corporación – como amenazas a la autonomía, también ven a la intervención estatal como un garante de libertad contra las tendencias opresivas de las asociaciones privadas. Pocos liberales buscan abolir tales asociaciones, pero sí las quieren subordinar al estado – de la misma forma que los conservadores quieren subordinar al estado a las asociaciones privadas.

Esta disputa, como muchas entre la derecha y la izquierda, es una en la que los libertarios deben observar de afuera. Los libertarios concuerdan con los conservadores en que el estado es la mayor amenaza a la libertad, y que las asociaciones privadas deben ser protegidas de la interferencia del gobierno. Pero los libertarios también son sensibles al potencial de opresión en las asociaciones privadas, especialmente cuando estas asociaciones son beneficiarias del favoritismo del gobierno. El enfoque conservador de poner el estado al servicio de la familia, la iglesia y la corporación simplemente entrega las riendas del poder a estas instituciones, que con este poder no puede gozar de más confianza de la que se le da a la burocracia del gobierno.

Los conservadores ven a la familia como la unidad fundamental de la sociedad. Pero para los libertarios, la unidad fundamental es el individuo. De aquí que los libertarios han sido ambivalentes tradicionalmente con respecto a la familia (así como respecto a sus parientes cercanos, la iglesia y la corporación). La familia, como un lugar de influencia y lealtad separada del estado, es ciertamente algo que los oponentes del poder centralizado están ansiosos por defender. Pero por otro lado, los libertarios están profundamente conscientes de que la familia no siempre ha sido una esfera de libertad individual, particularmente para las mujeres y los niños. ¿De qué manera, entonces, deberían los libertarios pensar respecto a la familia?

El Origen de la Familia

En términos biológicos, la familia se origina en la necesidad de criar a la descendencia. Los animales inferiores a veces no tienen familias, porque no las necesitan; vienen al mundo con un repertorio de comportamiento para la supervivencia de un adulto completo genéticamente programado dentro de ellos. En muchos insectos y especies de pescados, el padre o está muerto o largamente ausente para el momento en que el nuevo organismo eclosiona. Pero la proporción de instinto de aprendizaje es mayor en especies más inteligentes y flexibles, y por ello esas especies necesitan un período de niñez más largo. En tales especies, uno o los dos padres se queda con el joven hasta que este período de aprendizaje vulnerable haya pasado. Esta es la forma más primitiva de familia.

Esta primera familia es a veces efímera. En muchas especies animales, la unidad familiar se disuelve tan pronto como los jóvenes han crecido completamente; de allí en adelante, la descendencia y las antiguas parejas son tratadas más o menos de la misma forma que cualquier otro miembro de su especie.
Pero el proceso evolutivo está lleno de recursos. Una característica que emerge inicialmente para cubrir una necesidad, puede entonces ser presionada para cubrir otra. Existen ventajas evolutivas para mantener una relación cooperativa entre miembros de la familia más allá del punto necesario para asegurar la continuidad de la especie. Y con los animales superiores, no solamente la evolución biológica sino la evolución cultural puede aparecer en el juego (por ejemplo, un gato criado para considerar a los ratones como compañeros de juegos en vez de presas puede a su vez criar a una generación entera de gatos pacifistas).
Entre los humanos, la familia aún sirve a la función original de la crianza de niños, pero adquirió un robusto rango de nuevas funciones, sirviendo tanto a las necesidades económicas como emocionales de sus miembros. La familia creció más allá de su base biológica original, incrementando así dramáticamente el número de estructuras familiares posibles.

Un paralelo puede hacerse con el lenguaje. Presumiblemente, el lenguaje evolucionó primero para transmitir información vital para la supervivencia, tal como “Hay un tigre dientes de sable detrás de aquellos matorrales” o “No comas estos, son los hongos que me enfermaron anteriormente”. Y el lenguaje aún sirve a esa función. Pero el lenguaje actual también sirve a un extenso rango de necesidades espirituales cuya relación con la supervivencia física es tenue en el mejor de los casos. Condenar (como muchos conservadores hacen) las relaciones familiares que no están planteadas para el propósito de la crianza de niños es como condenar al Hamlet de Shakespeare por no decirnos dónde está el tigre dientes de sable.

En su libro The Psychology of Romantic Love, el sicólogo libertario Nathaniel Branden rastrea la institución del matrimonio desde los tiempos primitivos hasta el presente. En tiempos antiguos, remarca, se esperaba que el matrimonio se basase en consideraciones económicas y sociales, no en el amor; el fenómeno del amor romántico era considerado una obsesión antisocial, una locura desafortunada en la que la gente cae a veces.

En la Edad Media el matrimonio por amor permaneció socialmente impracticable por mucho tiempo, pero la literatura de la época (en oposición a la doctrina de la iglesia) empezó a celebrar el amor romántico como una de las mayores experiencias humanas, y a representar al matrimonio que no se basaba en el amor como una institución opresiva. Pero los romanceros medievales no eran revolucionarios sociales; más que concebir un cambio fundamental en la naturaleza del matrimonio, generalmente retrataban al amor romántico como glorioso pero adúltero y condenado trágicamente. Fue en la ascensión del capitalismo industrial, dice Branden, que por primera vez se dio a la mujer la suficiente independencia económica para posponer el matrimonio, y esta mayor igualdad, dice, junto con la ética capitalista del individualismo, es lo que llevó a la expectativa en la sociedad de hoy día de que el matrimonio se centrara ordinariamente en el lazo romántico por sobre todo lo demás. En la medida en que este cambio sea algo bueno, como creo que es, los seres humanos han logrado hacer del vínculo de emparejamiento sexual algo superior a lo que la naturaleza proveyó originalmente.

Desafortunadamente, las habilidades humanas intelectuales y sociales que nos permiten mejorar respecto a la naturaleza, también nos permiten hacer las cosas peor que la naturaleza. Históricamente, las familias humanas han sido instituciones opresivas y explotadoras, de una forma en que las familias animales no parecen ser. El más puro ejemplo de esto es la familia romana, en la que la cabeza masculina de la casa (el pater familias) tenía la atribución legal de matar a su mujer y a sus hijos (incluso ya crecidos). Este aspecto de las relaciones familiares se llama patriarcado (“el gobierno del padre”), significando la subordinación de las esposas a los maridos y de los hijos a los padres. Aquellos que defienden al patriarcado como “natural” a veces señalan al reino animal como modelo; pero tradicionalmente, la autoridad paterna y la inequidad sexual han sido mucho más pronunciados en sociedades humanas que en la mayoría de las sociedades animales. Los recientes acontecimientos políticos – surgidos en parte del impulso de los libertarios de subordinar la autoridad patriarcal a los derechos individuales, y en parte del impulso liberal de bienestar de subordinar la autoridad patriarcal a la del estado – han debilitado la institución del patriarcado, pero no la eliminaron completamente. En su valioso libro Justice, Gender, and the Family, Susan Okin señala algunas de las formas en las que la sociedad contemporánea todavía refuerza sistemáticamente las estructuras familiares patriarcales. [1] ¿Cómo pueden desarrollarse las familias en una sociedad verdaderamente libre más allá de este paradigma patriarcal?

Estructuras Familiares Voluntarias

Como se mencionó arriba, la capacidad humana del aprendizaje por sobre el instinto nos permite progresar más allá de las limitaciones de nuestra programación genética, incrementando así el número de estructuras familiares disponibles para nosotros. Las relaciones de parentesco y uniones procreativas, si bien seguirán siendo una base importante de las estructuras familiares, no son las únicas. A pesar de todo, la mayoría de las sociedades humanas tienen leyes ordenando solamente cierta clase de estructura familiar, prohibiendo las otras. Los conservadores argumentan que tales leyes son necesarias para que la sociedad no colapse; ven a la monogamia heterosexual como prerrequisito para una cultura sana, y así como institución merecería protección legal. A pesar de todo, los conservadores también se ven a sí mismos como defensores de la cultura tradicional occidental iniciada con los antiguos judíos y griegos, dos grupos cuyo compromiso con la heterosexualidad (en el caso de los griegos) y la monogamia (en el caso de los judíos) es difícilmente notable; ¿sus culturas eran defectuosas?.

Un sistema legal libertario no concede protección especial a cierto tipo de familia, pero permitiría cualquier arreglo que fuese consensuado y pacífico. La monogamia o la poligamia; matrimonio heterosexual u homosexual; [2] familias extendidas, familias nucleares o familias de padres solteros; [3] matrimonios grupales (sexuales o no sexuales) – cualquiera de estas relaciones serían permitidas. Es un error suponer que solamente existe un tipo de estructura familiar correcta para todos; e incluso si la hubiera, sería un error pensar que podamos estar justificablemente seguros que la hayamos encontrado si no permitimos que el proceso de descubrimiento de competición entre estructuras familiares alternativas opere libremente.

Otra manera en que la sociedad libertaria diferiría es en la mayor variedad de contratos matrimoniales que las instituciones legales reconocerían y harían cumplir. (Digo “instituciones legales” en vez de “estado”, para dejar abierta la posibilidad de una sociedad anarquista). Habría algunos límites aquí, sin embargo; he argumentado en artículos previos que los contratos de servidumbre acordada no son legítimos en términos libertarios, y el mismo razonamiento aplicaría a contratos que prohíban el divorcio. Muchos estatistas (originalmente de derechas; pero ahora se les unen voces de izquierdas) argumentan que las leyes de matrimonio deberían hacer que los divorcios fuesen más difíciles, principalmente con el objeto de “proteger a los niños”. Mientras esto podía haber funcionado en los días en que las normas sociales eran distintas, el resultado de tal legislación si fuese implementada hoy sería, no de parejas infelices quedándose juntas, sino parejas infelices separándose sin divorcio, y siguiendo sus vidas con nuevos compañeros sin volver a casarse. De qué manera esto podría mejorar la situación de los chicos es poco claro. (Los conservadores dicen que deberíamos intentar fomentar los matrimonios estables “restaurando el estigma de ilegitimidad”. La noción de que esto podría beneficiar a los niños afectados es aún más extraña). En cualquier caso, los padres como individuos soberanos tienen el derecho de la libre asociación y separación, y forzarlos a permanecer en una relación, con alguien a quien no aman más, es tiránico. (También creo que la idea de que los padres deberían permanecer en un matrimonio falso por el bien de los niños es inmoral, una especie de sacrilegio contra el propio matrimonio – aunque por supuesto los padres tienen el derecho de tomar tal decisión si así lo decidieran). Pero, dejando de lado los contratos sin salida, las instituciones legales libertarias respetarían una mayor variedad de contratos matrimoniales. Las parejas que se encontraran en disputas no cubiertas por su contrato, o que no tienen contrato, podrían ser tratadas por cortes como si hubiesen firmado cualquiera fuese el contrato “por defecto” que existiera en la sociedad – aunque podrían siempre no optar por cualquiera de las provisiones del contrato por defecto haciendo un contrato explícito en favor de lo contrario.

Derechos de los Niños

El ideal libertario es uno de independencia. Sin embargo todos venimos al mundo como seres dependientes, seres que deben obedecer a personas que, a cambio, deben proveernos cuidados. Tal situación parece contraria a los valores libertarios, sin embargo es uno de los hechos básicos de nuestra existencia; ¿cómo puede acomodarse el libertarismo a la niñez? El derecho parental de tomar decisiones por sus hijos es una excepción al principio libertario de que nadie debería tomar decisiones por otra persona; el deber parental de proveer cuidados por sus hijos es una excepción al principio libertario de que nadie debería ser requerido de proveer asistencia a otra persona. ¿Qué justifica estas excepciones?.

Una respuesta posible es que estas excepciones son benéficas. Considere al niño que empieza a vagar entre el tráfico, hasta que el padre cae en picada y pone nuevamente al niño bajo seguridad. ¿No ha obligado el padre al niño, previniéndole de hacer lo que quería hacer? Parece ser así. Pero si el padre no hubiese intervenido, el niño podría haberse lastimado o muerto; así que es del interés del niño el ser obligado a ello.

Sin duda que lo es; pero, ¿puede ser esto lo que justifica la autoridad paterna? Después de todo, los libertarios generalmente rechazan la noción paternalista de coercer a la gente para beneficiarlas, y argumentan en vez de ello que la gente tiene el derecho de cometer sus propios errores. ¿Por qué no aplica para los niños? Si permitimos a los adultos involucrarse en comportamientos arriesgados como el bungee jumping, escalar montañas o practicar el sexo sin protección, ¿por qué no permitir a los niños que efectúen comportamientos arriesgados como caminar en el tráfico o tomar Clorox?.

Algunos libertarios han concluido que el argumento anti-paternalista de hecho sí aplica a los niños, y sostienen que está mal restringir de cualquier manera a los niños siempre que no estén lastimando a alguien más; tales libertarios sostienen que los niños deberían tener derechos completos de firmar contratos o tener sexo con adultos. En reacción a esto, otros libertarios han ido al extremo opuesto, sosteniendo que los niños son propiedad de sus padres y que los padres pueden hacer con ellos lo que quieran. La mayoría de los libertarios toman una posición intermedia, considerando a los padres ni iguales ni dueños de sus hijos, sino más bien como sus guardianes, autorizados a tomar decisiones por ellos y obligados a proveerles bienestar. Tal vez esta sea la posición de más sentido común; ¿pero constituye esto una desviación del libertarismo estricto?.

No lo creo. En mi visión, lo que justifica el tratamiento paternalista de los niños no es simplemente que tales tratamientos beneficien a los niños (también podría beneficiar a los adultos tontos), sino más bien el que los niños carecen de la capacidad de tomar decisiones racionales acerca de sus vidas (mientras los adultos tontos pueden tener esa capacidad aun cuando no la usen mucho). Considere la analogía de un persona en coma, tomamos decisiones médicas para esas personas sin su consentimiento, porque asumimos que habrían de consentir si pudiesen hacerlo. Si una persona en coma dejó instrucciones de no usar ciertos tipos de tratamientos, entonces la mayoría de los libertarios estarían de acuerdo que deberíamos abstenernos de usarlas. Así que este no es un caso de cancelar en forma paternalista la voluntad de alguien, sino de actuar como un agente para alguien que actualmente está imposibilitado de ejercitar su voluntad. Podemos también extender el análisis a casos donde la capacidad de toma de decisiones racionales no está completamente bloqueada (como el caso de una persona inconsciente), sino simplemente disminuida, como con las personas que están drogadas, delirantes o mentalmente lesionadas. Sugiero que los niños puedan ser considerados como ejemplos de capacidad disminuida; los guardianes actúan como agentes de los niños, tratando a los niños como ellos juzgan que los niños podrían consentir de ser tratados si sus facultades estuviesen completamente desarrolladas. El estándar que justifica el paternalismo no es el beneficio sino el presunto consentimiento, los dos son diferentes porque una persona con facultades totalmente desarrolladas podría fallar en usarlas y tomar así decisiones tontas.

Esto ayuda a explicar por qué los derechos y responsabilidades de la tutela van juntas de la manera en que lo hacen. Específicamente, la tutela es un paquete compuesto de un derecho (el derecho a tomar decisiones acerca de lo que le sucede al niño) y una responsabilidad (el deber de ocuparse del bienestar del niño). Éstos vienen como unidad porque es solamente cuando las decisiones que tomamos son aquellas que el discapacitado consentiría si no fuera discapacitado (hasta donde podamos determinar) que estamos justificados en actuar como un agente y sustituir nuestros juicios por los de él.

El hecho de que la relación guardián-tutela depende de la capacidad disminuida tiene una importante implicación para los derechos de los niños. La capacidad disminuida es una cuestión de grado; la capacidad de tomar decisiones racionales de un niño de 13 años no está tan disminuida como la de uno de 4, que por el contrario no está tan disminuida como la de un recién nacido. Así que es poco realista tener un límite de edad absoluto, debajo de la cual un niño está completamente bajo la autoridad de su guardián (e incapaz de comprometerse en cualquier transacción financiera vinculante, desde comprar una casa hasta un paquete de chicles) y arriba de la cual es repentinamente un agente totalmente responsable. Cuanto más viejo es un niño, más fuerte se vuelve la presunción de que la voluntad expresa es un reflejo preciso de la voluntad que tendría si no fuera discapacitado. Así, por ejemplo, el deseo de un adolescente de tener un arito en la oreja debe considerarse con más peso que el deseo de un niño de tener un arito en la oreja; y una capacidad racional que no es competente para dar consentimiento informado en caso de comprar una casa puede ser bastante competente para la tarea de comprar chicle. Estas suertes de áreas grises podrían probablemente ser manejadas mejor por precedentes progresivos de tribunales que ser definidos de forma fija por estatutos.

He dicho que el criterio de cómo debería ser tratado un hijo no es aquel basado en lo que le reporte beneficios al niño, sino aquel que el niño consentiría si sus facultades racionales no fuesen limitadas – un estándar que presumiblemente se aproximaría bastante al bienestar del niño, pero que no coincidirá con él enteramente, especialmente cuando el niño se hace grande. (Por ejemplo, podríamos pensar que el pequeño Nemo estaría mejor como corredor de bolsa que como artista callejero, pero si toda la evidencia sugiere que Nemo probablemente de manera abrumadora elija el arte callejero como carrera de adulto, entonces no estamos justificados a forzarlo a asistir a campamentos de corredores de bolsa, si existiera algo así). Pero por supuesto, lo que el niño llegue a consentir probablemente en forma retroactiva, de adulto, está por amplio alcance (aunque no completamente) determinado por decisiones hechas por los padres en su tierna infancia. En otras palabras, si fuiste criado musulmán, entonces probablemente mirarás hacia atrás y dirás “soy feliz de haber sido criado en el Islam”; pero si no fuiste criado como musulmán, entonces probablemente estés feliz de no haberlo sido. En casos en que las preferencias probables futuras del niño están siendo moldeadas por el tratamiento presente, ¿cómo entonces invertimos el análisis y usamos aquellas probables preferencias futuras como un criterio para evaluar el tratamiento presente?.

Este es un caso difícil: por un lado, los libertarios generalmente quieren decir que el padre está en mejor posición que cualquiera para decidir, por ejemplo, en qué religión debería criarse a un niño, y este es un asunto en el que los que no representen los intereses del niño no deberían interferir, incluso aunque creamos que ser criados en una religión sea objetivamente mejor que ser criado en otra. Por el otro lado, cuando se refiere a procedimientos abusivos como la mutilación genital femenina (popularmente conocida con el eufemismo de “circuncisión femenina”, transmitiendo falsamente la impresión de ser comparable en seriedad con la circuncisión masculina), generalmente pensamos que los padres no tienen el derecho de hacer esto, incluso aunque las mujeres que han hecho el procedimiento de jóvenes usualmente lo apoyan en retrospectiva cuando son adultas, porque se les ha inculcado con las actitudes y valores culturales relevantes. (Casos como la Iglesia de los Científicos Cristianos y Testigos de Jehová que deniegan a sus hijos atención médica parecen venir al caso). [4] Ni el criterio del beneficio ni el criterio del presunto consentimiento da precisamente las respuestas que queremos en tales casos, lo cual sugiere que podría necesitar hacer más intrincada mi teoría y de alguna forma incorporar aspectos del criterio del beneficio en el estándar de presunto consentimiento, sin intención de hacerlo de manera a justificar algún tipo de paternalismo hacia los adultos. No he logrado elucubrar completamente cómo hacerlo, pero tal vez algo a lo largo de las siguientes líneas podría funcionar: cuando consideramos las probables preferencias futuras del niño, esas preferencias incluyen tanto una preferencia genérica de ser beneficiado, y una (posiblemente errada) preferencia específica por un tratamiento particular considerado como beneficioso. Dado que estas preferencias no son actuales, no podemos tratar a una como más expresiva de la voluntad del niño que la otra (en que una vez que el niño creció y actúa en base a la última preferencia, le da prioridad sobre la anterior). Así que el guardián está obligado a balancear el deseo genérico de ser beneficiado (lo que requiere que el guardián provea lo que es efectivamente beneficioso) con el deseo específico por lo que sea que el niño considerará probablemente en el futuro, como aquello que fuera beneficioso. Así que cuanto más dañino sea realmente un tratamiento particular, tanto más pesa la defensa por la abstención de tal tratamiento tiene versus el contrapeso de que el niño terminará apoyándolo cuando mayor.

¿Cómo se adquieren las tutelas? Presumiblemente de la misma forma que otros derechos de propiedad: por apropiación o transferencia. La forma más simple para apropiarse de una tutela sería encontrar un niño abandonado y encargarse de proveerle de cuidados. Otra forma de apropiar tutela es dar a luz al niño, la madre se inicia como guardián del niño, una posición para la cual nadie más (ni siquiera el padre) es capaz reclamar a menos que la madre lo acepte. (No creo que una madre embarazada pueda conceder derechos de tutela por adelantado, por contrato, por la misma razón que uno no puede vender su propia sangre antes de que haya sido extraída del cuerpo; uno no puede alienar una posesión que aún está incorporado en uno mismo.) [5] Uno puede también obtener una tutela por donación o comprarlo de alguien que renuncie a ella (por ejemplo, adopción).

El hecho de que lo que es poseído es la tutela sobre un niño, más que simplemente el niño, pone restricciones en cómo uno puede deshacerse de una tutela. Mientras uno la tenga, uno está obligado a ejecutarla de maneras consistentes con el bienestar del niño, y así (dado que renunciar a la tutela es en sí mismo un ejercicio de tutela) uno no puede renunciar a la tutela arrojando al bebé en un contenedor de basura o vendiéndolo a alguien que sabes que planea cocinarlo y comérselo. Por analogía, si rescatas a un paciente comatoso de un incendio en un hospital, no puedes renunciar a tus deberes de tutela arrojando a tu paciente en un río, sino que debes transportar al paciente a otro hospital.

El Estatus de las Mujeres

Los libertarios tienen una relación tensa con el feminismo. Muchos apoyan la distinción que hace Christina Sommers entre el “feminismo liberal” y el “feminismo de género”. Las feministas liberales, dice Sommers, están preocupadas con la igualdad legal, por ejemplo, con asegurar que hombres y mujeres tengan los mismos derechos ante la ley, mientras las feministas de género van más allá y afirman que la desigualdad sexual impregna cada aspecto de la sociedad, y que una mera igualdad ante la ley es insuficiente para compensar este problema. La distinción de Sommers, y su preferencia por el feminismo liberal sobre el feminismo de género, es compartida por muchos en la comunidad libertaria.

La feminista libertaria Wendy McElroy ofrece un análisis más sutil [6] en la introducción de su libro Freedom, Feminism, and the State. Allí ella distingue no dos, sino tres tipos de feminismo. Primero el “feminismo convencional”, que simplemente busca incluir a las mujeres equitativamente con los hombres en cualquiera sea el status quo legal existente. Si existen hombres senadores, también debería haber senadoras; si los hombres pueden ser obligados al servicio militar o a campos de trabajos forzados, también las mujeres; y así. Esta posición está en contraste con lo que McElroy llama “feminismo radical”, que ve la desdigualdad sexual como un síntoma de una desigualdad más profunda que impregna a la sociedad como un todo y es inherente en el status quo (de forma que la simple inclusión en el status quo no lo mejorará). Existen, dice McElroy, dos tipos de feministas radicales: la “feminista socialista” que ve a la desigualdad socioeconómica como culpable, y el feminismo individualista (es decir, libertario), que considera el problema como derivado de la desigualdad política (donde McElroy se refiere a la “desigualdad política” como cualquier subordinación coercitiva de una persona sobre la voluntad de otra – donde el estatismo es el caso paradigmático de desigualdad política).

La distinción de McElroy es mejor que la de Sommers, porque Sommers habría de englobar a las feministas convencionales e individualistas en el mismo campo del feminismo liberal, ignorando las diferencias importantes entre ellas. Pero incluso la distinción de McElroy, me parece, no va lo suficientemente lejos. McElroy parece creer que es anti-libertario preocuparse sobre las diferencias socioeconómicas entre hombres y mujeres, excepto en la medida que esas diferencias sean resultado de una acción coercitiva del estado. Ahora, es verdad que las feministas libertarias deberían evitar buscar soluciones gubernamentales para esas desigualdades, pero eso no significa que ellas no deberían considerar tales desigualdades como indeseables, y en necesidad de alguna suerte de solución (no gubernamental). Con seguridad las llamadas “feministas de género” están en lo correcto al señalar que las desigualdades sexuales indeseables están extremadamente impregnadas en nuestra sociedad.

Como señala Susan Okin en el libro que mencioné antes, la mayoría de las teorías políticas (y esto es con certeza verdad en el libertarismo) tienden a asumir como propio un agente maduro criado por el trabajo de otra persona, usualmente femenina. Las condiciones de empleo en nuestra sociedad (horas de trabajo, estructura de licencias y beneficios, etc.) también parecen estar diseñados con la asunción de que el trabajador tiene una esposa en casa, incluso cuando el trabajador es mujer. Las mujeres todavía hacen la mayoría de los trabajos domésticos no pagados, incluso cuando trabajan, y tienden a poner las carreras de sus maridos por delante de las de ellas; dando como resultado que si el matrimonio se quiebra es el hombre, no la mujer, quien está mejor preparado para prosperar en el mercado laboral. [7] Okin argumenta que este hecho da al marido poder desproporcionado en la relación, dado que tiene menos que perder cuando sale de la relación. (Okin también señala maneras en las que las leyes existentes sobre el matrimonio exacerban esta situación; su capítulo “Vulnerabilidad por Matrimonio” podría ser leído provechosamente por jueces y legisladores libertarios .) Es más, Okin enfatiza que la familia es la primera escuela de moralidad, esto es, es el primer contexto en el cual la gente aprende acerca del comportamiento interpersonal apropiado, y si la familia está caracterizada por relaciones explotadoras unilaterales, no producirá la clase de ciudadanos en los que se puede confiar para mantener una sociedad justa.

Yo creo que las preocupaciones de Okin son importantes. Las propias soluciones de Okin, por supuesto, son coercitivas y estatistas por naturaleza; pero no necesitamos re suchazar su denuncia de los problemas simplemente porque dudemos tanto de la moralidad como de la utilidad de sus soluciones.

Una sociedad libertaria no resolvería automáticamente todos los problemas que menciona Okin; los sesgos culturales pueden sobrevivir incluso sin apoyo gubernamental. Sin embargo, la ausencia de tal soporte debilita la efectividad de aquellos sesgos, haciendo así más fácil combatirlos a través de medios voluntarios, si solamente nos encargáramos de hacerlo. En particular, la explosión de prosperidad que una sociedad libertaria vería, transitaría por un largo camino hacia proveer a las mujeres de una red de seguridad económica más efectiva que cualquier programa de bienestar del gobierno. (Una posibilidad es que las mujeres pudiesen formar redes de apoyo mutuo de un tipo que las regulaciones gubernamentales de hoy harían imposible). Y he discutido en artículos previos por qué la competición tendería a socavar el impacto del sesgo sexista en el mercado.

Quisiera cerrar hablando un poco acerca del abuso conyugal, uno de los más feos remanentes del patriarcado en la familia moderna. ¿Cómo debería manejar este problema un sistema legal libertario? Hoy, nuestra fuerza policial predominantemente masculina (y a veces orientada a lo bruto) es bien conocida por no ser particularmente útil en dirigirse a esta cuestión. La canción “Detrás del Muro” de Tracy Chapman (del álbum Tracy Chapman) expresa una situación lamentablemente típica:

Anoche escuché el grito
voces detrás de la pared
otra noche sin dormir para mí
no haré bien alguno llamando
la policía siempre llega tarde
si es que llegan a venir

y cuando vienen
dicen que no pueden interferir
con asuntos domésticos
entre un hombre y su esposa
y mientras salen por la puerta
las lágrimas brotan delos ojos de ella

anoche escuché el grito
y luego un silencio que congeló mi alma
recé estar soñando
cuando ví a la ambulancia en la calle

y el policía dijo
estoy aquí para mantener la paz
por favor dispérsense
creo que todos podríamos dormir un poco

¿Podría ser que el hecho de que las fuerzas policiales corrientes disfruten de un monopolio coercitivo en la provisión de seguridad dentro de sus respectivos territorios tuviese algo que ver con esta situación? Imagine un escenario en el que diferentes tipos de agencias policiales, especializándose en distintos tipos de problema, pudiesen competir en el mercado abierto. Una agencia policial feminista (tal vez una red de apoyo mutuo, tal vez un negocio de cuotas por servicio, tal vez una organización sin fines de lucro que dependiera de contribuciones caritativas, tal vez una combinación de las anteriores) habría, con más probabilidad, de ser mucho más sensible y susceptible en asuntos de abuso conyugal de lo que son las agencias policiales de hoy día. Un agresor podría tendría que enfrentarse a tres feministas armadas con Uzis presentándose a su puerta para investigar. (En esta sentido, recuerde que el control de armas, que no habría de existir en una nación libre, es una de las herramientas más efectivas del patriarcado, dado que favorece a aquellos con mayor fuerza física; la posesión extendida de armas y el entrenamiento para su uso disminuyen la vulnerabilidad femenina a la violencia masculina compensando las diferencias de fuerza promedio entre hombres y mujeres).

Un asunto relacionado es el de la autodefensa contra el abuso conyugal. En un número de casos recientes, una mujer mató o mutiló a su marido abusivo porque ella temía que el abuso continuase, incluso aunque el marido no hubiese estado abusando de ella en el preciso momento en que ella lo atacó. Nuestro sistema legal tiende a tratar a estas mujeres como criminales, sobre la base de que la autodefensa violenta está justificada solamente cuando la amenaza es inmediata (excepto cuando es el gobierno el que está haciendo la defensa, en cuyo punto los criterios para la violencia preventiva justificable parece volverse extremadamente laxa). El argumento es que una mujer abusada debería huir del hogar en lugar de quedarse y asaltar a su abusador. ¿Pero por qué ella debería dejar su propio hogar, simplemente porque es también el hogar del abusador? Incluso nuestro sistema legal degradado generalmente reconoce que uno no tiene deber de retirarse de un atacante cuando uno está en su propia casa. Si eres la víctima de un patrón persistente de violaciones severas de derechos, un patrón del que tienes cada una de las razones para esperar que continúe, y si las autoridades externas no ofrecen protección confiable, me parece a mí que estás justificado a encargarte de tu propia defensa, y de que una corte libertaria debería reconocerte esto. Un sistema legal competitivo permitiría una mayor voz a las perspectivas de las mujeres en decidir el tratamiento de tales casos del que es posible bajo nuestro sistema político.

Más Allá del Patriarcado

Los conservadores están en lo correcto: la familia es una institución de valor supremo e importancia, tanto en su propio derecho y como un baluarte contra la invasión del estado. Los liberales también tienen razón: la familia ha servido a veces como una esfera de opresión y explotación, gracias a la tradición del patriarcado, en la que las mujeres son injustamente subordinadas a los hombres, y los niños son injustamente subordinados a los padres. La respuesta libertaria apropiada a ambas preocupaciones es ver cómo, consistentemente con nuestros principios anti-intervencionistas, podríamos fomentar una estructura familiar libre de la influencia patriarcal.

En el caso de los padres e hijos, esto significa reconocer que en la decisión de cómo tratar a sus hijos, los padres deben intentar buscar no solamente el bienestar del niño, sino también aquello que el niño probablemente (una vez que madure) prefiera, dado que una preferencia expresa de un niño se vuelve una guía más precisa de sus preferencias de maduro mientras pasa el tiempo, esto significa que los padres tienen menos y menos justificación, mientras el niño crece, en imponerle sus propias concepciones de beneficio cuando chocan con las del niño. Este modelo de relación padre-hijo es así anti-patriarcal, en la medida que le da al niño un mayor derecho a voz y voto en su propio tratamiento que el que le da el estándar de beneficio, mientras al mismo tiempo reconoce la suficiente distancia entre las preferencias expresadas y las maduras para evitar las consecuencias extremas de la “rebelión juvenil”.

En el caso de maridos y mujeres, ir más allá del patriarcado significa buscar promover tanto un ambiente de trabajo y hogareño que no ponga en desventaja sistemática a las mujeres en relación con los hombres. En la esfera económica, esto implica remover las barreras regulatorias a la competencia, dando así a los empleados generalmente, incluyendo a las mujeres, más fuerza en el mercado laboral, poniéndolas así en una mejor posición para negociar por mayores pagas, licencias por maternidad, etc. (que los empleadores, también beneficiándose del boom económico que la libertad traería, estarían en una mejor posición de proveer). En la esfera legal, implica abolir las leyes que discriminan a las mujeres y más importante aún, abrir a la competencia los servicios de adjudicación y aplicación de la ley de manera que las preocupaciones de las mujeres puedan ser más adecuadamente representadas. Y en la esfera cultural, implica inculcar una actitud de reciprocidad y respeto mutuo.

Algunos libertarios podrían decir que no necesitamos este último aspecto: si hay algún problema serio, el mercado se encargará de ello, así que no necesitamos cultivar nada. Creo que esta actitud es una equivocación, y tiende a promover actitudes discriminatorias (si el mercado no se hizo cargo de ello, entonces no debe ser problema serio alguno; por ejemplo, si las mujeres no logran ganar tanto dinero como los hombres en el mercado, debe ser culpa de ellas). Los libertarios a veces son reacios a reconocer estructuras de poder atrincheradas cuando no vienen vinculadas a las oficinas de gobierno; pero debemos recordar siempre que el poder y la tiranía son más antiguos que el estado. Efectivamente, Herbert Spencer curiosamente sugirió (en sus Principles of Sociology) que la subordinación de la mujer al hombre es la forma inicial de opresión de la que todas las posteriores crecieron, incluyendo el estado. Deberíamos también recordar, cuando decimos “el mercado se encargará”, que nosotros somos el mercado, que su operación exitosa depende de la vigilancia de emprendedores kirznerianos, que nosotros que hemos notado un problema estamos en la mejor posición de ejercer ese rol emprendedor. Destacar la rama hayekiana en el pensamiento socio-económico austríaco a costa de la rama kirzneriana puede conducir a la pasividad excesiva frente a las fuerzas omnipotentes y omniscientes de la historia.

Notas:

[1] Susan Moller Okin, Justice, Gender, and the Family (New York: Basic Books, 1989). Este libro ha conseguido algo de mala prensa entre libertarios, primero por su ataque peculiar al libertarismo, y segundo por las propias propuestas políticas más bien socialistas de Okin. Es verdad que Okin tiende a malinterpretar y tergiversar las posiciones de sus oponentes, y su capítulo sobre el libertarismo es particularmente escandaloso en este sentido; es también verdad que sus propuestas políticas serían una pesadilla estatista si son promulgadas. Aun así, creo que hay mucho de valor en su libro que los libertarios necesitan considerar cuidadosamente.

[2] El argumento a veces se hace [partiendo de que] incluso si las relaciones homosexuales debieran ser permitidas, no deberían ser llamadas “matrimonio”, porque el matrimonio históricamente ha sido una asociación entre hombres y mujeres. Pero siguiendo esa lógica, las asociaciones heterosexuales contemporáneas no deberían contar como matrimonio tampoco. Después de todo, el matrimonio implicó históricamente la asimilación legal de la esposa en una subordinación a su marido, así que uno podría decir que ninguna asociación entre iguales debería ser considerada matrimonio. (De hecho, esto es exactamente lo que muchos defensores del “amor libre” del siglo XIX hicieron; el antagonismo del movimiento del amor libre hacia el matrimonio no era, en la mayoría de los casos, una aprobación de la promiscuidad, sino más bien una hostilidad a lo que ellos veían como una relación inherentemente unilateral y explotadora). Pero creo que esto sería un error; la naturaleza del matrimonio no está inherentemente determinada por la forma particular que toma en una sociedad dada. El matrimonio y la familia son fenómenos históricos, y no pueden ser definidos separadamente de la manera en que se desarrollaron en el tiempo.

[3] Las familias monoparentales últimamente están bajo ataque de conservadores, que citan estadísticas que muestran que a los niños de hogares con dos padres les tiende a ir mejor que a los de aquellos hogares con uno solo. Una pregunta que pocas veces se hace es ¿cuánto de esta diferencia deriva de una ventaja inherente de dos padres sobre uno, y cuánto más bien deriva de la dificultad económica y reducido tiempo padre-hijo que impone una (políticamente fabricada) economía de salarios bajos sobre las familias de padres solteros?.

[4] En realidad, los dos casos son diferentes en cierta forma. Como lo entiendo yo, los Testigos de Jehova simplemente rechazan ciertos tipos de tratamientos médicos por motivos religiosos, sin ofrecer tratamiento alternativo, argumentando que el niño estaría mejor muerto que vivo pero condenado. Los Científicos Cristianos, por contraste, tratan a sus hijos por medio de curación espiritual, un método que tiene una tasa de éxitos notoria impresionante pero muchas fallas sin explicación, así como la medicina convencional tiene una tasa de éxitos impresionante pero muchas fallas no explicadas; así que las disputas sobre el tratamiento de la Ciencia Cristiana para los niños tiene más que ver con la reivindicación de la profesión médica de un monopolio sancionado por el gobierno en el campo de la salud en el problema de la negligencia infantil y así sucesivamente.

[5] Esto trae a colación el asunto complicado de los contratos de subrogación. Una parte los quiere imponer, la otra prohibirlos. Como lo veo yo, la posición correcta es que el desempeño específico no podría ser ejecutable (porque una madre embarazada no puede alienar derechos de tutela mientras el niño aún está en su cuerpo), pero los daños económicos deberían ser ejecutables.

[6] Al menos una vez lo hizo. En escritos más recientes, sin embargo, desafortunadamente parece haber adoptado la terminología de Sommer.

[7] Okin cita estadísticas que muestran que luego del divorcio, la posición económica del hombre promedio mejora mientras el de la mujer promedio declina. Desde que escribió su libro, el estudio particular en la que ella confió ha sido puesto en descrédito; pero esto solamente muestra que la diferencia post-divorcio es menos extrema de lo que supuso Okin, no que sea insignificante.

Artículo original escrito por Roderick Long, publicado originalmente en el número de la Primavera de 1997 de Formulations Free Nation Foundation.

Traducido del inglés por Sergio Escobar.

Anarchy and Democracy
Fighting Fascism
Markets Not Capitalism
The Anatomy of Escape
Organization Theory