Como anarquista, me encuentro un poco más que consternado con los recientes acontecimientos en Libia. Creo que es muy probable que si los Estados Unidos no hubiese intervenido, hubiese ocurrido una gran masacre en Benghazi. Los estados–y sus fuerzas armadas–existen, y algunas de sus acciones son peores que otras. Y a veces las acciones estatales tienen efectos secundarios positivos. En este caso, podría decirse que el pueblo libio se benefició del conflicto entre los estados, que debilitó el estrangulamiento que ejercía el mafioso que los gobernaba sin un aumento concomitante del poder que el estado rival tiene sobre el territorio en el que viven.
Ciertamente sería insensato no celebrar el que haya gente que hoy está viva en Benghazi que probablemente no lo estaría si Estados Unidos no hubiese intervenido. Pero espero que a pesar de lo entendible que en este caso es el que hayan aceptado ayuda del Diablo, le presten mucha atención a la letra pequeña. Puede que se enteren de que por haber aceptado esa ayuda, no terminarán de pagar su deuda con Él hasta que Él decida.
La administración Obama presenta la intervención en Libia como un acto puramente humanitario. Pero como dice Noam Chomsky, “las buenas intenciones no forman parte de las características del estado… y los Estados Unidos, como cualquier otro estado en el pasado o el presente, lleva a cabo políticas que favorecen los intereses de aquellos que controlan lo controlan gracias a su poder doméstico…”
Desde hace aproximadamente un siglo, cuando la prensa masiva y la opinión pública se convirtieron en una fuerza con la cual lidiar en el mundo desarrollado, los gobiernos rara vez han admitido lanzar una guerra con el simple objetivo de expandir su territorio. Los intereses más espúreos se disfrazan de humanitarismo ó auto defensa contra una “amenaza extranjera”.
Chomsky, en “El Poder Americano y sus Nuevos Mandarines”, hace notar que las técnicas de contrainsurgencia utilizadas por los japoneses en Manchuria siguieron el mismo patrón usado desde las Guerras de los Bóers y los levantamientos en Cuba y Filipinas, hasta los esfuerzos de Estados Unidos en Vietnam. Chomsky cita cartas de oficiales japoneses explicando a sus familias la gloriosa misión de los soldados del Emperador a través de los mares para defender la civilización de la Amenaza Roja.
Hasta Hitler quiso hacer ver sus aventuras territoriales como una forma de defensa a minorías étnicamente alemanas oprimidas en el Sudetenland y el Danzig. En el último caso la provocación de hecho fue lanzada por soldados Nazi con uniformes polacos. (Antes de culpar al pueblo alemán por su credulidad, pido al lector que se pregunte qué haría la gente en Estados Unidos si un ataque de bandera falsa similar fuese reportado como noticia pura y dura, como seguramente lo sería, por CNN).
Y después tenemos a San Kennedy: Consistente con su promesa de “sobrellevar cualquier carga, pagar cualquier precio”, sus Mejores y Más Brillantes se avocaron a armar un aparataje global centrado en instituciones como los Boínas Verdes y la Escuela de las Américas, cuya función principal fue educar a dictadores militares y a paramilitares en las sutiles artes del asesinato y la tortura, y la desaparición de enemigos políticos. Si existe un Libro Negro del Comunismo que incluye las víctimas de las colectivizaciones China y Soviética y los Campos de la Muerte del Pol Pot, también debería existir un Libro Negro del Estado de Seguridad Nacional de los Estados Unidos que incluyese los cientos de miles masacrados por Suharto y Mobutu, los millones masacrados por escuadrones de la muerte centroamericanos y andinos, y los miles que fueron torturados por las dictaduras militares que arrasaron a América del Sur con la ayuda y cobijo del gobierno estadounidense durante los años 60 y 70.
Si el pueblo libio quiere una referencia de lo que resultará de permitirle al gobierno americano que tenga voz en la reconstrucción de su sociedad de posguerra, no tienen más que echarle un vistazo al trabajo de la CPA de Bremer en Irak. Un profeta Samuel moderno podría hacer una descripción elocuente de lo que le espera a cualquier país que acepta un gobierno neoliberal diseñado por Estados Unidos para que pueda ser “como las otras naciones”. Repartirá las tierras entre inversores occidentales políticamente conectados, en términos sumamente favorables; el país será ocupado por mercenarios contratados por Halliburton y Blackwater; y firmará un “Tratado de Libre Comercio” con cláusulas sobre “propiedad intelectual” que criminalizarán el almacenar semillas después de las cosechas e inflarán los precios de las medicinas contra el HIV en un diez mil por ciento.
Habiéndose beneficiado de la zona de exclusión aérea, esperemos que Libia ahora tenga en cuenta estas lecciones históricas y sepa mantener al Diablo a una distancia prudente.
Artículo original publicado por Kevin Carson el 17 de febrero de 2011.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.