El pasado noviembre las escuelas públicas de mi zona se tomaron un largo puente de fin de semana. La manera en la que se colocó ese puente, que acababa justo el día de las elecciones presidenciales [en Estados Unidos son siempre un martes] no fue una coincidiencia, ni un accidente. La idea era poder poner a los empleados del gobierno estatal a trabajar en la campaña en favor de los candidatos demócratas [se celebraron muchas elecciones además de la presidencial], además de haber estado hablando de Barack Obama a los estudiantes durante meses.
No es novedoso lo de usar a los empleados del gobierno para volcar unas elecciones del lado de un candidato. Lincoln hizo el pino-puente para que todos y cada uno de los soldados de la Unión en los estados dudosos obtuvieran su papeleta de voto en 1864. Su reelección estaba bastante disputada, pero era muy popular entre las tropas.
Tampoco las escuelas son una nueva arma de adoctrinamiento político. Cuando era un niño, teníamos que recitar un juramento en favor del gobierno federal cada mañana antes de clase, el “Juramento de Lealtad” [procedo a transcribirlo por ser útil para la comprensión del texto]:
“I pledge allegiance to the flag of the United States of America and to the republic for which it stands: one nation under God, indivisible, with liberty and justice for all.”
[“Juro lealtad a la bandera de los Estados Unidos de América y a la república que representa: una nación bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos.”]
Hasta donde sé, todavía se sigue recitando en algunas escuelas públicas. El juramento fue escrito por un vendedor de banderas de la persuasión socialista [sic]: sería interesante saber si lo escribió para reforzar sus ventas, su ideología o ambos, pero de lo que no hay duda es de la intención del juramento. Requiere que la persona denuncie la secesión, como el gobierno federal había la había derrotado en el campo de batalla (“una nación […] indivisible”), además de confesarse creyente en una divinidad (“bajo Dios”) y afirmar la existencia de una descripción de la situación ciertamente discutible (“con libertad y justicia para todos”).
Así, no me sorprende que el presidente de los Estados Unidos aprovechase la oportunidad para llegar a todos los niños de las escuelas públicas de los Estados Unidos, y no me hago ilusiones sobre sus motivos. Tiene interés no sólo en promover su propia presidencia, sus políticas y una eventual campaña de reelección. Sin embargo, también quiere consolidar el sistema que trajo a los niños a las aulas públicas y a él mismo al Despacho Oval.
Tampoco me resulta rato ver que algunos padres decidan que su plan de dar un discurso a los estudiantes de escuelas pùblicas [que al final Obama dio, lo pueden leer en el link] es inaceptable. Ni siquiera puedo mostrarme en desacuerdo con Steve Newton, del blog Delaware Libertarian, cuando considera que esos padres están haciendo una montaña de un grano de arena. Sin embargo, Newton y yo diferimos al considerar la cosa en su totalidad. Ambos creemos que los discursos de Obama no son importantes, pero yo añado “tal como están las cosas”, y me gustaría justificar eso.
“Escuela pública” significa “Escuela del gobierno”. Y doquiera que éste mete las zarpas, le sigue el politiqueo. Si sus hijos están en esas escuelas, cuente con que desde la guardería hasta recibir su diploma del instituto estarán sometidos a adoctrinamiento político. Puede ser que el tono de esa manipulación varíe con la situación política para reflejar la visión del partido al timón, pero la sustancia es la misma.
Las escuelas públicas tienen dos propósitos que llevan mucho tiempo ocultando los que se supone que cumple (enseñar a los niños a leer, escribir y hacer cuentas): el primero es producir ciudadanos que apoyen, aunque sea de forma superficial, el sistema político actual. Desde los “estudios sociales” de la escuela elemental, pasando por la historia y educación para la ciudadanía [en inglés, “civics”], el sistema se parece al Pangloss de Cándido. La idea es condicionar a los estudiantes para que vean este sistema como el único posible y el superior a todas las alternativas posibles, premiándoles por participar más que por disentir de él. Su segundo objetivo es producir trabajadores cuyas habilidades se ajusten a lo que los políticos quieren, tanto la élite gubernamental como sus cómplices criminales.
Incluso si fuera posible producir un alto nivel de erudición para los graduados del sistema público de forma uniforme, esa idea no tendría apoyo. Determinado porcentaje de estudiantes deben salir de él lo suficientemente mal educados como para que se conformen con servir hamburguesas y fregar suelos. Es un milagro que la educación de verdad no se haya transferido a las academias privadas para la educación de la élite: algunos chicos salen de la escuela pública con conocimientos y ambición a pesar de los esfuerzos que haga el Estado para evitarlo.
Si usted no quiere meter política en la educación de sus hijos, o mejor dicho, si quiere su política propia en lugar de la de otra persona, debe quitarlos de la escuela pública, no sólo dejarlos en casa el martes [8 de septiembre, por el día en que Obama dio ese discurso]. El adoctrinamiento obamita puede ser un grano de arena, pero ese grano de arena se va a depositar sobre una montaña formada por esos granos de arena.
Artículo original publicado por Thomas L. Knapp el 3 de septiembre de 2009.
Traducido del inglés por Joaquín Padilla Rivero.