Como era de esperarse, las protestas revolucionarias que se están llevando a cabo en el Medio Oriente han inyectado vigor a la campaña de promoción del miedo a Irán impulsada por la clase política estadounidense. Como lo ha notado Elise Labott en CNN, el hecho de que las protestas populares hayan surgido debido a malestares “totalemente domésticos” no ha “impedido a los dirigentes políticos estadounidenses sugerir que Irán ha jugado un papel en ellas” y “hacer sonar la alarma” en señal de la amenaza planteada por Irán.
Siempre en búsqueda de un nuevo y ominoso fantasma con el cual impulsar la permanente economía de guerra, la clase dirigente debe defender constantemente — con la palabrería engañosa de Mike Mullen, Presidente del Estado Mayor Conjunto — “los compromisos de seguridad que hemos hecho”. En Mil Novecientos Ochenta y Cuatro, George Orwell describió con maestría la estructura piramidal del estado totalitario, un infierno viviente creado por élites a través de una economía “que existía para y por un estado de guerra permanente”.
Las palabras de la novela muestran un paralelismo muy cercano a la obsesiva y paranoica cultura del miedo que las élites de poder en Estados Unidos han cultivado y de hecho, perfeccionado; en lugar de sólo lograr los objetivos más obvios de adquisición de territorio y recursos, las campañas interminables de guerra sostenidas por el estado total tienen como objetivo “mantener intacta la estructura de la sociedad”. Si el estado puede convencernos de la existencia de los fantasmas que inventa, de que en realidad presentan la posibilidad de una catástrofe vagamente definida, entonces hasta las medidas más draconianas se pueden racionalizar como necesarias para protegernos.
Y “¿…si la mente misma es controlable”, pregunta Orwell, “qué nos podemos esperar?”. Notando que la capacidad de Irán para influir en sus países vecinos — incluso en el caso de que tuviese un deseo verificable de hacerlo — es limitada, Labott correctamente acepta que los comentarios oficiales de Estados Unidos van más por la línea ofensiva que por la de las preocupaciones defensivas. Y teniendo en mente el gélido estado de las relaciones entre Estados Unidos e Irán, y la fijación de la nobleza estadounidense con la supuesta búsqueda de armas nucleares por parte de Irán, las amenazas proferidas recientemente por la potencia no deben sorprender.
La verdad es que a pesar de la reciente campaña propagandística desde Washington acerca de los levantamientos populares en la región, Irán no tiene que infiltrar ninguno de ellos para que surjan gobiernos antiamericanos en la región; ese resultado se materializará de forma decisiva por sí solo. La ocupación neo-colonial y ladevastación impuesta por Estados Unidos en la región es más que suficiente para asegurar que cualquier movimiento verdaderamente popular en la región será, por definición, antiamericano. Ésto no significa, por supuesto, aceptar los chillidos demenciales de los neoconservadores sobre un califato global o el catapultamiento del terrorismo islámico contra el pueblo americano.
El pueblo árabe puede sentir (y debería sentir) repulsión absoluta por el estado americano sin necesariamente guardar ningún tipo de hostilidad en contra de la gente común que vive en los Estados Unidos. La gente trabajadora común y corriente de Oriente Medio y de Estados Unidos no tienen por qué darle credibilidad al discurso de patriotismo vulgar y a la psicología de “ellos contra nosotros” que sirve como base a la campaña de miedo a Irán promovida por los políticos estadounidenses.
Que los Estados Unidos, el más militarizado, asesino y salvaje mercante de la muerte continúe invocando la amenaza de un Irán con armas nucleares es uno de los ejemplos más ilustrativos de locura estatista. Quien quiera que esté más asustado de Irán que de los Estados Unidos haría bien en echar un vistazo al Medio Oriente y considerar cuál de los dos está derramando más sangre.
El estado iraní es un instrumento venenoso de opresión y violencia política, pero difícilmente es la amenaza tenebrosa que la élite política de Estados Unidos pinta como tal. Y lo que es aún más importante, no puede ni siquiera compararse con la amenaza global que los Estados Unidos representan.
Artículo original publicado por David D’Amato el 06 de marzo 2011.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.