Los gobiernos de Estados Unidos y Rusia han llegado a un acuerdo para reducir sus inventarios nucleares en mil cabezas nucleares cada uno. Sospecho que casi todo el mundo considerará que esto es bueno, y hay que extraer una lección de este asunto: casi después de 65 años de Era Nuclear y 40 de negociaciones de desarme como los tratados SALT, los dos “super-estados” tienen tantas armas nucleares (armas enormes, carísimas y peligrosas) que pueden hablar de reducir sus inventarios en 1000 unidades sin despeinarse.
Esas armas costaron millones de dólares en su desarrollo y construcción. Ninguna de ellas ha sido útil a nadie salvo 1) a los políticos que las blanden unos contra otros y 2) a los parásitos de las industrias de “defensa” que se forraron construyéndolas. La existencia misma de esas armas sólo fue posible por las maquinaciones de Estados de bienestar belicistas, y las dos ocasiones en que han sido utilizadas lo fueron por un Estado de bienestar belicista contra otro (el Estados Unidos de Roosevelt/Truman contra el Japón del general Tojo).
Sin embargo, uno de los contraargumentos más utilizados en contra de la noción de una sociedad sin Estado es la idea de “armas nucleares privadas”.
Vamos a ver si nos aclaramos: los costes de construir un arma nuclear son gigantescos. No sólo por la investigación y desarrollo, sino que el propio montaje de las armas necesita enormes cantidades de materia prima (uranio), el procesamiento de ese material ha de ser realizado por muchas máquinas carísimas (centrifugadoras de gas), todo ello atendido por técnicos especializados que cobran grandes sueldos.
En otras palabras, sólo podemos esperar que dos tipos de organizaciones construyan un arma nuclear: un Estado que repercuta los costes sobre los contribuyentes, o una gran corporación del tipo de las que sólo prospera bajo la égida estatal y que no tiene ningún provecho de construir ese arma salvo que lo haga para un Estado. Lamentablemente, el “genio” nuclear ya está fuera de la lámpara: hay muchas armas por ahí, y es razonable pensar que si el Estado desapareciera mañana estas armas podrían caer en manos de individuos o grupos que si bien no las construyeron, pueden tener la tentación de hacerlas detonar en vez de manejarlas en clave geopolítica como una herramienta de Destrucción Mutua Asegurada, para mantener la guerra lejos de sus dominios.
Tengo dos objeciones para esa razonable preocupación: la primera es que el peligro al que se alude ya existe, dado que las armas ya están ahí. Mantener el Estado no garantiza que esas armas no vayan a ser robadas por la fuerza, o vendidas ilícitamente por quienes debieran vigilarlas. Ambas posibilidades fueron preocupaciones importantes durante la desintegración de la Unión Soviética… o sea, que por lo que sabemos, podrían existir esas “armas nucleares privadas”. Mi segunda objeción es que, incluso aunque las armas cayeran en manos de entes ajenos al Estado y fueran utilizadas, el objetivo más probable es el mismo Estado. Incluso si el objetivo físico fuera la población civil, la justificación para usarlas sería presionar a un Estado para que actúe de determinada forma. Ergo, mantener la existencia del Estado representa un mayor riesgo.
La existencia de armas nucleares no sólo no constituye un argumento contra la sociedad sin Estado, sino que la verdad es lo contrario: solamente los Estados o sus entes adláteres están en posición de manejar tantos recursos o tener motivos para construirlas: sólo ellos tienen incentivos a usarlas como instrumento de guerra. Las “armas nucleares privadas” nunca han sido un problema salvo por el hecho de que la existencia del Estado las hace un problema. Sin embargo, puedo imaginar un escenario en el cual las armas privadas podrían contribuir al establecimiento pacífico de sociedades sin Estado.
Si los Estados están dispuestos realmente a deshacerse de sus armas nucleares, deberían ofrecer de forma gratuita esas armas a organizaciones privadas que demuestren la capacidad de construir naves espaciales tipo “Proyecto Orión”, propulsadas por la detonación de esas armas nucleares. Una oferta así serviría para que la Tierra se deshiciera de los juguetes más peligrosos de sus Estados, y abriría nuevas fronteras en las que las sociedades sin Estado puefan formarse y demostrar su eficacia. El hecho de que tal cosa no va a pasar nunca debería dejar claro que los Estados de este planeta no se toman en serio el desarme nuclear… ni probar la valía del Estado ante la competencia de otras formas sociales.
Artículo original publicado por Thomas L. Knapp el 10 de julio de 2009.
Traducido del inglés por Joaquín Padilla Rivero.