En este artículo insto a los lectores de cualquier cariz antifascista a contemplar las críticas de la negación de plataformas estereotípicamente violenta, así como las defensas de esta práctica controversial. Si bien me guío personalmente por una visión utópica de la no violencia anarquista, no estoy convencida de que coger a trompadas a Richard Spencer esté en conflicto con este sueño. Llegar de aquí allá es una ardua labor. Promuevo el pluralismo en la lucha contra el fascismo y todos los autoritarismos.
Los pacifistas estrictos, esos que rompen totalmente con la práctica de matar o lastimar físicamente a los seres humanos y quizá a otros seres sintientes, tienen desde luego serios problemas con sus oponentes que desaprueban el pacifismo. Con el nivel tecnológico actual, los pacifistas actuales tienen limitadas opciones para detener a un adversario inclemente. ¿Cómo evitan los pacifistas estrictos la prisión o el fusilamiento? Por esta y otras razones, no puedo defender el pacifismo estricto, pese a cuán atraído me vea por este ideal.
Como escribió célebremente Errico Malatesta, «no puede haber duda de que el ideal anarquista, la negación del gobierno, se opone por naturaleza a la violencia». Todos (o al menos la mayoría) los anarquistas aspiran a abolir la coerción, lograr libertad genuina para todos. El compromiso con el mundo tal cual existe requiere equilibrio – reconocer la distancia que existe entre donde nos encontramos ahora y lo que deseamos crear. La cuestión acuciante es cómo progresar óptimamente hacia la libertad en una sociedad de opresión y violencia manifiestas.
Si bien hay intereses mezquinos que influencian frecuentemente el enfoque propio para combatir el fascismo como la competencia por estatus y ascenso social, en este escrito exploro varias estrategias antifascistas desde un marco conceptual consecuencialista enfocado en alentar el máximo de libertad para todos.
Sea que se trate de anarquistas muelefachos, libertarios respetuosos del principio de no agresión, pacifistas comprometidos o de liberales curiosos, quiero enfatizar la incertidumbre. Evaluar el efecto que cualquier acción dada tiene en nuestra complejísima red de conexiones humanas no es sencillo. Considero atractivos los argumentos tanto a favor como en contra de negar una plataforma a los fascistas por la fuerza. Exhorto a todos los anarquistas y a otros que se oponen al fascismo a hacer lo mismo. Asumir que algún grupo o individuo tiene entre manos la táctica o estrategia antifascista definitiva me parece un exceso de confianza. Independientemente de lo que se piense acerca de los méritos de excluir a los fascistas de la esfera pública y el mercado de las ideas, recomiendo interacciones basadas en el espíritu de caridad intelectual y actuar excelentemente con otros colegas antifascistas.
A causa de mi afinidad con el pacifismo, las críticas a la negación de plataformas, así como la humillación, el acoso y el empleo de la fuerza física a veces asociados con esta llaman mi atención. En teoría, no quiero que semejantes tácticas coercitivas moldeen lo que piensa la gente y cómo actúa. Personalmente, no disfruto ni la bravuconería ni los golpes, así pues, ¿por qué habría de desearles a otros lo mismo? ¿No debería la gente determinar lo que es verdadero y lo que mejor sirve a sus intereses y al bien común sin una presión social asfixiante y sin el empleo de la fuerza bruta?
Como señalan numerosos liberales y libertarios, la política de atacar o matar fascistas conduce potencialmente a una espiral autoritaria debido a problemas de definiciones y el atractivo seductor de la coerción. Cuando decimos «fascista» o «fascismo», ¿nos referimos al sentido apropiado, como lo describen académicos como Robert O. Paxton, o al sentido expansivo coloquial? Los antifascistas que practican la negación de plataformas parecen coincidir en que ambas palabras aplican a la derecha alternativa entera, independientemente de cómo se identifiquen ideológicamente los miembros de la derecha alternativa, incluyendo a gente como Jared Taylor. Pero ¿aplica la negación de plataformas también a los partidarios de Trump, conservadores convencionales y otros afines? Los límites se desdibujan. Después de todo, tanto los conservadores convencionales como los liberales apoyan la supremacía blanca estructural, el imperialismo, los asentamientos colonialistas, el heteropatriarcado, etc. A la hora de emplear tácticas como la negación de plataformas, elegir el alcance de nuestra red de pesca se torna ambiguo. Esta ambigüedad puede trazar un sendero que lleve a un lugar donde, como lo describió Malatesta, los anarquistas puedan reclamar «poco menos que el derecho a la vida y muerte para aquellos que no sean anarquistas o que no sean anarquistas de acuerdo a su patrón». No es difícil encontrar esta postura en boca de ciertos anarquistas en foros en línea.
Aunque es entendible la postura de anarquía o muerte, teniendo en mente el adagio que reza «el extremismo en defensa de la libertad no es ningún vicio», esta perspectiva choca conceptualmente con algunos valores anarquistas clave y confiere a arribistas cínicos y tiranos mezquinos un ambiente hospitalario. La legitimidad de aplastar a un nazi (o conservador o liberal, etc.) por el bien mayor se confunde fácilmente con la autocomplacencia y la dicha de infligir dolor y terror, de dominar. En lo personal, evito iniciar este tipo de violencia en parte porque temo caer en esa trampa.
Por otro lado, como friki queer que soy, he experimentado el ostracismo y los ataques de la muchedumbre. Cuando veo videos de antifascsitas arremetiendo contra algún individuo solitario, suelo empatizar visceralmente con ese individuo y me pregunto si yo podría ser la siguiente. Un amigo mío que se ubica entre el anarquismo comunista y el leninismo recibió una vez una paliza de un anarquista de bloque negro, así que no es inconcebible. Hay numerosas opiniones de naturaleza extrema e impopular que defiendo.
Los principios de la libertad de expresión e información son de crucial importancia para descubrir cómo opera la realidad que habitamos todos. La indagación científica tiene una larga historia de desafíos a los sistemas sociales y las identidades de la gente. De hacerse con demasiada libertad, la negación de plataformas puede obstaculizar la investigación y servir como otro instrumento para preservar ciertos marcos conceptuales en detrimento de nuevas teorías.
La crítica más delicada de las tácticas antifascistas de confrontación militante proviene de mi propio monitoreo a la derecha alternativa. Mike Enoch y otros en la derecha alternativa aseveran que antifa es de ayuda para ellos, que antifa radicaliza a los blancos y trae más reclutas de su lado. Si bien esto puede ser pura palabrería, psicología inversa o simplemente insinceridad, es de vital importancia que los antifascistas desarrollemos métodos de evaluar nuestra efectividad y nos aseguremos de que nuestras tácticas no estén al servicio de manos enemigas. La narrativa de la contraproductividad de antifa aparece asimismo con frecuencia en muchos foros centristas. Dudo que quienes proponen lo anterior estén simplemente jugando con nosotros. Si bien podemos descartar a algunos de estos centristas como irredimibles o sencillamente extremadamente difíciles de convencer de valorar la libertad a la manera de los anarquistas, es probable que la negación de plataformas militante resulte repulsiva para algunos centristas que, de otro modo, mostrarían simpatía con el anarquismo. Lo mismo sucede, presumiblemente, con otras tácticas, y, aunque no es necesariamente una causa para evitar la negación de plataformas militante, es un factor que deberíamos considerar.
A causa de lo anterior, tiendo a pensar que es mejor acometer acciones no violentas basadas en movimientos masivos contra el estado y contra el fascismo, reservando la violencia defensiva, si ha de usarse, para agresiones directas. Eso refleja la postura pacifista anarquista que Malatesta criticó, ¡pero funciona fantásticamente en un experimento mental! Las masas se alzan y acaban con la opresión sin infligir daño físico a ningún ser vivo. Que la gente piense y diga lo que quiera, pero ha de impedírseles lastimar a otros. Con suficiente gente de nuestro lado y con voluntad de asumir riesgos, podríamos socavar o transformar la economía y la sociedad. Sin necesidad de golpear.
Huelga decir que semejante experimento mental sobrepasa los límites de la credibilidad. No estamos ni cerca de tener esa cantidad de anarquistas y simpatizantes. Acosar, avergonzar, repudiar y/o golpear son presumiblemente tácticas más prácticas en las circunstancias en que nos encontramos. Un movimiento no violento masivo que sea efectivo sufre del problema de acción colectiva e, incluso en el escenario más optimista, pide mucho de la gente. En cambio, marginar y aterrorizar fascistas y afines resulta conveniente y económico. La sociedad existente opera en gran medida mediante la presión social y la amenaza de la fuerza física, por lo que sabemos que estos métodos pueden condicionar el pensamiento y comportamiento humanos. Todo reparo acerca de la coerción debería sopesarse con el daño que el fascismo causa y podría causar. No puede dejar de señalarse el peligro que el fascismo representa para la libertad y el bienestar humano: el fascismo es realmente la antítesis de la libertad.
Más aún, la importancia que tiene el poder y el éxito masculino en el pensamiento y propaganda fascistas hace que, potencialmente, la confrontación y la humillación sean algo especialmente efectivo. Mucho de lo que atrae a la derecha alternativa y a otros grupos de alineación fascista involucra una narrativa de castración y una promesa de renacimiento viril. La confrontación, incluida la violencia, puede suprimir el fascismo al prevenir que los fascistas ofrezcan con credibilidad victoria y gloria a potenciales reclutas. ¿Qué hombre castrado quiere ser perseguido o golpeado por un montón de queers antifascistas? Eso no ayuda. La negación militante de plataformas puede alimentar las narrativas de persecución, lo cual hace parte de su tesitura, pero la continua humillación sin reivindicación no es algo muy atractivo. Si bien es algo que aplica a todos los movimientos, el fascismo en particular necesita dar muestras de éxito a fin de tener éxito.
La confianza de los fascistas en sus victorias crea un legítimo argumento a favor del antifascismo militante que incluye negar plataformas por la fuerza: Hay un historial de organizaciones fascistas mantenidas a raya mediante este enfoque. Mas solo detener el fascismo no es la única cuestión relevante. ¿Qué hay de cómo la agresión contra fascistas y afines viola el principio de no agresión y, al hacerlo, contribuye a continuar un ciclo de hostilidades como se esbozó arriba?
En este punto es de crítica importancia no olvidar que el fascismo es inherente y necesariamente violento. Aun si adoptamos la interpretación más generosa posible de la derecha alternativa, sus líderes siguen promoviendo descaradamente incontables formas de violencia estatal: fronteras, centros de detención, deportaciones, policía, cárceles, prisiones, etc. Ellos desean fortalecer estos elementos, horribles en sí mismos, de la sociedad contemporánea. Es justo ver la organización con estos fines inequívocamente violentos como un acto de agresión que amerita la violencia defensiva como respuesta. Y ello es tan solo la interpretación más generosa. Hay suficiente evidencia de que muchos en la derecha alternativa desean exterminar físicamente a sus enemigos. Es sobre eso que «bromean» continuamente.
Salvor Hardin dice en la novella de Isaac Asimov Fundación que «la violencia es el último refugio del incompetente». Veo con escepticismo la creencia de que dañar cuerpos humanos mediante un trauma contundente constituya el mejor método para derrotar a los humanos que abogan por el fascismo hoy en día, mucho menos para derrotar al fascismo como ideología. Por lo menos con tecnología superior, un intelecto artificial lo suficientemente sagaz podría urdir un plan antifascista superior a lo que se nos ocurra a las bolsas de carne que somos nosotros. Pero henos aquí, atascados a comienzos del siglo XXI, equipados solamente con herramientas burdas e información incompleta. Somos lamentablemente incompetentes el día de hoy.
Sin importar mis inquietudes acerca del ascenso espiralado del autoritarismo, aplaudo el coraje y la audacia de quienquiera que ataque físicamente a instigadores fascistas en aras de construir un mundo mejor. Como escribió Mahatma Gandhi, recurrir a la acción violenta en contra de la opresión es mejor que no hacer nada.
Artículo original publicado por SummerSpeaker el 4 de diciembre de 2017
Traducción del inglés por Mario Murillo