Mediante una declaración hecha pública el mes pasado en la conferencia Río +20 (Conferencia de la ONU para un Desarrollo Sostenible), “La economía que necesitamos”, la Red Intercontinental para la Promoción de una Economía Social y Solidaria (RIPESS) critica el modelo de la “denominada economía verde” promulgada “por gobiernos y corporaciones” con el desprecio que se merece.
Hay al menos dos problemas con el movimiento de la economía verde. El primero es destacado en la declaración de RIPESS: es, en realidad, un intento tendencioso de crear un modelo nuevo y aparentemente verde de acumulación de capital adaptado al capitalismo corporativo global, basado en la “comercialización de los bienes comunes”.
El capitalismo verde (o progresista, o cognitivo), al igual que la primera Revolución Industrial, está basado en un proceso de acumulación primitiva a gran escala (un término técnico que utilizan los marxistas cuando se refieren al “robo masivo”).
La acumulación primitiva anterior al auge del sistema fabril en la Inglaterra industrial implicó el cercamiento de las tierras comunales: primero, de una parte importante de los “campos abiertos”, que eran pastizales para las ovejas, durante varios siglos a finales de la Baja Edad Media y comienzos de los tiempos modernos; luego, los cercamientos de los pastos, bosques y terrenos baldíos comunales ordenados por el parlamento en el siglo XVIII.
El nuevo modelo verde del capitalismo de estado corporativo, tal como sugiere la declaración de RIPESS, logra la acumulación primitiva mediante la privatización del comunal informacional. El economista Paul Romer la denomina la “nueva teoría del crecimiento”. Se basa en el acaparamiento de la innovación e información digitales —cosas que son libres por naturaleza— como fuente de ingresos. Este modelo “progresista” de capitalismo, promovido por Warren Buffett, Bill Gates y Bono, depende de las patentes y los derechos de autor mucho más que la actual versión del capitalismo corporativo.
El modelo “capitalista verde” intenta ser una respuesta a la principal amenaza con que se enfrenta el capitalismo corporativo y su modelo de acumulación de capital: las tecnologías de la abundancia. Si se les permitiera funcionar sin trabas, la adopción libre de tecnologías de producción efímeras y de bajo coste y los efectos radicalmente deflacionarios de la información digital replicable no solo destruirían los beneficios de la mayoría de las corporaciones existentes, sino que convertirían en superflua la mayor parte de las inversiones de capital.
Dejando de lado toda la retórica “progresista”, el “capitalismo verde” pretende atajar esta amenaza. Es un último esfuerzo para rescatar todo el sistema de privilegios de clase y explotación económica basado en la escasez artificial de los efectos revolucionarios de la abundancia.
El modelo de economía solidaria promovido por RIPESS —y por mis camaradas anticapitalistas de libre mercado del Centro para una Sociedad sin Estado— es todo lo contrario. Lo que queremos es una economía descentralizada y autoorganizada, en la que la gente ordinaria pueda aprovechar las nuevas tecnologías de la abundancia (como las tecnologías de producción de bajo coste y la información libre) para construir nuestra propia economía, en la que las enormes acumulaciones de tierras y capitales de las clases rentistas carecerían de valor.
Esto fue presagiado por las cooperativas owenitas [del socialista utópico Robert Owen, N. del T.] de la década de 1830, en la que comerciantes desempleados crearon talleres cooperativos y mercadearon sus productos entre sus compañeros trabajadores, canjeándolos por vales de horas de trabajo. El problema fue que este modelo solo funcionó en producciones artesanales, en las que los medios de producción eran todavía asequibles para los individuos. No funcionó en formas de producción industrial que dependían de máquinas grandes, especializadas y muy caras. Los Knights of Labor (Caballeros del Trabajo) aprendieron esta dura lección cuatro décadas más tarde, cuando sus intentos de crear cooperativas de trabajadores chocaron frontalmente con los costes de capitalización del sistema fabril.
La belleza de la época en que vivimos es que las nuevas tecnologías de producción están revirtiendo este proceso. Una parte creciente de la producción tiene lugar en talleres que emplean herramientas y maquinaria informáticas baratas y de uso general. Un pequeño negocio, equipado con un torno, un router, una impresora 3-D, etc., por un coste de entre 10.000 y 20.000 dólares, puede producir artículos que antiguamente requerían una fábrica de un millón de dólares. Y una parte mucho más grande de estos métodos de producción ya es asequible. En la producción de alimentos, la horticultura en terrazas intensiva en el uso del suelo ya eran mucho más productiva que la agricultura industrial. Las nuevas técnicas, como las de John Jeavons, la están haciendo más productiva todavía.
Es tecnológicamente factible que los trabajadores y los consumidores autofinancien una economía basada en el modelo owenita, con poco suelo y capital.
Por tanto, la pregunta es: ¿qué modelo queremos seguir? ¿Nos doblegaremos ante el modelo verde hamiltoniano de “progresistas” como Gates y Buffett, orientado a proteger sus beneficios de los efectos radicalmente deflacionarios de la abundancia? ¿O aprovecharemos de estos efectos deflacionarios para que personas como nosotros reemplacen la dominación de los patronos, del trabajo asalariado y de las deudas con una sociedad de autogobierno, ocio y cooperación mutua?
No deberías tener que pensar mucho en ello.
Artículo original publicado por Kevin Carson el 12 de julio de 2012.
Traducido del inglés por Javier Villate.