El anuncio de la abdicación del Rey Juan Carlos I de España ha provocado una ráfaga de comentarios comparando la dictadura y la democracia. La mayor parte de la opinión pública ve el poder no honorario de la docena de monarquías que quedan en Europa, sobre todo el de las monarquías diminutas como las de Liechtenstein y la del Vaticano, como vestigios residuales condenados a sucumbir ante la tendencia implacable hacia el Estado nacional-democrático representativo característico del “fin de la historia”. El papel que jugó el estimado monarca al liderar la transición del régimen fascista con “F” mayúscula de Franco a un estado democrático moderno convencional fue una anomalía.
Sin embargo, España es un ejemplo clásico de dos críticas devastadoras a la opinión de consenso llevadas a cabo por el anarquista Karl Hess en una entrevista con la revista Playboy en julio de 1976. Primero, cuando Hess negó “que los monarcas medievales sean muy distintos que nuestros presidentes de hoy en día” fue objetado con el contrargumento de que “Seguramente, incluso siendo anarquista, usted reconocerá que hay algunas diferencias entre los presidentes y los reyes”, pero él insistió: “Los presidentes alcanzan el poder a través de fraudes y apretones de manos, mientras que los reyes optan por la vía mucho menos agotadora del nacimiento. Esa es la única diferencia que puedo discernir”. Segundo, dijo que “La mayoría de los analistas ven el espectro político como un gran círculo, con los gobiernos autoritarios de derecha y de izquierda intersectándose en un punto directamente opuesto a la democracia representativa. Pero mi idea de la política es que sigue una línea recta, con todas las sociedades autoritarias a la derecha y todas las sociedades libertarias a la izquierda”, con “un mundo de barrios en los que toda organización social es voluntaria y las formas de vida están establecidas en grupos pequeños que se asocian por consentimiento mutuo” como lo contrario tanto a la democracia representativa como a la dictadura.
En su introducción a Los Colectivos Anarquistas, Murray Bookchin despreció la interpretación convencional que hizo la socialdemocracia y la vieja izquierda de la Guerra Civil Española como “una lucha entre una república liberal que trató de defender valientemente y con el apoyo popular al estado democrático parlamentario contra los generales autoritarios”. De hecho, la gente común de España “veía a la república casi con tanta animosidad como a los franquistas” y “no les interesaba rescatar a un régimen republicano traicionero, sino reconstruir la sociedad española”. Después de la introducción de Bookchin, se presenta documentación primaria detallada de su éxito cuando lograron contener el poder del Estado lo suficiente como para obtener una oportunidad de luchar.
Lejos de ser lo que la vieja izquierda vio como una quijotesca última resistencia de “rebeldes primitivos” pre-industriales contra la marea de la historia, los anarquistas españoles parecen cada vez más clarividentes en cuanto a la era post-industrial de mañana.
El poder aparentemente imparable del Estado y de sus apéndices plutócratas —los sucesores modernos de los que Bookchin llamó los “enemigos de clase históricos del pueblo español, que van desde los grandes terratenientes y señores clericales heredados del pasado a la creciente burguesía industrial y banqueros de tiempos más recientes”— para desplazar formas alternativas de organización socioeconómica siempre ha dependido totalmente de su capacidad de extraer riqueza involuntariamente: en palabras de Franz Oppenheimer, de los “medios políticos”. Las raíces de los medios políticos se están secando gradualmente a medida que la producción económica se hace cada vez más localizada, menos intensiva en capital, y en consecuencia menos susceptible de ser sometida a la tributación. En el ámbito militar, el poder del ejército permanente está siendo desafiado cada vez con más fuerza por técnicas de guerra de cuarta generación que reviven el espíritu popular de las voluntarias y decididamente anti-estatatistas Brigadas Internacionales.
El futuro cercano nos depara formas organización social a escala humana tan descentralizadas que harán lucir a Monaco como pesadamente burocrático, y que funcionarán sin necesidad de que los individuos renuncien a la soberanía sobre sus vidas personales. Y así es como harán realidad la observación de George Woodcock según la cual “En realidad, el ideal del anarquismo, lejos de la democracia llevada a su extremo lógico, es mucho más parecida a la aristocracia universalizada y purificada”.
Artículo original publicado por Joel Schlosberg el 8 de junio de 2014.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.