Una de las desdichas del denominado movimiento GamerGate el pasado agosto fue un artículo de Dan Golding titulado “The End of Gamers” (agosto 28, 2014). El título no se refería a la extinción literal de los gamers como individuos, sino de la identidad cultural del Gamer como había existido previamente. Golding argumenta que la audiencia demográfica previamente dominante de gamers blancos, de clase media y adolescentes o veinteañeros que jugaban juegos de escritorio era una raza en declive. Cesarían de definir la audiencia y la industria evolucionaría para reflejar las necesidades de un mercado más grande y diverso que incluiría mujeres, personas de color y jugadores que utilizan consolas o dispositivos móviles; en otras palabras, el público etiquetado como “falsos frikis” por parte de los gamers “reales”, varones, blancos y consagrados. Este último grupo, ya sea sincera o insinceramente, tachó el artículo como un amenaza literal por parte de los “guerreros por la justicia social” [SJWs] con el fin de eliminarlos físicamente.
Escribo, en un todo similar, para predecir el fin de los libertarios.
El libertarismo es percibido frecuentemente por el público general, no sin algo de razón, como un movimiento de varones mayoritariamente blancos en sus veinte o treinta, pertenecientes desproporcionadamente a la industria de la tecnología u otros trabajos de cuello blanco, que se ven a sí mismos como víctimas y a todos los que no sean ellos – mujeres, personas LGBT, personas de color – como bárbaros colectivistas por naturaleza.
David Weigel, en su su cubrimiento de la Conferencia de Estudiantes por la Libertad (“Bow Ties and Slam Poetry: This is Libertarianism in 2015” Bloomberg Politics, febrero 17), provee un ejemplo chocante de esto. David cita a Rebecca, una estudiante de la Universidad Estatal Apalache:
Anoche estuvimos en una fiesta y había un tipo con un traje de $ 3.000 hablando de cómo la opresión se traduce en el hecho de que él deba pagar impuestos por su condominio. Bueno, pues yo tengo una cicatriz en la cabeza de cuando un par de palurdos me golpearon con una botella gritando “rarete” mientras pasaban por mi lado en una camioneta. Comencé a discutir y él empezó a decirme que me consiguiera un trabajo. Fue suficiente, me puse de pie y me marché, tras lo cual él dijo “espero que tengamos un presidente republicano para que deshaga de todos esos programas de asistencia social”.
Sin dudarlo espera un presidente republicano que en su lugar conceda más programas de bienestar corporativo para tipos blancos con trajes de 3.000 dólares.
Dejando eso de lado, el tipo se me antoja especialmente molesto basándome en mis propias experiencias recientes. Dos veces el mismo día tuve que bloquear a unos cuñados libertarios blancos y despistados en Tuiter por sus réplicas a mis retuits de personas negras que discutían sobre la verdadera esclavitud. Los tipos secuestraron la conversación sin invitación alguna para hacer comparaciones con los impuestos. De veras. Hablo de gente que discurría sobre trabajo forzado real en los campos, con castigo corporal, violación y separación de familias para ventas en subastas, y esos libertarios se sintieron obligados a contribuir con comentarios tipo “¡oye, hermano, cada 15 de abril entiendo a lo que te refieres!” Dos personas sin relación el mismo día. Y los bloqueé porque, aún después de pedirles muchas veces que pararan y de decirles cuán fuera de tono y contraproductivo era lo que decían, ellos continuaban explicando “por qué era apropiado”.
Y, por favor, nótese que escribo esto siendo alguien que considera el impuesto como una forma de extracción de plusvalía al trabajo. Es una técnica dentro de todo un rango de métodos para extraer plusvalía al trabajo por parte de clases privilegiadas que controlan el Estado, de la mano de tarifas feudales, réditos monopolistas sobre la tierra y la renta, el lucro y la usura, incrementos oligopólicos a los precios de bienes vendidos por carteles industriales, inflación de precios por parte de profesionales sancionados por el Estado, y, sí, la esclavitud catenaria. La esclavitud catenaria es, por mucho, la forma más severa y explotadora de extraer plusvalías al trabajo por la fuerza. Para algunas personas es útil retóricamente comparar todas las diferentes formas de explotación con la esclavitud para hacer analogías. Pero cuando hablas con una persona cuyos ancestros experimentaron la esclavitud real, no la metafórica, no es útil; es una increíble falta de tacto y es ofensivo. Y ya que hablamos de eso, las comparaciones con el holocausto o la violación son algo que merece la pena pensar dos veces antes de abrir la boca. Y si continúas discutiendo con los descendientes de esclavos reales acerca de por qué la esclavitud es una comparación perfectamente legítima, simplemente necesitas CALLARTE.
Pero la razón inmediata por la que escribo este artículo es otro evento de ISFLC y mi respuesta a este. Tres miembros de Estudiantes por la Libertad (SFL por sus siglas en inglés), incluyendo a Mackenzie Holst, Aaron Baca y el camarada del C4SS Cory Massimino redactaron una carta abierta a Ron Paul que le llevaron a comentar sus vínculos con los movimientos paleoconservador y paleolibertario y su tolerancia hacia su racismo, sexismo y homofobia. Holst leyó los pasajes en voz alta durante la ronda de preguntas y respuestas. Estos son algunos fragmentos dignos de resaltar:
Creemos que muchas de las personas con que usted se ha alineado en el pasado y al sol de hoy, son libertarios solo de nombre, y que su verdadera ideología es una más afín a un paleoconservadurismo intolerante y autoritario.
El libertarismo “millenial” o “de segunda ola” no se va a ir a ningún lado, y parece haber diferencias irreconciliables entre estos nuevos libertarios y la vieja guardia, la cual incluye figuras tales como Lew Rockwell, Hans Herman-Hoppe, Walter Block, Gary North y usted. En esta carta quisiéramos resaltar el absoluto absurdo que promueve esta clase de pensamiento, tal y como se deja ver en el tono racista, homofóbico y sexista presente en los escritos de estos pensadores.
En el Mises Circle, Lew Rockwell, el fundador y presidente del instituto Mises, comparó literalmente la vida de las personas en los Estados nación modernos con la esclavitud catenaria. Admitimos que el Estado es una pandilla de ladrones de grandes proporciones. Pero esta analogía es absolutamente ofensiva para personas que han sufrido la esclavitud catenaria real, así como para personas que tienen estándares de vida relativamente buenos en los Estados modernos. Los libertarios pueden exponer los males del Estado sin recurrir a malas metáforas con tufillos obviamente racistas.
Hans Herman-Hoppe, distinguido miembro del instituto Mises, escribió apenas el pasado año que “son sociedades dominadas por varones heterosexuales y, en particular, por los más exitosos entre ellos, las que han producido y acumulado la mayor cantidad de bienes capitales y mayores estándares de vida”. Hoppe ha abogado también por la violencia contra homosexuales y otras personas cuyos estilos de vida no aprueba. “No puede existir tolerancia hacia aquellos que promuevan habitualmente estilos de vida incompatibles con esta meta. Ellos – los defensores de estilos de vida alternativos que no se centran en la familia, como por ejemplo el hedonismo, el parasitismo, la adoración de la naturaleza/medio ambiente, la homosexualidad o el comunismo – tendrán que ser removidos también físicamente de la sociedad si se ha de mantener un orden libertario […]”
Walter Block, miembro emérito del instituto Mises, ha sostenido que “las feministas y los gais no son libertarios.” También acerca del tema de los homosexuales, Block ha escrito “si alguien de 17 es un adulto y desea voluntariamente tener sexo con un hombre adulto homosexual, eso no tiene por qué gustarme. De hecho puede que me repugne.” Si eso no fue lo suficientemente claro, Block ha hecho explícitas sus posturas intolerantes: “soy un conservador cultural. Esto significa que aborrezco la homosexualidad, la bestialidad y el sadomasoquismo, así como el proxenetismo, las drogas y otras conductas degeneradas afines.” Adicionalmente, ha sostenido la idea de que “bajos coeficientes intelectuales en los negros” podrían explicar diferencias de productividad entre negros y blancos. De nuevo, los argumentos hablan por sí mismos.
Gary North, un académico asociado con el instituto Mises, es un cristiano reconstruccionista declarado y partidario de la teocracia bíblica. North aboga por la pena capital por lapidación para mujeres que mientan acerca de su virginidad, blasfemos, impíos, niños que maldigan a sus padres, homosexuales varones y otras personas que cometan actos considerados ofensas capitales en el antiguo testamento. Esta visión ciertamente no representa el libertarismo que conocemos y valoramos.
Deténganse y piénsenlo por un minuto: estas son personas que en serio se autodenominan libertarias – defensores de la libertad humana – y que presumiblemente desean extender estas ideas en la sociedad y atraer nuevos partidarios. El prerrequisito de Hoppe para una “sociedad libertaria”, si deseamos llamarla así, es que la minoría de pater familias ricos y hacendados que se hayan apropiado de toda la tierra en una sociedad rodeen a todas las personas con creencias o estilos de vida con los que no concuerdan y se deshagan de ellas. North añadiría a la lista de sanciones la lapidación. “¡Solo podemos tener una sociedad totalmente libre luego de haber expulsado a todas las personas que hagan cosas que desaprobemos!”
Ellos no favorecen la libertad porque esta promueva el mayor florecimiento y autorealización posibles para los seres humanos. La favorecen porque confiere a patriarcas locales y caudillos en sus mansiones vía libre para dominar a aquellos bajo su puño, sin un Estado desagradable que entre a interferir. Para ellos el “libertarismo” – término que contaminan cada vez que lo enuncian con sus lenguas – es sencillamente una manera de construir el mundo de El cuento de la criada a través de medios contractuales. Y Block, que comparte creencias con repelentes defensores de los derechos de los hombres y “realistas raciales”, está aparentemente preparado para empacar su equipaje y abandonar el libertarismo en favor de algún movimiento neoreaccionario en cualquier momento.
Y aquí quedan por fuera otros prominentes “libertarios” fuera del círculo personal de Ron Paul, como Stefan Molyneux – una caravana circense de un solo payaso en un espectáculo de horror.
Más allá de los abucheos inmediatos de la audiencia, la lectura de la carta desató una ola de réplicas en el movimiento libertario.
Y las réplicas fueron más allá de las denuncias por parte de las mayores figuras en el movimiento libertario. Cori Massimino experimentó acoso considerable en línea, pero Holst sufrió una un acoso desproporcionado hasta el punto de cerrar su cuenta de Tuiter. Como sucede usualmente cuando una mujer cae en desgracia con aspirantes a Dale Gribbles, de inmediato se lanzaron lanza en ristre en su contra para trolearla en redes sociales. Quizá se trataba de GamerGaters que acabaron por error en la convención equivocada y pensaron que era Anita Sarkeesian.
No traigo a colación el paralelo con GamerGate por pura retórica. En serio veo muchos paralelos, en términos de audiencia y actitud hacia el mundo exterior, entre los GamerGaters y las personas más indignadas por la carta a Ron Paul (especialmente lo que trolean a Holst). Los GamerGaters aman pensar en sí mismos como víctimas, y en la subcultura de los Gamers como su último refugio de un mundo hostil de machos alfa, mujeres hipérgamas (es decir, que solo desposan hombres social y financieramente superiores). El feminismo es solamente la cereza del pastel en un juego arreglado cuya meta es asegurar que los machos beta como ellos nunca ganen. De modo que, cuando críticas culturales como Zoe Quinn y Anita Sarkeesian señalan los lugares comunes sexistas o misóginos en juegos de video o advierten que el mercado incluye otras personas fuera de jugadores blancos de escritorio, una gran parte de los gamers ve esto como una intromisión en sus casas del árbol por parte de niñas piojosas. “¡Mis juegos, buaaa, buaaa! ¡Los SJW arruinaron mis preciosos videojuegos, buaaa, buaaa!”
Cierta clase de libertarios, representados desproporcionadamente en el movimiento convencional, adoptan una postura similar cuando se trata de mujeres, personas queer y personas de color que invaden sus fuertes e intentan presentar sus inquietudes sobre justicia social. Estas personas están habituadas a ver el libertarismo como el refugio final para varones racionales blancos de clase media como ellos, donde pueden ocultarse en las catacumbas y leerse Isaiah’s Job los unos a los otros mientras el mundo exterior se desquicia bajo el maremágnum de minorías raciales estatistas y madres dependientes de asistencia social que exigen limosnas del gobierno. Y he aquí una chica que tiene la osadía de aparecerse en la casa del árbol y sugerir que problemáticas como el racismo, el sexismo y la homofobia (o cualquier otra cosa que no sea Bitcoin, el vapeo, Uber y el impuesto a las ganancias netas) deberían ser tomadas en cuenta por los libertarios.
En ambos casos, la reacción es de indignación, bajo la forma de troleo, abuso, insultos y amenazas, de cara a la afrenta propinada a su sentido de la pretensión.
Un movimiento libertario con esta audiencia demográfica en su núcleo está condenado a la extinción. La razón es que estas personas, en su mayoría, no están interesadas en ganarse los corazones y las mentes del público general. No están interesados en reconocer como legítimas las inquietudes de la gente pobre y trabajadora, de las mujeres, personas LGBT o de las personas de color de manera significativa. Están interesados en ser superiores, en ser el último remanso para personas racionales que no han hincado la rodilla ante el Baal colectivista.
Están interesados en convencerse a sí mismos de que, contrario a lo que dictan las percepciones sensoriales, los tipos blancos con trajes de $ 3.000, los banqueros inversionistas y los capitalistas inversionistas son las verdaderas víctimas del Estado, y de que las madres negras que reciben asistencia social son sus mayores beneficiarias.
Francamente, estoy hasta la coronilla de que el alcance de los libertarios se vea saboteado por la necesidad de hacer apología a gente como esta. Estoy hasta la coronilla de intentar desafiar la percepción de libertarismo como movimiento de veinteañeros blancos de clase media pretenciosos que piensan que “las grandes empresas son la última minoría oprimida” y que el mundo se va al infierno por causa de las mujeres y las minorías raciales, para luego ir a Mises.org, a donde Lew Rockwell, al instituto Cato y Reason y ver un sinfín de gente diciendo precisamente esas cosas.
La versión de libertarismo predicada por estas personas está muriendo porque es la ideología de una audiencia demográfica que está muriendo (con toda razón). Que les permitamos mandar al trasto el movimiento entero o nos mostremos relevantes para un mundo amplio más allá de un pequeño grupo privilegiado depende de nosotros. Cierro con una cita de Leigh Alexander (“‘Gamers’ don’t have to be your audience. ‘Gamers’ are over,” Gamasutra, agosto 28, 2014)
Esos hablamierda obtusos, lloricas hiperconsumistas, camorreros de internet infantiles, no son mi audiencia. Tampoco tiene que ser la de ustedes. No hay un “bando” para tomar, no hay “debate” para entablar.
Existe lo que pasó y existe el ahora. Existe el papel que escojas asumir en lo que ha de venir.
Artículo original publicado el 19 de febrero de 2015 por Kevin Carson
Traducción de inglés original por Mario Alejandro Murillo