En un video producido por la Future of Freedom Foundation (The Libertarian Angle: Do Libertarians Really Hate the Poor?), Jacob Hornberger y Richard Ebeling pretenden presentar evidentemente una réplica aplastante e irrefragable al estereotipo de la izquierda de los libertarios de derecha como «republicanos que fuman mota» y que odian a los pobres. Tristemente, no hace sino reafirmar el estereotipo. Se trata exactamente de lo que se han habituado a esperar – desafortunadamente — de él los críticos de izquierda del libertarismo. Se trata de la clase de argumento genérico tipo «los libertarios quieren ayudar a los pobres» que cualquier parodista de The Onion podría satirizar sin esfuerzo – y probablemente ya lo han hecho.
Cada uno de los puntos de su discusión se relaciona con el mismo tema general: hacer más ricos a los ricos o apoderarlos para que socorran a los pobres. Desde luego, reconocen con un guiño la existencia de algún «corporativismo» en la Edad de oro, pero lo tratan luego como un fenómeno marginal en un sistema que era mayormente laissez-faire. Efectivamente, los rasgos característicos que dieron forma a la Edad de oro laissez-faire fueron 1) la ausencia de programas de bienestar para los pobres (la infortunada excepción eran las pensiones de la guerra civil) y 2) la habilidad de los superricos para acumular montos ilimitados de riqueza.
En una cansina repetición de la retórica republicana de los «creadores de empleos», Ebeling y Hornberger sostienen que la mejor manera de ayudar al pobre es fomentar el amasamiento de enormes pilas de capital por parte de los ricos para que puedan darse el lujo de contratar a mucha gente pobre. Y si los ricos se hicieran más ricos aun, ¡podrían también llegar a dar dinero para la caridad! Un ejemplo deslumbrante de cómo el «libre mercado» socorrió a los pobres en la Edad de oro – no bromeo – era el que algunos plutócratas donaran dinero para construir iglesias gigantes donde los pobres pudiesen «adorar a Dios a su manera.»
El mismo tema se repite – una y otra vez – ad nauseam hasta el final de esta entrevista. Los intereses de las empresas y los ricos son los motores del progreso y la prosperidad económica. Si deseas ayudar a los pobres, deja que los ricos acumulen suficiente capital para crear empleos y donar a la caridad. ¡Que se les otorgue a los capitalistas la habilidad de crear plenitud de empleo permitiéndoles pagar a los trabajadores tan poco como valga su trabajo! Hornberger y Ebeling se concentran íntegramente en todas las formas en que el Estado intervencionista ayuda ostensiblemente a los pobres al redistribuir le renta hacia abajo bajo la forma de programas de bienestar, salarios mínimos y cosas afines, y en las consecuencias no deliberadas que en realidad lastiman a los pobres.
El anarquista individualista Benjamin Tucker dijo en una ocasión de Herbert Spencer que «entre sus multitudinarias ilustraciones […] de los males de la legislación, cita en cada instancia algún proyecto de ley para proteger, al menos aparentemente, a los trabajadores, aliviar el sufrimiento o promover el bienestar de las personas.» Cuanto más cambian las cosas …. Totalmente ausente en esta discusión está la forma primaria y de abajo arriba de distribución de ingresos de los pobres a los ricos, mediante intervenciones estructurales para reducir el poder de negociación del trabajador e incrementar el monopolio de réditos de la propiedad acumulada – redistribución que eclipsa por mucho las formas de redistribución compensativa hacia abajo del Estado de bienestar. Ausentes están también las maneras en que el Estado se ha aliado estructuralmente con el capital – no solamente un guiño al «capitalismo de amigotes» y al «corporativismo» — desde los orígenes del capitalismo hace quinientos o seiscientos años.
Durante el evento entero, estuve a la espera de que uno de ellos repitiera la fábula gastada de George Frederick Baer: «los derechos e intereses del hombre trabajador serán protegidos y cuidados […] por el hombre cristiano hacendado a quien Dios en su infinita sabiduría ha conferido el control de los intereses de propiedad del país.» No logro ver cómo este video difiere significativamente de cualquier variedad del filme de propaganda de la posguerra «Las maravillas de nuestro sistema de libre empresa» lanzado por la Asociación Nacional de Manufactureros. No hay nada aquí que condujere a un crítico izquierdista del libertarismo a decir otra cosa que no sea «Sí, tal cual lo que me esperaba.»
Es esta clase de reflexiones apologistas con los intereses de las empresas y los ricos de parte de la derecha libertaria que hizo que los libertarios de izquierda surgieran en primer lugar.
Actualización: gracias a la Future of Freedom Foundation por proveer una transcripción que confirma mi caracterización de la discusión. Estoy totalmente de acuerdo con Jacob Hornberger: ¡lean la transcripción, luego lean mi artículo y juzguen ustedes mismos! Aquí hay un abreboca:
Así pues, ahí tienes, Richard, una sociedad sin impuesto sobre la renta, ningún Estado de bienestar. Quiero decir, sí había concesiones de tierras para los ferrocarriles, pero no había seguridad social, no había Medicare o Medicaid, ningún subsidio educativo. Creo que el único programa de bienestar real eran las pensiones para veteranos de la guerra civil. He ahí una sociedad en que el gobierno no cuidaba de nadie […].
No solo eso, sino que cuando la gente era libre para acumular cantidades ilimitadas de riqueza, utilizaban esa riqueza para dar asistencia a los pobres. Mírese las grandes iglesias que se construyeron en EE.UU a finales del siglo XIX. Todo eso se construyó con dinero privado. Ahora bien, no hay manera en que una persona pobre o un grupo de personas pobres construyeran esas iglesias. Aun así, los pobres podían entrar a estas bellas edificaciones, adorar a Dios a su manera; eso se logró por medio de la largueza de personas que eran libres para acumular riqueza. Así pues, existe un enorme efecto de salpique cuando la gente es libre para cumular riqueza.
Artículo original publicado el 7 de diciembre de 2015 por Kevin Carson
Traducción del inglés por Mario Murillo