En el artículo de portada del número de este mes de Harper’s Magazine, el autor Dan Baum rememora una conversación con el antiguo consejero en asuntos domésticos para Nixon y coconspirador convicto por Watergate John Ehrlichman. Baum sostiene que en 1994 Ehrlichman le dijo que la administración Nixon inició la guerra contra las drogas como ataque a manifestantes negros y antibelicistas.
Baum cita a Ehrlichman: La campaña de Nixon en 1968 y la Casa blanca de Nixon después de eso tuvieron dos enemigos: la izquierda antibelicista y la gente negra […] Sabíamos que no podíamos volver ilegal oponerse a la guerra o ser negro, pero al hacer que el público asociara a los hippies con la marihuana y a los negros con la heroína, para luego criminalizarlos estrictamente, podríamos irrumpir en esas comunidades.
Ehrlichman mencionó específicamente que, abrigados con semejantes políticas «podíamos arrestar a sus líderes, allanar sus hogares, disolver sus reuniones y vilipendiarlos noche tras noche en las noticias vespertinas.» Ehrlichman podía estar refiriéndose a las redadas sin aviso previo cobijadas por la ley comprensiva de prevención y control del abuso de drogas de 1970, la cual permitía a las fuerzas de la ley llevar a cabo búsquedas en hogares sin anunciarse. Como comentario aparte acerca de otro exvocero de Nixon, Roger Ailes continúa demonizando a los negros y a los jóvenes «noche tras noche» en su cadena Fox News.
Tres consejeros más de Nixon han negado que Ehrlichman hubiese dicho semejantes cosas y, en su lugar, han sugerido que Baum malinterpretó el empleo del sarcasmo de Ehrlichman. Aún si sus alegatos son correctos, el punto principal de Baum, que la administración Nixon llevó a cabo políticas que alentaban búsquedas intrusivas, arrestos y estigmatización de sus oponentes políticos, sigue vigente. Las listas de enemigos de Nixon, sus cintas ocultas y otros «trucos sucios» están bien documentados. Semejantes trucos incluyen tácticas de contrainteligencia, las cuales involucraban a agentes federales que se infiltraban en grupos antibelicistas y de poder negro, creando animadversión y volviendo a los líderes adictos a las drogas. Con este trasfondo, es difícil creer que la guerra contra las drogas no estuviese motivada políticamente.
Dejando de lado los motivos, la consecuencia real de estas políticas ha sido trastornar y perjudicar gravemente a las personas negras y jóvenes, tal y como, según Baum, sugería Ehrlichman. Tristemente, la tendencia general para los presidentes subsecuentes ha sido hacia la continuación de la guerra contra las drogas, hasta el punto que se ha convertido ahora en un clásico ejemplo de una política fallida, como la prohibición de alcohol durante los años 20. La prohibición de drogas ha creado carteles de droga violentos, violencia de pandillas, una población carcelaria masiva y millones en dinero de los contribuyentes malgastado, sin mencionar las riquezas que generaría el comercio legal de drogas.
Un mejor enfoque sería dejar de castigar a la gente por así llamados «crímenes» que de ninguna manera dañan a persona alguna. Deberíamos tener la libertad plena de usar nuestros cuerpos como nos plazca, siempre y cuando no lastimemos a otros en el proceso. Tras cincuenta años, deberíamos dejar de practicar políticas nixonianas, con todo su legado de deshonestidad, racismo y violencia. No necesitamos tampoco políticos puritanos y guardianes de la moral autoritarios que nos digan cómo vivir nuestras vidas. Países como Portugal se han beneficiado de acabar con la guerra contra las drogas, mientras que algunos estados dentro de EE.UU se están alejando de la prohibición de marihuana. La despenalización de más drogas seguirá inevitablemente. Hagamos que el fin de la prohibición llegue más temprano que tarde. No se trata de una guerra contra las drogas; es una guerra contra la libertad.
Artículo original publicado por James C. Wilson el 17 de abril de 2016
Traducción del inglés por Mario Murillo