El reciente llamado del presidente electo Donald Trump a prisión de un año o pérdida de ciudadanía para aquellos que quemen la bandera estadounidense – incidentalmente, esto fue un revés a su apoyo previo para quienes quemaban banderas hace dos años – me plantea ciertas preguntas. Específicamente cuatro preguntas: dos para los partidarios conservadores de Trump y dos para sus críticos liberales.
Mi primera pregunta para los conservadores partidarios de Trump es esta: creo recordar que en el pasado escuché a no pocos de ustedes (aunque admito que no lo escuché de Trump) hablando con vehemencia a favor de la libertad de expresión cuando se trataba de las leyes que criminalizaban el discurso o los escritos que «irrespetaban» el islam o al profeta Mohamed en países musulmanes. ¿Cómo es que los argumentos que presentaron entonces no aplican a la propuesta de Trump ahora?
Segundo, recuerdo también que solían hablar bastante sobre el deber del gobierno de proteger los derechos de propiedad privada de la gente (aunque hay que admitir que el parangón de la extinción de dominio que es Donald Trump tampoco estaba de su parte en ese asunto). Bien, pues si yo compro una bandera estadounidense con mi dinero ganado honestamente o hago una con mi propia tela e hilo, pareciera que se tratara de mi propiedad, el producto de mi trabajo, y no veo por qué no habría de tener el derecho de quemar mi propia propiedad si lo hago sin poner en riesgo a nadie más. Si el gobierno decide que es él, y no yo, el que puede decidir lo que hago con mi bandera, es decir, que es él el verdadero propietario de la bandera que yo hice o compré, ¿no suena eso más a comunismo que al libre mercado?
A lo que sigue: tengo un par de preguntas para los liberales que han estado criticando la propuesta de Trump por su dureza hacia quienes quemen banderas. Primero: es estupendo que le canten las cuarenta a Trump por su desdén hacia la libertad de expresión; pero ¿cuántos de ustedes se rasgaron las vestiduras hace cerca de una década cuando Hillary Clinton dio su apoyo a la ley de protección de la bandera de 2005, la cual abogaba por un año de prisión para quienes quemaran banderas?
Finalmente, una pregunta especialmente diseñada para aquellos críticos liberales que dicen estar a favor del derecho a quemar la bandera pero que están en desacuerdo con el mensaje de quien la quema. ¿Qué, exactamente, es lo que está tan mal con el mensaje?
Aún si la bandera fuera legítimamente un símbolo de libertad, una prohibición a la quema de banderas sería una extraña manera de honrar la bandera – sacrificar la realidad de la libertad por un mero símbolo. ¿Pero representa la bandera realmente la libertad?
Está empezando a ganar más amplia aceptación la idea de que la bandera confederada, sin importar cuán reverenciada sea por sus defensores como icono de la liberad, está inextricablemente asociada con la causa de la esclavitud y la supremacía blanca. ¿Pero cómo puede ser la bandera estadounidense – el símbolo del gobierno federal – un ápice más defendible?
La bandera confederada se erigió en tiempos de esclavitud por cinco años. La bandera estadounidense se ondeó en tiempos de esclavitud por casi un siglo, y luego en tiempos de Jimm Crow y otras restricciones afines a la esclavitud similares por otro siglo. (Y el gobierno federal no movió un dedo contra Jim Crow hasta que el movimiento de los derechos civiles se había fortalecido lo suficiente para ser más bien cooptado que ignorado.) Y aún hoy en día la bandera estadounidense se ondea sobre un país donde es desproporcionadamente más probable que los negros sean encarcelados o asesinados por agentes estatales.
La misma bandera se ondeó durante la masacre de indígenas estadounidenses, el secuestro de sus hijos y el hurto de su tierra. Y dicho hurto continúa hoy, por ejemplo, en el caso del oleoducto de Dakota. Esa misma bandera ondea ahora también sobre tierra donde el Estado registra nuestras llamadas, nos dice cómo podemos y no podemos medicarnos y mantiene un régimen de privilegios que acicatea a la élite corporativa amiguista a expensas de todo el mundo.
Que quede claro que los estadounidenses disfrutan una mayor cantidad de libertad que los ciudadanos en muchos otros países, y es este hecho el que lleva a muchos a ver la bandera estadounidense como un símbolo de libertad. Pero gozar de esta libertad fue algo que costó mucho trabajo, principalmente, por parte de movimientos comunitarios que prevalecieron eventualmente en contra de la resistencia gubernamental. Honrar la bandera, el símbolo del gobierno federal, no celebra nuestra libertad, celebra la autoridad central en contra de la cual fueron conquistadas heroicamente estas libertades.
Alrededor del mundo asimismo tropas que portaban la bandera estadounidense han erigido dictadores y bombardeado poblaciones civiles, desde Asia, pasando por Centroamérica, hasta Oriente medio. Las bombas de EE.UU han matado a docenas de civiles en meses pasados solo en Yemen. ¿Es acaso de sorprender que millones de personas alrededor del mundo vean la bandera estadounidense con temor, no como símbolo de libertad sino más bien como un preludio al terror y la muerte? De cara a esta realidad, la insistencia defensiva de que la bandera «realmente» significa algo más se torna tan huera como el eslogan «Herencia, no odio» de parte de los neoconfederados.
Como nación, hemos comenzado a renunciar a nuestra adoración miope hacia la bandera confederada. Ya empieza a ser hora de que a la adoración por la bandera estadounidense la acompañe hacia un olvido igualmente merecido.
Artículo original publicado por Roderick Long el 15 de diciembre de 2016
Traducción del inglés por Mario Murillo