Apoyar el control de armas significa darle al gobierno más crédito del que merece. El gobierno es una institución manejada y compuesta por un equipo de trabajo con sus propios intereses y personalidades. ¿Son realmente más listos, más competentes o menos propensos a escaladas de violencia que la persona promedio?
Si acaso, los intereses e incentivos institucionales se combinan con la dificultad de hacer responsables a los actores gubernamentales para hacerlos al final más peligrosos. Las leyes que implementan hacen de ellos una amenaza mayor para la seguridad del pueblo. Los trabajadores gubernamentales con armas de asalto irrumpen en los hogares de las personas si sospechan que están en posesión de medicina sin aprobación, no han pagado al banco o si resulta que viven en la dirección equivocada. Si esos trabajadores gubernamentales se sienten amenazados durante su subidón de adrenalina, son susceptibles de acabar disparando a los aterrorizados residentes y a sus mascotas – y salirse con la suya. Para nada me sentiría más a salvo sabiendo que estas son las únicas personas que pueden comprar legalmente tambores con 30 balas.
Diseminar las herramientas de defensa personal entre individuos pacíficos y comunidades consintientes vuelve la vida más segura pues reduce el poder (y de hecho la presunta necesidad) de protectores oficiales militarizados.
Desde luego, no todo el mundo entra en la media, la violencia armada cometida por ciudadanos particulares es aterrorizante. Pero la prevalencia de la violencia es a menudo señal de un desbalance de poder, usualmente implementado por el gobierno.
A menudo, pero no siempre, los tiroteos masivos tienen lugar en instituciones con jerarquías rígidas donde un individuo que el sistema vuelve impotente ve la violencia agresiva como una forma de empoderamiento por medio de la conquista. Semejantes motivaciones pueden limitarse mediante el empoderamiento personal generalizado basado en el respeto por la autonomía y el cultivo de la responsabilidad más que de la obediencia.
Cierto, no todo tiroteo masivo se adapta a este patrón, e infortunadamente es dudoso que alguna sociedad pueda prevenir del todo el crimen. Pero es posible reducir el número de víctimas. La mejor manera de hacerlo es reducir la enajenación institucional y alentar a la gente en la comunidad a tomar responsabilidad por su defensa en lugar de clamar por los oficiales de gobierno y esperar su ayuda. Poseer armas poderosas con grandes tambores puede ayudarlos a lograr esto. Después de todo, los departamentos de policía invocan los escenarios con tiradores activos para explicar por qué necesitan la clase de armamento que ataca la legislación contra las armas de asalto.
La mayor parte de la violencia cometida por ciudadanos particulares ocurre en áreas que sufren de discriminación institucionalizada. La segregación económica extraoficial conduce a que algunas áreas acaben con las peores escuelas, las fuerzas policiales más hostiles, los niveles de inversión más bajos y la carga más alta en cuanto a peligros ambientales. Estos son lugares donde viven grupos raciales minoritarios hacia los que se orienta la intolerancia de los poderosos. Las Panteras negras reconocían estos; su despliegue de armas hasta los dientes era parte de su programa de mejoramiento y empoderamiento de sus comunidades.
Hoy en día, la política de gobierno – implementada por gente a la que los defensores del control de armas confían armas de asalto – convierte los barrios en escenarios de la guerra contra las drogas mientras la política local intenta aislar el problema en distritos escolares particulares. La juventud se ve perseguida y un porcentaje obsceno de adultos son encarcelados, sofocando así el potencial para un desarrollo comunitario abierto y pacífico.
Las Panteras negras originales no eran perfectas, pero siguen siendo de utilidad pedagógica. Se puede decir con certeza que lograron atraer la atención del público. Los rebeldes ubicados al fondo de cada desequilibro en la balanza de poder pueden aprender probablemente lecciones válidas de su experiencia.
Mientras logramos hacer más compasiva a la sociedad – lo cual no puede hacerse sin cultivar el respeto por la libertad y la autonomía – deberíamos respetar los derechos a las armas de todos los individuos responsables. Es asombroso que alguien de 18 años pueda votar y servir en el ejército, pero no pueda comprar legalmente una pistola para su propia defensa, especialmente siendo que otrora era común entre estudiantes rurales llevar sus armas a la escuela y dejarlas en la oficina del director para poder ir a cazar antes o después de la escuela. Si se ven las armas como algo familiar, aunque peligroso, en lugar de como fuentes misteriosas de poder prohibido, es probable que se las maneje con mayor responsabilidad.
La alternativa a encaminarnos hacia la libertad es hacer más semejante la sociedad a una prisión, con guardias paramilitares fuertemente armadas mientras que aquellos que se consideran como «idos» son sometidos a inquisiciones a la «salud mental». El camino hacia una mayor responsabilidad, rendición de cuentas y compasión es también el camino en busca de la libertad.
Artículo original publicado el 18 de enero de 2013 por Darian Worden
Traducción del inglés por Mario Murillo