Mi colega de BHL (Bleeding Heart Libertarians) Chris Freiman tiene tres preguntas para los libertarios de izquierda en lo concerniente a cómo reconciliamos nuestro «compromiso con la democracia en el lugar de trabajo» con los «demás compromisos que los libertarios están inclinados a tener.» Aquí sugiero algunas respuestas.
¿Es cierto que la democracia en el lugar de trabajo elimina a los jefes?
La mayoría de libertarios, apunta Chris, «negarían que conferir un voto a todos los ciudadanos en una democracia política signifique ser su propio jefe de un modo significativo.» Así que, en una democracia en el lugar de trabajo, así como en una democracia política, ¿no es acaso verdad que «es improbable que el voto propio sea decisivo, lo que significa que se ejerce poco o ningún control real,» y en su lugar se ha «cambiado un jefe por mil jefes»?
Primero: los libertarios de izquierda piensan que la libertad económica resultará en un mercado laboral mucho más competitivo. Una dimensión de esto se traducirá en mayor competencia entre diferentes estructuras laborales, de suerte que los empleadores tradicionales, jerárquicos y basados en salarios encararán más competencia de parte de las cooperativas de trabajadores por una parte y de propietarios individuales por otra. Pero otra dimensión será la mayor competencia entre estructuras laborales del mismo tipo. Así, las cooperativas de trabajadores, por ejemplo, enfrentarán mayor competencia de parte de otras cooperativas de trabajadores. Así como los empleadores tradicionales tienen que tratar mejor a los trabajadores cuando hay muchos otros empleadores tradicionales compitiendo por esos trabajadores, de la misma manera las cooperativas tendrán que hacer lo propio cuando se las vean con una fuerte competencia de parte de otras cooperativas. Así pues, en la clase de mercado competitivo que esperaríamos como resultado de la abolición del actual sistema de privilegios estatales, será muy difícil que las cooperativas mantengan la clase de microgestión y control chinchorrero sobre sus miembros que inquieta a Chris.
Efectivamente, el ideal de muchos libertarios de izquierda es que la situación de los trabajadores se torne más similar a la de los contratistas independientes. Como lo señaló el pionero agorista Samuel E. Konkin III, «los contratos independientes bajan los costos de transacción […] relativos a las relaciones jefe/trabajador que van desde el trabajo casual con papeleo y registros tediosos hasta bienestar obrero a gran escala tipo Krupp.» Y la transformación de trabajo salariado en algo que se aproxime a un estatus de contratista independiente es el resultado natural de un mercado laboral más competitivo, a medida que la disponibilidad de otras oportunidades de empleo elevan el costo de la microgestión tanto para cooperativas como para empleadores tradicionales.
Segundo: la referencia a los «miles de trabajadores» sugiere que Chris está contemplando la democracia laboral como algo que aplica típicamente a grandes firmas con miles de trabajadores. Concuerdo en que, en semejantes firmas, la influencia de cualquier voto individual será probablemente insignificante; pero esa es precisamente la razón por la cual aquellos que desean ejercer más control en su situación diaria tenderán a preferir trabajar más para cooperativas pequeñas que para las grandes.
Chris anticipa esta respuesta y sostiene, a modo de réplica, que las cooperativas «no pueden volverse demasiado pequeñas si quieren tener una ventaja de economías de escala.»
Ahora bien, debo decir que preguntarle a un libertario de izquierda ¿y qué hay de las economías de escala?, es como preguntarle a Catón el viejo ¿cómo es que nunca dices nada acerca de qué se debería hacer con Cartago? Después de todo, una de las posturas por las que más se nos conoce a los libertarios de izquierda es nuestra afirmación de que, en un mercado libre, las economías de escala tenderían a ser sobrepasadas por desesconomías de escala en un punto bastante bajo, y de que las enormes firmas que prosperan en nuestra economía presente se tornan posibles, las más de las veces, solamente gracias a la intervención estatal sistemática que las espolea al socializar los costos generados por deseconomías de escala al tiempo que permiten que esas firmas se enbolsillen los beneficios generados por economías de escala. (Para más detalles, véase el libro de Kevin Carson Organization Theory: A Libertarian Perspective, disponible impreso o como descarga gratuita)
Tercero: uno de los aspectos más frustrantes del trabajo salariado ordinario es la medida en que los comandos de los jefes no están al corriente de lo que realmente sucede en el área de producción; este es un problema de conocimiento hayekiano que aqueja predeciblemente a las organizaciones grandes y burocráticas. (De nuevo, véase esta sección del libro de Kevin Carson). Consecuentemente, a menudo la única cosa que mantiene las utilidades en una firma es el hecho de que los trabajadores desacaten las instrucciones de sus jefes.
Una vez enseñé en una Universidad (no diré en cuál; he enseñado en cinco) donde la administración, tras leer en algún lado que nadie puede recordar más de tres ítems en una conferencia, ordenó que a futuro ninguna conferencia contuviera más de tres ítems. Seguir esta regla, desde luego, habría hecho imposible llevar a cabo sus labores a los miembros de la facultad, esto es, abordar en un semestre el material que, se supone, sus clases deben abarcar. Sospecho que este requerimiento conflictuaba también con la libertad académica contractualmente sancionada, mas, en cualquier caso, el problema se solucionó por el hecho de que la mayoría de profesores sencillamente lo ignoraron. (La regla, en esencia, no podía imponerse, pues ¿quién decide qué cuenta como un «ítem»?)
En palabras de un viejo panfleto anarcosindicalista:
Toda industria está cubierta de una masa de reglas, regulaciones y prácticas laborales acordadas, muchas de ellas arcaicas. De ser aplicadas estrictamente, harían la producción difícil si no es que imposible. […] Si las órdenes de los directivos fueran obedecidas completamente, ello resultaría en confusión y disminuirían la producción y la moral. A fin de lograr las metas de la organización, los trabajadores deben a menudo violar órdenes, recurrir a sus propias técnicas para hacer las cosas y desatender los conductos de autoridad. Sin esta clase de sabotaje sistemático mucho trabajo no podría hacerse.
Efectivamente, esa es la razón por la cual seguir todas las reglas e instrucciones se considera una forma de resistencia laboral – ¡una «huelga de celo en regla»!
Una de las grandes ventajas de la democracia laboral es que los trabajadores realmente saben lo que los trabajadores hacen todo el día, aliviando así en gran medida los problemas familiares de flujo de información en las jerarquías. Y, por supuesto, una regla que debe ser obedecida por la gente que la crea, como en una cooperativa de trabajadores, será probablemente menos odiosa, tanto por razones de información como de incentivos, que una regla hecha por un grupo para otro grupo, como en las firmas tradicionales.
Permítaseme dar un ejemplo concreto de estos varios puntos. Como la mayoría de mis colegas de BHL, yo trabajo en una industria (academia universitaria) que combina los jefes (la administración) con algunos aspectos del control obrero (la facultad). Ambos grupos generan regularmente edictos completamente dementes, pero en modos interesantemente diferentes. La demencia de las demandas administrativas tiende a reflejar cuán fuera de sintonía y desinteresados están los administradores en lo que nuestro trabajo como facultad realmente entraña. (De aquí la regla previamente mencionada de los tres ítems por conferencia). La demencia de las demandas de los colegas de la facultad rara vez toma esa forma, pero está, más bien, motivada ideológicamente. Cuál es peor es algo que depende de cada situación. Puedo entender sin duda la preocupación académica de que la democracia laboral, en este caso, lleve a que el gobierno de facultad se extenda a todas las áreas que ahora cubre el gobierno administrativo. Si esto sería mejor o peor que el status quo, seguramente no sería mucho mejor. Pero en un mercado liberado, nuestras expectativas acerca de cómo deberían verse las universidades no es tanto «lo mismo que son ahora, solamente que con mayor gobernanza de la facultad.»
Gracias a las regulaciones gubernamentales, la educación superior es una de las industrias más cartelizadas que existen. Las leyes de acreditación hacen que sea extremadamente difícil empezar una universidad o dirigir una en formas no estandarizadas; y esta escasez artificial, junto con los incentivos perversos de la financiación gubernamental, alza por los cielos los precios de matrícula (situación de la que la que se benefician desproporcionadamente los administradores a expensas de la facultad y los estudiantes; más información aquí y aquí). En un mercado liberado, los trabajos que requieren estudios de educación superior (ya sea mediante una estructura universitaria tradicional o algo más) serían mucho más abundante hasta el punto de constituir un control saludable a la irracionalidad del gobierno de facultad.
¿Qué hay de la ignorancia racional?
Chris se pregunta asimismo por qué las críticas libertarias a la democracia política que apelan a la ignorancia racional no casan con la democracia laboral también. (Chris llama «democracia económica» a la democracia laboral, pero esa frase parece tener un significado más bien diferente.) «Si el voto que emito,» señala Chris, «será probablemente irrelevante, entonces tengo pocos incentivos para hacer que cuente.» Dado que la ignorancia racional de parte de los votantes es «una explicación estándar de la paupérrima calidad de gobernanza política,» ¿por qué no enfrentaría la democracia en el lugar de trabajo el mismo problema?
Pues bien, hay varias diferencias importantes entre la democracia laboral y la democracia política. Una de ellas es que, dadas las predicciones de los libertarios de izquierda acerca del tamaño promedio de una firma en un mercado liberado, el número de votantes por firma tenderá a ser pequeño, lo cual significa que cada voto individual contaría más. Adicionalmente, en una firma pequeña, los trabajadores pueden influenciar el resultado final no solamente por medio de la votación, sino también intentando persuadir a sus compañeros votantes a través de la discusión.
No solo es más fuerte el poder de la voz individual en la democracia laboral que en la democracia política, sino que además lo es el poder de salida. La única manera de salir de una democracia política, de ordinario, es mudarse a una región geográfica diferente (y si la democracia política propia es la de EE.UU, ni siquiera eso basta). Si mudarme a Dinamarca resultare ser costoso al punto de ser prohibitivo, no tendría mucho inventivo para investigar las diferencias entre las leyes danesas y las estadounidenses. Pero salir de una democracia en el lugar de trabajo puede hacerse sencillamente cambiando de trabajo; dados los bajos costos, tengo más incentivos para informarme bien acerca de las ventajas y desventajas de las políticas de diferentes compañías.
Más aún, mucha de la información que necesitan los participantes en una democracia laboral es información con la que ya cuentan por el hecho de trabajar allí, así que la cuestión de cuánto incentivo se tiene para adquirir la información es baladí. Me refiero, por ejemplo, al conocimiento local hayekiano acerca del proceso de producción – conocimiento que a menudo se transmite mediocremente de abajo arriba en la cadena de comando.
¿Están permitidos los actos capitalistas entre adultos que dan su consentimiento?
Por «actos capitalistas,» Chris, siguiendo la cita de Nozick, se refiere presumiblemente a actos de intercambio en el mercado. (Desde luego esto no es a lo que se refieren los libertarios de izquierda cuando hablan de «actos capitalistas.») Así pues, él pregunta: «supóngase que un trabajador con aversión al riesgo quiera vender sus acciones a un segundo trabajador a cambio de un salario estable. ¿Se permitiría esta transacción?»
¿Permitida por quién? Si los miembros de una cooperativa de trabajadores quieren arreglar las cosas de tal modo que las acciones en la cooperativa sean transferibles o si desean arreglas las cosas de tal modo que las acciones no sean transferibles, ambos son contratos privados permisibles – como lo es un contrato tradicional de empleo convenido, por lo menos cuando tiene lugar en un escenario sin privilegio estatal. Los Libertarios de izquierda no están interesados en interferir con los detalles de contratos privados (aunque muchos de nosotros insistiríamos, por razones libertarias familiares, en que la implementación de contratos por prestación de servicios se diera por daños más que por aplicaciones específicas). Puede que consideremos preferibles algunas estructuras laborales a otras, pero consideramos que una combinación pacífica de a) persuasión moral y b) permitir que los incentivos económicos funcionen, es la mejor estrategia para implementar esta preferencia.
A lo que los libertarios de izquierda se oponen no es al trabajo salariado per se, sino al sistema de salarios – un sistema donde, gracias a la monopolización de los instrumentos de producción permitida por el estado (así como el uso de esos instrumentos) para las clases dominantes, la clase trabajadora no tiene opción más que trabajar por salarios para otros. En un mercado liberado, no cabe duda de que muchos trabajadores aún preferirían el trabajo salariado – pero no estarían forzados a hacerlo, dado que las alternativas rivales como las cooperativas de trabajadores y el empleo autónomo no se mantendrían artificialmente escasos (y la abundancia de semejantes alternativas rivales haría también que el trabajo salariado como existió fuere mucho más desagradable).
Ah, repone Chris, pero si permitimos que los trabajadores opten por abandonar la democracia laboral tal y cómo se describió, entonces «hay razones para pensar que las jerarquías se erigirían espontáneamente desde una condición inicial de igualdad obrera.» (Esto es lo que los marxistas parecen pensar también.)
Bien, morderé el anzuelo: ¿por qué razón? Chris dice que hay una, mas no dice cuál es – a menos de que se trate de la aversión al «riesgo» que mencionó antes. Pero hay otros métodos para reducir los riesgos además del trabajo salariado – el aseguramiento por apoyo mutuo, por ejemplo, que prosperó hasta que el estado lo suprimió.
Los libertarios de izquierda sostienen que los lugares de trabajo jerárquicos son desagradables e ineficientes; de allí que, si bien algunos existirían en un mercado liberado, es improbable que predominen. El hecho de que los trabajadores serían libres de laborar en trabajos jerárquicos si así lo escogieran no es razón para pensar que la mayoría lo haría.
Artículo publicado el 3 de mayo de 2016 por Roderick Long
Traducción del inglés por Mario Murillo