«La libre competencia no es libre porque los medios de competir, las cosas necesarias para la competencia, me faltan. Contra mi persona, nada se tiene que objetar; pero como yo no tengo la cosa, preciso es que mi persona renuncie. ¿Y quién está en posesión de los medios, quién tiene esas cosas necesarias? ¿Es quizá tal o cual fabricante? ¡No; porque en ese caso, yo podría apropiármelas! El único propietario es el Estado; el fabricante no es propietario; lo que posee no lo tiene más que a titulo de concesión, de deposito.»
– Max Stirner
El egoísmo tiene una larga historia entre los anarquistas ilegalistas. Estos ilegalistas rechazaban los ideales moralistas de sus camaradas, quienes sostenían que tomar la propiedad de la clase capitalista era un acto de reclamación: uno que se justificaba por la naturaleza injusta del sistema de propiedad del momento. Mas los ilegalistas encontraron innecesaria esta justificación. Valiéndose del trabajo de Stirner, adujeron que la ley es en sí misma un sistema de ejecución moral y por ende no infunde ninguna autoridad. No veían necesidad de obedecer la ley.
Independiente de la tradición ilegalista, se desarrolló otra corriente de pensamiento (con un desdén similar por la ley). El agorismo emergió como una crítica de la praxis de la tradición existente anarcocapitalista y de los rothbardianos, de quienes se percibía que carecían de los medios para lograr su meta final. En su lugar, los agoristas adoptaron un rechazo de la ley a fin de involucrarse en la clase de actividades de libre mercado que intentaban lograr a un nivel social más amplio. Esta adopción del mercado negro y este desdén por la ley los ubica bien en línea con los principios básicos de los ilegalistas, y por lo tanto hace del agorismo un enfoque atractivo para los egoístas.
Stirner critica la «libre competencia» en El único y su propiedad, así que podría parecer incongruente que alguien adopte simultáneamente sus argumentos y el enfoque agorista. Sin embargo, su crítica de la «libre competencia» era inmanente, no conceptual. Su objeción no se dirigía en principio a la libre competencia, sino a la libre competencia en la práctica: mercados liberales y creados por el estado, basados en la propiedad civil.
Para Stirner, la libre competencia no es libre porque el estado restringe el acceso del individuo a los medios para competir. Benjamin Tucker plantea una cuestión similar cuando habla del Monopolio sobre la tierra – la imposición de la propiedad sobre tierra sin emplear – pero la crítica de Stirner es más amplia. Stirner sostiene que los edificios, materiales y el capital inicial adicional son un problema en igual medida que la tierra.
Pero semejante crítica sirve a su vez como denuncia de cualquier sistema de propiedad aplicado por el estado. Stirner afirma que, al participar en mercados libres estatales, actuamos como vasallos del estado, y la propiedad con que competimos es nuestra en la medida en que la usamos, pero le pertenece al estado. Sostiene que al individuo no le queda ni siquiera la tierra sobre la que se posa bajo el régimen de propiedad civil.
Encontramos, en el seno de estas críticas, la base para una praxis agorista stirneriana. Si toda la propiedad sancionada por el estado le pertenece verdaderamente a este, entonces cualquier egoísta que desee tener cualquier cosa propia, debe hallar su propiedad por fuera de la esfera del estado. En efecto, si un egoísta ha de buscar la verdadera libre competencia, debe abandonar todo respeto por el presente régimen de propiedad civil y tomar lo que pueda para financiar su propia competencia. Cuando el estado nos dice que no podemos involucrarnos en esa clase de competencia de mercado, depende de nosotros desafiar al estado para poder disfrutar nosotros mismos los frutos de tal competencia.
Desde luego, dada la naturaleza radical de la crítica egoísta, un agorismo egoísta rompería con la concepción del agorismo de Samuel Konkin en varios puntos, pero la diferencia más grande estribaría en el asunto de los «mercados rojos». Konkin distingue entre mercados basados en la violencia y hurto que el estado no aprueba («mercados rojos») y mercados que existen fuera de la esfera estatal, pero consistentes con el principio de no agresión («mercados negros»). No obstante, semejante distinción no sería de mucho uso para un agorista egoísta. Sin necesidad de justificaciones morales como el principio de no agresión, un agorista egoísta encontraría ciertamente un espacio para la actividad de mercado rojo. Por ejemplo, el mercado del asesinato, propuesto por el criptoanarquista Tim May, en que las personas apuestan la fecha de muerte de algún individuo y emplean asesinos a fin de lograr que suceda, sería tan aceptable para un agorista egoísta como la siembra y venta de cannabis donde este sea ilegal.
Sin embargo, a pesar de nuestros desacuerdos, los agoristas egoístas y los agoristas más tradicionales encontramos más cosas en las cuales concordamos que en las que estamos en desacuerdo. Aunque justifiquemos de maneras diferentes nuestras posturas y tengamos una perspectiva diferente en cuestión de mercados rojos, tenemos muchos puntos en que concordamos. Estamos de acuerdo en la necesidad de construir una contraeconomía a fin de suplantar al estado. Estamos de acuerdo en la necedad de la política electoral como medio para lograr nuestros fines. Estamos de acuerdo en la necesidad de actuar ahora mismo para crear un mundo mejor, en lugar de esperar a que se desarrolle un movimiento masivo. Y, finalmente, estamos de acuerdo en beneficiarnos personalmente de nuestra desobediencia al estado.
Artículo original publicado el 13 de mayo de 2017 por Vikky Storm
Traducción del inglés por Mario Murillo